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Alejandro Magallanes

En sus pósteres, Alejandro Magallanes sitúa sus figuras frente al espectador y en el centro de la obra, con una intransigencia en la composición que, sin embargo, ofrece una enorme diversidad en los registros utilizados y en las técnicas que los acompañan; ambos apartados de las connotaciones de las que normalmente se les considera portadores. Y así aparecen la fotografía y el dibujo, la escritura a mano y las fuentes de imprenta, la caricatura y la silueta, el dibujo y la cita visual, el color plano y los matices; todo ello utilizado en una inagotable serie de combinaciones.

 

No es correcto hablar de un autor encasillándole en el papel de intérprete de la cultura de su país; sobre todo si, con frecuencia, esa cultura se interpreta a través de la simplificación o, peor aún, a partir de estereotipos aptos para un consumo distraído. Pero tampoco es posible evitarlo; esperamos siempre vivir en un mundo de diferencias abiertas al dialogo, en lugar de bajo la batuta de una globalización cultural totalitaria. Así, aunque, desde luego, no podemos partir de Rivera o de Frida Kahlo para leer el póster mejicano actual; sí debemos, sin embargo, recordar una tradición expresada, por ejemplo, en la Bienal Internacional del Cartel en México, dirigida por Xavier Bermúdez (antiguo miembro del Consejo Editorial de la revista Lúdica) y, en sus ediciones más recientes, representada por autores locales como, entre otros, José Luís García Valdez, Sergio Gonzáles Varga o Víctor Manuel Santos Gally, quien recibió el premio de su categoría en la VIII edición de 2004. 


Bianca, Alejandro Magallanes

Cabe destacar, también, el interés que la grafica popular mejicana ha despertado en los últimos años en el ámbito internacional, con exposiciones como Sensacional! Mexican Street Graphics, llevada a Nueva York por el AIGA, la prestigiosa asociación norteamericana de graphic artists, cuyo catálogo fue editado por la Princeton Architectural Press; o con el libro Cine Mexicano: Posters from the Golden Age 1936-1956, publicado en San Francisco por Chronicle Books. Quizás no sea una casualidad que la revista francesa Étapes declare que el trabajo de Magallanes «…recorre con humor y talento el imaginario popular de su país». Mucho humor, sin duda; aunque, tal vez, sería mejor hablar de cortante ironía en uno de los fundadores de un colectivo llamado Cartel de Medellín. También es cierto, no faltaba más, que Magallanes reinterpreta el imaginario popular mejicano, aunque, más que otra cosa, hace ostentación de esa obsesión por las imágenes propia de una cultura visual riquísima y vivida en su cotidianidad; una cultura que hunde sus raíces en el mestizaje entre las grandes tradiciones toltecas, aztecas y maya, y la iconografía católica impuesta, a golpe de espada, por los «conquistadores».

En sus carteles, Alejandro Magallanes sitúa sus figuras frente al espectador y en el centro de la obra, con una intransigencia en la composición que, sin embargo, ofrece una enorme diversidad en los registros utilizados y en las técnicas que los acompañan; ambos apartados de las connotaciones de las que normalmente se les considera portadores. Y así aparecen la fotografía y el dibujo, la escritura a mano y las fuentes de imprenta, la caricatura y la silueta, el dibujo y la cita visual, el color plano y los matices; todo ello, utilizado en una inagotable serie de combinaciones. Se da por sentado que todo el diseño gráfico, ligado por su propia naturaleza a las necesidades de la comunicación, interpreta la teoría en la práctica. Sin embargo, Magallanes va más allá. Parte, sin duda, de apuestas ideales, de hipótesis de proyecto y de decisiones que son también conceptuales; pero las plasma con fuerza en una actividad en la que priman el juego combinatorio, la manipulación de la materia y el sentido del hacer; y en la que la práctica se adelanta a la teoría, la táctica desbarata la estrategia, lo episódico hace mella en el sistema, y la ruptura se burla de la norma. Una práctica que es comportamiento y forma de vida, más que oficio; y que, como tal, no teme la comparación directa con la cotidianidad de la cultura visual (con «c» minúscula) y con sus sabores. 

En esto Magallanes parece proporcionar el repertorio visual ideal a la idea de consumo productivo tan querida por Michel de Certeau. Sin duda, Certeau habla de la gente y de su resistencia cotidiana ante las consignas promovidas por los poderes más fuertes. Pero Magallanes, como buen diseñador, propone una interpretación sensible del humor social; algo que, en realidad, el diseño gráfico debería hacer siempre si no se encontrara, a menudo, atrapado entre la urgencia de la producción, las lógicas del estilo y las presunciones de su pequeño star system. Entonces, en la riqueza de las fuentes, en la manera de vivir el oficio, en la fusión desinhibida con la maravilla de las imágenes, podemos quizás atisbar una participación en la cultura visual mejicana, que Magallanes, sin embargo, mantiene bien alejada de los estilemas redundantes y de los estereotipos rituales. 

Artículo publicado en Experimenta 52.

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