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Jueves de doblete

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El título, que bien podría ser un pequeño homenaje doble a Berlanga y a Chesterton, no es más que la constatación de la apretada agenda madrileña. Es difícil elegir la inauguración, presentación, conferencia o evento interesante que se superponen los jueves, así que hay que decantarse por hacer doblete ya que ir a más, es tontería. Hoy quiero hablar de la galería OA y la exposición que bajo el nombre de Juegos de Luz se inauguró el pasado 18 de noviembre. Posteriormente, llegué a tiempo para escuchar la presentación del libro de R. Moneo, Apuntes sobre 21 obras (librería Naos), pero cómo no lo he terminado aún de leer, dejaré para más adelante hacerle un post.

En la galería OA se han reunido piezas de cinco diseñadores: Álvaro Catalán de Ocón, Máximo Romanillos, Carlos Schwartz, Elina Aalto y Drift Studio. De ellos se enseñan algunas propuestas que están relacionadas con la iluminación, casi todas lámparas. OA es uno de los escasos espacios que se dedican al maridaje entre el arte y el diseño en Madrid y que tan de moda está en estos días. En mi primer post ya hablé de otros (Maneras de Diseñarte) y en el de Juan Gasca (Design Thinker – Experiencias, vivencias y reflexiones), se reseña uno de Berlín, la galería Helmrinderknecht.

En este post quisiera hablar de dos diseñadores que exponen allí, Álvaro Catalán de Ocón y Máximo Romanillos. En ellos se puede rastrear la orientación que el diseño está tomando últimamente. Las ideas que se materializan no desprecian la forma final, pero se le da más importancia al concepto por las que surgieron. Esto lo podemos ver muy bien en la lámpara de Máximo Romanillos llamada Eternal. Un mayor o menor número de bombillas, en posiciones diferentes, no alterará el diseño. La idea es poder enroscar los casquillos a las diferentes bombillas que están pegadas unas con otras y en donde lo formal se trivializa para enfatizar otros aspectos. Por ejemplo, la caducidad, idea que toma fuerza al advertir que al irse fundiendo bombillas se aproxima su irreversible final.

En el caso de Álvaro Catalán de Ocón, los tres candiles que presenta, Kyoto, Madrid y Milano, parten de una idea anterior, la de la Cornucopia. Como en ella, para encenderlos hay que coger la bombilla con la mano y colocarla en el agujero en donde se produce el contacto eléctrico; es decir, se eliminan elementos interpuestos como el interruptor. Es ahí donde recae, otra vez, el sentido poético de la pieza. La tradicional bombilla incandescente, la de ampolla transparente y casquillo E-27, precisamente cuando tiene fecha fija de caducidad, vuelve a ser usada para explorar el gesto de alumbrar. Pero ahora, se investiga otro tipo de luz, la de los antiguos candiles de sobremesa, y se ensaya de tres maneras diferentes.

Lo interesante es que al darnos tres alternativas se produce un descubrimiento mayor: la bombilla apagada se mece en ellas ligera dentro del cóncavo recipiente. Se nos presenta como una pequeña cabecita que recuerda a las que Brancusi esculpió. Pero hay más: en esos candiles se produce una metamorfosis, pasan de pebeteros de ofrendas a lámparas votivas según la bombilla esté apagada o encendida, se encuentre recostada o colocada, dormida o despierta. Por muy deslumbrantes que sean sus diseños, por detrás hay un algo más que los enriquece y cualifica. Andamos cansados ya de las formas bonitas si éstas no consiguen hacernos experimentar eso que consigue que los objetos sigan siendo una parte tan importante de nosotros.

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