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La columna de Eugenio Vega: ¿Un mundo sin libros?

La columna de Eugenio Vega en Experimenta

La columna de Eugenio Vega en Experimenta

“Mire, todo vidas de hombres muertos, biografías se llaman, y autobiografías. Mi vida, Mi diario, Mis memorias… Mis memorias íntimas. Naturalmente, al empezar solo les empujaba el deseo de escribir. Pero tras el segundo o tercer libro solo querían satisfacer su vanidad, destacarse de la masa, ser distintos, sentirse con derecho a despreciar a los demás” (Fahrenheit 451, 1966).

I

Fahrenheit 451, el relato de Ray Brabdury, describe un futuro donde la posesión de libros y su lectura son delitos castigados por la ley. El cuerpo de bomberos es el encargado de dar con los libros ocultos y quemarlos en público. En 1966, François Truffaut hizo una versión cinematográfica, a partir de un guión escrito junto a Jean-Louis Richard, en la que introdujeron cambios importantes pero que no variaron en lo esencial el fundamento de la historia. Brabdury, a quien en un primer momento la película no le entusiasmo, reconocía la belleza de la escena final en la que una multitud de personas caminan bajo la nieve recitando los libros que deben memorizar para preservarlos de su desaparición.

La quema de libros ha sido una práctica habitual en la historia y en la literatura. En las páginas del Quijote se recoge la escena en que la sobrina del protagonista señala a las novelas de caballerías como la causa de la locura de su amado tío. Al cura y al barbero les pidió que quemaran todos los libros sin dejar ningún legajo libre de su merecido fin: 

“No, [dijo la sobrina] no hay para qué perdonar a ninguno, porque todos han sido los dañadores: mejor será arrojallos por las ventanas al patio y hacer un rimero de ellos y pegarles fuego; y, si no, llevarlos al corral, y allí se hará la hoguera, y no ofenderá el humo” (Cervantes, 1605).

Pero, antes de quemar los libros, el cura y el barbero los examinan, señalando sus extraordinarias virtudes y sus llamativos defectos, como buenos conocedores que eran de ese género literario.

Las madres de los niños de una escuela infantil queman libros obscenos. Berlín Oriental. República Democrática Alemana, 1955. Fotografía de Klein. Allgemeiner Deutscher Nachrichtendienst. Bundesarchiv (CC BY-SA 3.0).

En la versión cinematográfica de Fahrenheit 451 hay una escena similar en la que los bomberos examinan el contenido de una “biblioteca secreta” que han descubierto. El capitán Beatty explica a Montag (el protagonista) la inutilidad de los libros y los peligros para la sociedad que provoca su existencia: “Puede creerme, Montag, no hay nada en ellos ¡Los libros no dicen nada!” (Fahrenheit 451, 1966). Para demostrarlo, enumera y describe lo que va viendo en las estanterías:

“Vamos, Montag. Toda esta filosofía hay que hacerla desaparecer. Es aún peor que las novelas. Pensadores, filósofos, todos dicen exactamente lo mismo: solo yo tengo razón, los demás son idiotas. Los de un siglo nos dicen que el destino del hombre está trazado de antemano, los del siguiente nos dicen que tiene para elegir. Cuestión de modas nada más. La filosofía es lo mismo que falda corta este año, falda larga el año que viene” (Fahrenheit 451, 1966).

Quizá, la principal incongruencia de Fahrenheit 451 reside en la relación entre el progreso y los libros que plantea el relato. Resulta sorprendente que una sociedad como la que describe pudiera alcanzar tal nivel de desarrollo sin la palabra escrita. En realidad, no queda clara la presencia de la escritura en esa sociedad. Los libros están prohibidos pero  el propio Montag está familiarizado con los autores más conocidos. En una escena, describe su trabajo: “el lunes quemamos a Millay, el miércoles a Whitman, el viernes a Faulkner. Los quemamos hasta hacerlos cenizas. Ese es nuestro lema” (Brabdury, 1953).

Fahrenheit 451 es un ejemplo de las limitaciones de las profecías. Como Brabdury reconocía, había concebido su relato a partir de la realidad de su tiempo. Según explicó en una entrevista radiofónica, la persecución política de la era McCarthy (que metió a la cárcel a personajes vinculados a la industria de Hollywood como Dalton Trumbo) le llevó a escribir sobre la censura y la libertad de expresión. 

Pero, ¿cómo podía imaginar Brabdury que en la tercera década del siglo XXI se leería y se escribiría más que nunca, pero sin papel de por medio? A finales de los años ochenta del pasado siglo, el uso del teléfono había reducido el correo postal entre particulares a una actividad marginal. Paradójicamente, los teléfonos, que sirven hoy para mil cosas antes que para hablar con alguien, son los principales instrumentos para difundir la palabra escrita en las redes sociales.

Ray Brabdury en la Feria del Libro de Miami en 1990. Miami Dade College (CC BY-SA 3.0).

II

En mayo de 1976 apareció en España El País, el primer periódico de gran tirada compuesto en fotocomposición e impreso íntegramente en offset. Reinhard Gade diseñó su cabecera y contribuyó a establecer unas normas de diseño que marcaron el camino a otras publicaciones. Pero los diarios con más tradición, como ABC y La Vanguardia, se resistieron a abandonar la composición en metal fundido y las páginas de huecograbado hasta 1989. Hoy, desgraciadamente, ni El País, ni ABC ni La Vanguardia tienen mucha confianza en el futuro de sus ediciones impresas.

Al igual que sucedió con los periódicos, los libros de texto, con su elaborado proceso de edición y distribución, no pudieron proporcionar información actualizada al ritmo que exigía la docencia. La red se convirtió en una alternativa que facilitaba un acceso inmediato a la información y se adaptaba a las necesidades de cada usuario. Frente a la idea de que los alumnos no leen libros porque son nativos digitales, hay que recordar que fueron los docentes quienes impulsaron ese cambio cuando el material impreso mostró sus limitaciones para preparar las clases.

De los contenidos disponibles en Internet, hay una cierta preferencia por los documentos PDF. quizá  porque fueron pensados para ser impresos y recuerdan a las publicaciones en papel. Que el texto y las imágenes se distribuyan pensando en la impresión, facilita su lectura y la compresión de sus contenidos.

Pero olvidamos que todo lo que está en la red necesita de algún software para ser leído, ya sean archivos HTML, documentos PDF o imágenes escaneadas. Un PDF es indescifrable sin Adobe Acrobat. Cuando la aplicación “no responde” por la razón que sea, es imposible leer esos archivos por mucho que nos parezcan páginas de una revista. El software es, por su propia naturaleza inestable. Puede dejar de funcionar por mil motivos, entre los que no deben excluirse las decisiones del fabricante, ya sea para mejorar la aplicación o para impedir su uso. Nada es menos fiable que un documento digital.

III

Vinton Cerf durante la conferencia de Bangalore en 2007. Fotografía de Charles Haynes (CC BY 2.0).

En 1972 Vinton Cerf desarrolló junto a Robert Kahn los protocolos TCP/IP que constituyen el fundamento de la transmisión de datos en Internet y sin los que la red no sería posible. Hace diez años, Cerf recordaba la obsolescencia de los soportes digitales: “es posible que los formatos antiguos de documentos o presentaciones no sean legibles por la última versión del software que no siempre garantiza la compatibilidad con versiones anteriores” (Ghosh, 2015). 

Y advertía del riesgo de que los conocimientos almacenados digitalmente no pudieran ser recuperados en el futuro: “el siglo XXII y los siglos venideros se preguntarán por nosotros, pero les resultará difícil comprendernos, porque gran parte de lo que habremos dejado puede consistir en fragmentos imposibles de interpretar” (Griffits, 2015). En consecuencia, hacía una advertencia:

“Digitalizamos fotografías pensando que así durarán más […] Si hay fotos que realmente nos interesan, debemos hacer una copia física de ellas” (Griffits, 2015).

El libro impreso no tiene ninguno de esos problemas. Puede leerse sin la necesidad de tecnología alguna. Desde la invención del códice en la Edad Media no ha cambiado su formato: hojas rectangulares apiladas unas encima de otras, cosidas, grapadas o pegadas que soportan con dignidad el maltrato que reciben de los lectores. Su garantía de supervivencia es muy superior a la de cualquier soporte digital. 

Por otra parte, un libro impreso es un objeto manipulable, con características físicas que ayudan a su reconocimiento (el libro verde, el libro grande, etc.). Esa materialidad es una cualidad cognoscitiva que en diseño se conoce como tangibilidad, aquello que permite la interacción con las cosas que utilizamos (Norman, 2005, 100).  Raúl Alonso insistía en Experimenta en esta cualidad del impreso: “lo tangible tiene un impacto emocional y sensorial que ninguna pantalla puede replicar”, y señalaba la capacidad del impreso para redefinirse “como un soporte imprescindible para la comunicación” (Alonso, 2025).

Doble página del número 101 de la revista Experimenta. Como pueda apreciarse, la organización modular de los contenidos (imágenes, titulares, texto seguido) proporciona referentes visuales que contribuyen a la comprensión y al recuerdo de lo leído. Experimenta Magazine, 2025.

Uno de los problemas de los libros electrónicos es su flujo lineal, similar al de los documentos en la red que parecen no tener fin mientras avanzamos en su lectura. En ambos casos, la mirada (y la memoria) no pueden apoyarse en la disposición visual de los contenidos para recordarlos. Pero en un libro físico sabemos siempre si estamos al principio o al final de la obra de una manera intuitiva. 

Además, una página impresa puede organizarse de un modo no lineal, de tal manera que la posición de las imágenes se asocie con el texto y contribuya a una mejor comprensión. El diseño gráfico (es decir, la ordenación visual de esos elementos) y la impresión son herramientas esenciales para el aprendizaje en un mundo que sigue siendo, esencialmente, físico.

Referencias

Alonso, Raúl (2025) “El papel del sector gráfico en la era digital”, entrevista en Experimenta, 8 de septiembre de 2005.

Brabdury, Ray (1953) Fahrenheit 451. Nueva York, Ballantine Books.

Cervantes, Miguel de (1695) Don Quijote de la Mancha. Madrid, Imprenta de Juan de la Cuesta.

Ghosh, Pallab (2015) “Google’s Vint Cerf warns of digital Dark Age”, en BBC News, febrero de 2015.

Griffiths, Sarah (2015) “Print out your photos or risk losing them, warns Google boss”, en Daily Mail. 13 de febrero de 2015.

Norman, Donald (2005) El diseño emocional. Por qué nos gustan (o no) los objetos cotidianos. Barcelona, Paidós (Emotional Design. Why We Love (or Hate) Everyday Things. Basic Books. Nueva York, 2004).

Truffaut, François (1966) Fahrenheit 451. Universal Pictures.

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