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Una noche en la Ópera

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Llegan las óperas de verano a los campos anglosajones. Llegan los porteadores que empujan sus carros llenos de viandas y champagne para la cena que se servirá en el descanso en las jaimas improvisadas junto al estilobato griego. Los hombres de esmoquin, “black tie”, las mujeres con sus vestidos de noche. Una elegante romería hacia una gran mansión neoclásica.

The Grange, es una mansión cercana a Northington, en Hampshire, Inglaterra. Pertenece a la familia de Lord Ashburton. En 1665, William Samwell construyó una residencia de cuatro alturas y Robert Adam se encargó de completar el cuerpo de cocinas y el paisajismo de la espectacular finca. A principios del siglo XIX, lo utilizaba George, el Príncipe de Gales, como coto privado de caza. En 1804, el propietario Henry Drummond, le encargó a William Wilkins que transformara la mansión de ladrillo en un templo griego. El impresionante pórtico dórico, es copia del Teseion de Atenas y las fachadas laterales imitan al monumento corágico de Thrasyllus. Fue la primera obra del revival griego en Europa. La transformación fue totalmente epitelial, y el edificio de ladrillo se vistió de cemento romano, incorporando un podio todavía visible hoy. Sucesivas adiciones por parte de Robert Smirke, Charles Robert Cockerell y John Cox convirtieron la mansión en un centro social en la segunda mitad del s. XIX con mas de cien empleados y con ilustres invitados a las fastuosas fiestas que allí se celebraban como Thomas Carlyle y Alfred Lord Tennyson. En 1944 Churchill y Eisenhower prepararon la invasión de Europa desde este mismo lugar, que forma parte del “English Heritage” desde 1975.

En 1988 se celebró el primer festival de verano en el “Grange Park Opera” . En el año 2002 se construyó un nuevo teatro en el interior del antiguo invernadero por el estudio E Architects y con el ganaron un premio RIBA en el 2004, y el premio al mejor edificio en el contexto georgiano.

Una magnífica rehabilitación, en la que para evitar los desprendimientos de los forjados de madera, grandes redes blancas ejercen de enormes telarañas domesticadas, creando una nube desde la que flotan los candelabros. Las vigas apuntaladas, los paramentos de ladrillo picados, los suelos recuperados a trozos, creando un collage inacabado de belleza.

El bar se encuentra situado tras el majestuoso pórtico dórico, y en su interior, las botellas de champagne sirven de basamento a las descarnadas paredes y a las desnudas vigas de madera que muestran sin artificio las bambalinas del teatro.

Y cómo no, esa cultura filantrópica británica, en la que resulta importante participar en la conservación y protección del patrimonio desde las esferas privadas. Así, el pasamanos de madera que conduce a una segunda planta, todavía en construcción, luce en cada una de las labradas columnas una etiqueta de cartón con el nombre del mecenas, como si de un mueble de saldo en un outlet se tratara. Supone uno, que cuando se termine se convertirá en una pequeña placa que le ponga rostro a cada una de las piezas de este fascinante rompecabezas.

Una cabeza de lobo nos observa desde la pared.

Aquel día se representó Tosca, en la antigua orangerie, con un montaje de Pimlico Opera. “I have lived for love, I have lived for art”, rezaba el famoso aria “vissi d´arte”.

La misma opera que bramaba en la casa de Patti Smith cuando recibía la llamada que la informaba de la desaparición de su amado Robert Mapplethorpe, como cuenta ella misma en sus memorias.

Ayer fue la primavera y el Real. Y el descubrimiento del fantástico trabajo de la escenógrafa Malgorzata Szczesniak, que ambienta la ópera Król Roger (El Rey Roger) del compositor polaco Karol Szymanowski, basado en Las Bacantes de Eurípides, y con la que ha abierto su etapa en Madrid Gerard Portier.

Los tronos se han convertido en dos sillones de peluquería años 50, trampolines desde los que los personajes lucharán entre la razón y la pasión. Detrás las figuras cantan, aman, bailan, nadan y mueren, en el vaso de una piscina abandonada en un motel de carretera o en un hotel de playa. Un luminoso cuyas fluorescencias se desvanecieron en el tiempo. Un sol apagado. Aquel lugar donde un día se hicieron todas las promesas y que abandonado quedó a su suerte tras unas mallas metálicas.

La escena tras la escena, y un operador cámara en mano que nos devuelve la imagen de los rostros de los miembros del coro exigiendo el castigo al inmoral pastor que nos invita a lo dionisíaco, al amor sin paliativos ni fronteras. La realidad que sucede tras la escena amplificada. Y así lo importante, lo que sucede fuera de cuadro.

El espectáculo está servido. La promesa del entretenimiento perpetuo, de la libertad sin concesiones. El pastor emerge del fondo de la escena con un rebaño de pequeños mickeys que asoman tras el enorme tinglado-decorado, para ver al rey recuperar a su amada, o a su recuerdo, y convertirlo a él también en siervo de placeres por conocer. “A tus reales pies he lanzado las cadenas, y libre ahora me voy. ¡Si quieres ser mi juez te convoco, oh rey a mi orilla soleada!


Como la vida misma.
 

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