- “En el último cuarto del siglo XX coincidieron tres procesos independientes, que han derivado en una nueva estructura social basada predominantemente en las redes. Las necesidades de la economía de flexibilizar la gestión y globalizar el capital, la producción y el comercio. Las demandas de una sociedad en la que los valores de la libertad individual y la comunicación abierta se convirtieron en fundamentales. Y, finalmente, los extraordinarios avances que experimentaron la informática y las telecomunicaciones, posibles gracias a la revolución de la microelectrónica” (Castells, 2001).
I
Hace treinta años, al final de un verano muy caluroso con noches de pesadilla, Microsoft puso a la venta en España Windows 95 que ya estaba disponible en Estados Unidos desde el 24 de agosto de 1995. William Henry Gates (Bill Gates) estuvo en Madrid, la capital del Reino, a principios de septiembre para presentar su nuevo producto. Esperaba vender, según la prensa, 300.000 unidades en el primer año, a 19.900 pesetas cada una (unos 120 euros). Pero sabía también que muchos usuarios instalarían en sus ordenadores copias ilegales del software, dada la escasa protección con que se vendía Windows 95.
En realidad, el objetivo de Microsoft era que su nuevo sistema operativo se convirtiera en el más usado en los ordenadores compatibles con IBM que, en aquellos años, habían arrinconado a Apple (y su sofisticada experiencia de usuario) a sectores marginales del mercado. Además, los acuerdos con los fabricantes de equipos garantizaba que el 80 % de los ordenadores que se vendieran en España llevarían preinstalado Windows 95 (Zafra y Beaumont, 1995).
Según las crónicas, Bill Gates tuvo una provechosa reunión con Isidoro Álvarez, presidente de El Corte Inglés, para que la empresa española “participara en la red interactiva de Microsoft” aunque no quedó claro cómo sería esa colaboración (Zafra y Beaumont, 1995). Lo cierto es que El Corte Inglés, por la naturaleza de su negocio tan vinculado al contacto personal con los consumidores, tardó demasiado tiempo en comprender cómo la tecnología digital transformaría el comercio minorista.
El dueño de Microsoft cenó ese mismo día con Cándido Velázquez, presidente de Telefónica, por entonces una empresa pública que sería privatizada en un par de años. Aprovechando la visita de Bill Gates, Velázquez presentó InfoVía, una red paralela a Internet que haría posible “acceder a multitud de bienes (sic) y servicios” mediante Mosaic, un navegador que ya tenía por entonces sus días contados (Zafra y Beaumont, 1995). Aquella fue una más de las poco afortunadas iniciativas de Telefónica en Internet. Años más tarde, ya privatizada, llegaría a cometer el gran error de comprar Lycos cuando habían quedado sin sentido los portales de acceso a la red. En 2010, Lycos tuvo que venderlo por el 0,28 % de lo que había pagado por aquel engendro diez años antes (Europa Press, 2010).
II
Las novedades de Windows 95 frente a Windows 3.11 no eran pocas. Hasta entonces los ordenadores compatibles debían instalar MS DOS y, sobre ese sistema operativo, una aplicación (Windows) que permitía que el software funcionase en modo WIMP, es decir, usando ventanas, iconos, ratón (mouse) y menús desplegables (pull down menus). A pesar de sus limitaciones, Windows 3,11 contaba ya con tipografía TrueType y gestionaba fuentes PostScript mediante Adobe Type Manager lo que hizo posible su utilización para el diseño gráfico y la impresión. Compañías de software que habían nacido con Apple, especialmente Adobe, habían comenzado a producir versiones para Windows de PhotoShop y otras aplicaciones gráficas a principios de los años noventa. Lo mismo había hecho Aldus con PageMaker y FreeHand, hoy desaparecidas (y olvidadas). Incluso Quark X Press había publicado hacia 1993 una versión para Windows donqde funcionaba con más rapidez que en los perezosos Macintosh.
Windows 95 era un sistema operativo que no precisaba de ningún otro software para controlar el ordenador. Era capaz de hacer funcionar aplicaciones de 32 bits y permitía usar hasta 256 caracteres para nombrar sus archivos. Introdujo la tecla inicio y una serie de innovaciones gráficas que Microsoft había probado unos años antes en la interfaz de la enciclopedia Encarta (también desaparecida).
Pero la gran novedad de Windows 95 fue la inclusión (entre las aplicaciones del sistema) de Internet Explorer, un navegador que permitía el acceso a Internet y la lectura de archivos HTML. Bill Gates, que había sido reacio a la conexión de los ordenadores a redes hasta bien tarde, había afirmado más de una vez que toda la conectividad que necesitaba un ordenador podía resolverse con un disquete. Pero, medio año antes de la aparición de Windows 95, había difundido un documento interno en Microsoft advirtiendo que, en el futuro, la gente utilizaría directamente aplicaciones en red y que los CDs y otros soportes similares desaparecerían por su dificultad para ser actualizados (Hidalgo, 2020).
Microsoft hizo lo posible para que Internet Explorer no pudiera desinstalarse y los usuarios desistieran de elegir otro navegador (Netscape, por ejemplo). Para ello, argumentó que si la aplicación se eliminaba, el sistema operativo podría colapsar, cosa que no era cierta, como quedó demostrado. Su propósito era controlar gracias a su navegador el acceso a Internet y socavar la posición de otros fabricantes de software. Un informe de la International Data Corporation señalaba que Microsoft había conquistado en 1998 un 48,3% del mercado frente al 41,5% de Netscape, su principal rival. Pocos años después, Internet Explorer llegó a tener un 95% de los usuarios (Hidalgo, 2020).
III
A fines del siglo XX los avances en informática y telecomunicaciones confluyeron con las necesidades de una nueva economía más flexible, es decir, carente de regulación. En ese contexto, Internet, una tecnología marginal, se convirtió en el instrumento esencial para la interacción económica.
Para Manuel Castells, “Internet nació en la insólita encrucijada entre la gran ciencia, la investigación militar y la cultura libertaria” (Castells, 2001, 31). Se pretendía crear una red reticular y redundante, capaz de soportar un ataque con garantías de éxito. Sus cuatro pilares fueron la cultura meritocrática (vinculada a las universidades), la cultura hacker (vinculada a Linux y otras experiencias similares) y a cultura comunitaria, que añadía una dimensión social que hacía de Internet un medio de “interacción selectiva y pertenencia simbólica” (Castells, 2001, 52). Por último, a mediados de los años noventa, la cultura empresarial daría a Internet el empuje definitivo para cambiarlo todo.
Sin embargo, la contribución de las grandes compañías tardó en llegar. En 1990, no mostraban excesivo interés en participar en conferencias relacionadas con estos asuntos y, sólo a partir de 1995, vieron las posibilidades comerciales y publicitarias de la red tras la decidida apuesta de Microsoft.
La aparición de Windows 95 y la eclosión de Internet no pueden desvincularse de los cambios políticos de aquel momento. La Ley de las Telecomunicaciones de 1996, impulsada por Bill Clintón, acabó con lo poco que quedaba de las normas antimonopolio establecidas con Roosevelt. A partir de entonces, cualquier grupo mediático pudo extender su actividad a otros sectores y ocupar en cada uno de ellos una posición dominante, como así sucedió. Clinton vio en la irrupción de Silicon Valley una excusa para justificar su aproximación al legado de Ronald Reagan (Gerstle, 2023, 252).
IV
Para la gente corriente que empezaba a integrar la cultura digital su vida diaria, el acceso a Internet tuvo diversas consecuencias. En primer lugar, les permitió acceder a información actualizada (aunque no siempre rigurosa) que antes obtenía, con algo más de esfuerzo, gracias a libros y revistas. Además, en poco tiempo, pudo comprar objetos físicos en tiendas virtuales. Amazon nació en 1994 para vender libros y música en soportes físicos, pero en poco tiempo amplió su negocio a productos de mayor tamaño y precio. En tercer lugar, como señalaba Castells, “la nueva economía está basada en un potencial de crecimiento de la productividad sin precedentes, como resultado de la extensión de los usos de Internet” (Castells, 2001, 19). Paro, al tiempo que muchas actividades profesionales aumentaron su productividad, vieron como su mercado laboral empezaba a contraerse de manera llamativa.
Por último, Internet aceleró la obsolescencia de los ordenadores. Gracias a la red fue posible actualizar los sistemas operativos y poner en evidencia las limitaciones físicas de los dispositivos digitales al exigirles un mayor rendimiento. De pronto, el ordenador reducía su velocidad debido a que las mejoras proporcionadas por la actualización no eran del todo compatibles con las características de la placa, de la tarjeta gráfica o de cualquier otro componente físico del sistema. Mientras la obsolescencia planificada de la era industrial consistía en convencer a los consumidores de que corrían el riesgo de quedar marginados si sus productos se pasaban de moda, Internet tenía la capacidad de empeorar el funcionamiento de los productos hasta hacerlos inutilizables.
V
En 1998 se inició un proceso contra Microsoft por su propósito de establecer una posición dominante mediante la inclusión de Internet Explorer en Windows 95 y en sus versiones posteriores. La acusación afirmaba que sus prácticas impedían a otros fabricantes de software desarrollar sus propias aplicaciones para acceder a la red. Gates fue citado a declarar y repitió el ya conocido argumento de que la integración del navegador en el sistema operativo era indispensable para un mejor servicio a los usuarios.
Los tribunales consideraron que la mejor solución a aquel embrollo era la partición de Microsoft en dos compañías, una dedicada al desarrollo de sistemas operativos y otra ocupada en el diseño de navegadores para Internet. Pero los recursos y apelaciones alargaron el pleito hasta noviembre de 2001 cuando se llegó a un acuerdo que obligaba a Microsoft a hacer pequeñas concesiones que no limitaban su posición dominante (Moglen, 2002). Aquello pareció entonces una victoria en toda regla.
Sin embargo, como todo lo que tiene que ver con la tecnología digital, los protagonistas de cualquier drama acaban casi siempre en el baúl de los recuerdos. Si a finales del siglo XX, Internet Explorer llegó a tener el 95 % de los usuarios, en la actualidad Microsoft ocupa una posición marginal en ese terreno.
“En 2015, arrinconado por Mozilla y Google, y sin presencia en los sistemas operativos de Android e iOS [Apple], Microsoft anunció el fin de Internet Explorer y el nacimiento de Edge, que hoy tiene una cuota de mercado del 4,6 %” (Hidalgo, 2020).
La velocidad a la que se transforma el ecosistema digital es tal que, en poco tiempo, las situaciones se vuelven irreconocibles. Afortunadamente para Gates, ya no presidía Microsoft y podía dedicarse, como hace ahora, a explicar el sentido de la vida y el devenir de la civilización.
Referencias
Brooks, Arthur C. (2019) “Your professional decline is coming (much) sooner than you think”, en The Atlantic, julio de 2019.
Castells, Manuel (2001) La galaxia Internet. Reflexiones sobre Internet, empresa y sociedad. Barcelona, Plaza y Janés.
Europa Press (2010) “Lycos, vendido por un 0,28% de lo que pagó Telefónica hace diez años”, en El Economista, 16 de agosto de 2010.
Gerstle, Gary (2023) Auge y caída del orden neoliberal. La historia del mundo en la era del libre mercado. Barcelona, Península.
Hidalgo, Montse (2020) “25 años del día que Bill Gates se subió a la ola de Internet”, en El País, 26 de mayo de 2020.
Moglen, Eben (2002) Free Software Matters: Shaking Up The Microsoft Settlement. Columbia Law School, 28 de febrero de 2002.
Negroponte, Nicholas (1999) El mundo digital. Un futuro que ya ha llegado. Barcelona, Ediciones B.
Zafra, Juan Manuel y José F. Beaumont (1995) “Bill Gates aspira a vender en España en un año 300.000 copias de su Windows 95”, en El País, 6 de septiembre de 1995.
