La columna de Raquel Pelta

La columna de Raquel Pelta: Perspectivas sociales del diseño

El título de esta columna hace referencia a un discurso que, en 1912, pronunció la sufragista y líder sindical Rose Schneiderman (1882-1972) en apoyo de la campaña emprendida por las mujeres de Ohio en pro del sufragio femenino. 

En ese discurso, publicado parcialmente en la revista Life and Labor, afirmó que las mujeres trabajadoras no solo pedían el derecho a existir, sino el derecho a la vida, a disfrutar del sol, de la música y del arte: «La trabajadora debe tener pan pero, también, debe tener rosas», una frase con la que Schneiderman aludía a otro discurso de Helen Todd (1870-1953), en el que la también sufragista reivindicó «pan para todos y rosas también», un lema inspirado en el título del poema «Bread and Roses» de James Oppenheim (1882-1932). 

Tal vez os preguntaréis, ¿cuál es la relación de este título con los contenidos de una columna sobre Diseño? 

A simple vista, quizá poca o ninguna, pero si profundizamos un poco más y revisamos, aunque sea muy por encima, la historia del Diseño, nos daremos cuenta de que la lucha por el pan y por las rosas también ha sido la de muchos diseñadores que, a lo largo del tiempo, han creído que su profesión podía ser una herramienta de cambio social y, sobre todo, un medio para mejorar la vida cotidiana de las personas, en especial la de aquellas que carecían del pan, pero, sobre todo, de las rosas. 

Como afirmó la reformista y pionera del Trabajo Social Octavia Hill (1838-1912), muy vinculada personal e ideológicamente al crítico de arte y pensador británico John Ruskin (1819-1900), —que tanta influencia ha tenido en el Diseño, por vía de William Morris (1834-1896) y del Arts & Crafts—: 

Hombres, mujeres y niños quieren más que comida, cobijo y calor. Quieren, para que sus vidas sean plenas y buenas, espacio cerca de sus casas para hacer ejercicio, buen aire y vista a la hierba, los árboles y las flores; quieren color, que les alegrará en medio del humo y de la niebla; quieren música, que contrastará con el traqueteo de los motores y elevará sus corazones a la alabanza y el gozo; quieren sugerencias de cosas más nobles y mejores que las que les rodean en el día a día. 

Al menos desde el siglo XIX, los diseñadores han aspirado a crear esas «cosas más nobles y mejores». Eso es lo que nos dice la historia cuando, por ejemplo, recordamos a Morris y al movimiento Arts & Crafts; pensamos en el constructivismo ruso, en el neoplasticismo, en la Bauhaus y en la Escuela de Ulm; hablamos de Victor Papanek (1923-1998), de la perspectiva de Jane Jacobs (1916-2006) y el urbanismo feminista o del diseño participativo que nació entre los años sesenta y setenta del siglo XX. 

Quizá, ahora, ya no creamos que el Diseño puede transformar el mundo —al menos no por sí solo— y, tal vez, seamos más conscientes de que más que resolver problemas —como se dice a menudo— en numerosas ocasiones ha contribuido a producirlos. Es muy posible que nuestras utopías sean otras y que ya no pensemos que una mesa de cristal o una silla de tubo de acero puedan contribuir positivamente a la salud de las personas ni hacer más fáciles sus vidas. Nuestras necesidades han cambiado y nuestras ideas sobre el placer, el confort y la felicidad también.  

Sin embargo, desde mi punto de vista, en un momento de gran complejidad social, cultural y económica, en el que los «problemas perversos» de los que hablaban Rittel (1930-1990) y Webber (1920-2006) son aún más «perversos», es fundamental que los diseñadores sigan trabajando para hacer frente a los desafíos de la existencia humana y, más concretamente, para incrementar el bienestar de las personas en todas sus dimensiones, en todo su pan y en sus rosas. 

Está claro que hoy en día ese pan y esas rosas se han complicado. Como comentaba Jamer Hunt hace diez años, con unas palabras que pueden reflejar perfectamente nuestra situación actual: 

Desde los desconcertantes desafíos del crecimiento sostenible hasta la desintegración de la infraestructura estadounidense del siglo XIX; desde las complicaciones intratables de los patrones de asentamiento humano arriesgados hasta la perversa co-presencia de epidemias de obesidad y de hambre en los países desarrollados y en vías de desarrollo; y desde los problemas en nuestro propio patio trasero hasta los de alcance global, el mundo está en llamas y muchos de nosotros creemos que el diseño puede desempeñar un papel en la extinción de algunas de esas llamas. […] los diseñadores deben reenfocar su mirada del objeto o artefacto del proceso de diseño a los sistemas complejos que lo contextualizan. Este cambio, de artefactos a sistemas, refleja la transformación global en los países industrializados, de economías basadas en manufacturas y bienes a economías basadas en servicios, información e innovación. Cuando los diseñadores ya no dan forma a objetos, edificios y letras, sino a procesos de innovación y de cambio, las reglas del juego y los términos del compromiso también deben evolucionar. 

Precisamente, esta columna tiene la intención de aproximarse, desde una mirada abierta y plural, al papel que está desempeñando el Diseño ante los «desconcertantes desafíos» a los que actualmente nos enfrentamos. Eso supone, desde mi punto de vista, abordar su dimensión más social, entendiendo por social no la primera acepción del Diccionario de la Real Academia Española que define este vocablo como «perteneciente o relativo a la sociedad» —porque sería inabarcable— sino, más bien, aquella dimensión de «lo social» que contempla aspectos relacionados con el bienestar social —en un sentido amplio—, es decir, con la satisfacción de necesidades fundamentales para que el ser humano y la sociedad en su conjunto alcancen una mayor calidad de vida. 

Mi propósito es tratar diferentes temas que abarcan desde la colaboración con otras disciplinas en proyectos sociales y el co-diseño con los usuarios —aunque el término usuario no sea uno de mis preferidos—, pasando por cuestiones relacionadas con la investigación, hasta aspectos relativos a lo que considero que son nuevos ámbitos de práctica, tales como el Diseño social. 

Creo que la frase que dijo Morris en 1886: «El verdadero secreto de la felicidad reside en sentir un genuino interés por los pequeños detalles de la vida cotidiana» sigue teniendo sentido y, cuando alguien me pide que defina lo que es el Diseño, pienso en lo que decía Herbert Simon (1916-2001) en Las ciencias de lo artificial, donde lo describía como un proceso mediante el que se diseñan «cursos de acción» destinados a convertir las situaciones existentes en otras preferidas. Me interesa esa manera de concebirlo y eso es lo que quiero reflejar en esta columna. 

Referencias

Hunt, J. (2012). «Letter from the editor». Journal of Design Strategies, 5(1), pp. 5-10. 

Morris, W. (1886). «The Aims of Art». En https://www.marxists.org/archive/morris/works/1886/aims.htm 

Rohan, L. (2008). «The Worker Must Have Bread, but She Must Have Roses, Too». En Knupfer, A.M., Woyshner, C. (ed.). The Educational Work of Women’s Organizations, 1890–1960. Nueva York: Palmgrave Macmillan, pp. 121-140. 

Simon, H. (2006). Las ciencias de lo artificial, Granada, Comares, 2006. (La primera edición en inglés The Sciences of the artificial data de 1969). 

Whelan, R. (2016). «The poor, as well as the rich, need something more than meat and drink: the vision of the Kyrle Society». En Baigent, E., Cowell, B. (eds.). ‘Nobler imaginings and mightier struggles’ Octavia Hill, social activism and the remaking of British society. Londres: University of London School of Advanced Study Institute of Historical Research, pp. 91-117. 

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