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Maestros del diseño en América Latina: Horacio Añón (Uruguay)

Maestros del diseño en América Latina: Horacio Añón (Uruguay)

Maestros del diseño en América Latina: Horacio Añón (Uruguay)

Nacido en 1940 en Montevideo, Horacio Añón es una de las personalidades más respetadas en el campo del diseño en ese país. Con estudios de escultura y diseño en el taller de Fernández Tudurí, sus célebres carteles y cubiertas para libros y revistas se han expuestos en diversas muestras nacionales e internacionales, incluyendo la Bienal de Diseño Gráfico de Brno (ex-Checoslováquia) y el Museo Nacional de Artes Visuales, además de influir en la mejora del perfil de la profesión en latinoamerica. Entre otras cosas, Añón se ha encargado del montaje de Andares del Humor, una exposición organizada para conmemorar los cuarenta años del humorismo gráfico en Uruguay, donde participaran sesenta artistas nacionales con más de ochocientas obras. En 2017 se ha lanzado el catálogo y la muestra Añón – Un Diseñador en Su Tiempo, un extenso trabajo de investigación de su obra, con curadoría de Rodolfo Fuentes.

Un agradecimiento especial a Rodolfo Fuentes por hacer de puente con el maestro y toda su ayuda en este proyecto.

Horacio Añón. © Rodolfo Fuentes

¿Cómo fueron sus primeros pasos en la carrera del diseño en su país? En otras palabras, ¿cuál fue la percepción de este trabajo en ese momento?
Comencé a trabajar profesionalmente en diseño gráfico, es decir que cobraba, a mediados de 1966. En ese momento no resultaba muy creíble que eso fuera una forma de vida. Cuando me preguntaban a qué me dedicaba y trataba de explicar lo que hacía, en general me decían: “Ah, qué bien ¿y de qué vivís?” 

Venía de hacer escultura, especialidad –que desde que se divorció de la arquitectura– le costó encontrar un lugar en este mundo. Intentaba encontrar una profesión en la que resultara más natural comunicarse con la gente, que se integrara más con el mundo en que vivíamos. Estaba intentando también encontrar una profesión en que pudiera eludir esa cosa un poco esquizofrénica en que una parte del día eras un empleado de lo que fuera y otra parte del día eras artista. Quería vivir de lo que me interesaba hacer. Por otra parte, el diseño gráfico solucionaba difundir lo que hacía, de eso se ocupaba mucha gente a quienes no necesariamente les importaba lo que yo hacía, lo que les interesaba era ganar dinero. No me tenía que preocupar más qué hacer con mis esculturas, que ocupaban espacio y no eran fáciles de vender. 

Por entonces no había dónde estudiar diseño gráfico, pero un grupo de amigos creyó que con la formación que yo tenía podía desempeñar esa profesión. En ese momento había un grupo pequeño de diseñadores gráficos de gran calidad a los que ni siquiera se los llamaba así: eran “los dibujantes”. Era difícil competir con ellos, pero fue la época del boom editorial de la década del 60 que amplió las oportunidades de trabajo. Montado en esa ola fue que comencé mi actividad.

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¿Se reconoció entonces la importancia de ese trabajo?
Me lo pagaban, y esa en definitiva es la verdad. Hubo algunos trabajos que fueron bastante elogiados, pero como es sabido, hablar es gratis. Desde el comienzo intenté brindar un buen servicio en el cual me hacía responsable por todas las etapas hasta el trabajo terminado. Me pagaron bien, lo que yo pedía y ese era el mejor elogio, el más creíble. En ese momento los críticos consideraban el diseño gráfico algo menor. Hay que tener en cuenta que la fotografía no fue admitida en el Salón Nacional de Bellas Artes hasta 1967. Pero el mayor enemigo de la profesión fue las crisis económicas que de tanto en tanto asolaron el país y el golpe de Estado de 1973, a partir del cual se cerraron muchas fuentes de trabajo. En 1984 la crítica cultural María Luisa Torrens se animó a organizar una exposición en la que participamos siete diseñadores gráficos. Fue un reconocimiento a la importancia de nuestro trabajo. Lo más objetivo que puedo decir en materia de reconocimiento es que en 2017 el Museo Nacional de Artes Visuales realizó una muestra retrospectiva de mis trabajos que también fue un reconocimiento a la profesión.

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¿Cómo era el entorno cultural del país en ese momento?
Uruguay se consideraba un país culto, sin embargo. Pablo Rocca, en un ensayo sobre las editoriales, habla de “la gravísima crisis editorial que arrasó al país a mediados de los años 40”. En los años cincuenta prácticamente no había editoriales, como anotó el escritor Carlos Maggi años después. Ninguno dio una explicación. Lo que si había eran librerías que ofrecían autores extranjeros, de editoriales extranjeras. En algunas librerías se anunciaba que tenían libros en francés, inglés, alemán e italiano. Este país culto se dedicaba a ver cine. En una ciudad capital, Montevideo, que rondaba el millón de habitantes, en 1959, había 102 modernos cines que vendieron en un año 18 millones de entradas para ver 523 estrenos. Se leían diarios, con tirajes de medio millón de ejemplares por día que consumía un país de aproximadamente dos millones y medio de habitantes. Por supuesto también se iba al fútbol. Unos pocos autores nacionales iban a Buenos Aires a que las editoriales argentinas les publicaran sus obras. En determinado momento creímos que antes no había nada, salvo una especie de agujero negro. Había algo de fundacional en una época proclive a creérselo. Con el tiempo descubrimos que las cosas no fueron siempre así. Hubo un pasado muy rico. El comienzo del siglo XX en Montevideo fue pletórico de diarios, semanarios, editoriales y autores. Había importantes editoriales como la de los hermanos gallegos Maximino García, y la de Claudio García, que según algunos historiadores pudo haber vendido medio millón de ejemplares con su librería y editorial “La bolsa de los libros”. El italiano Orsini Bertani fue otro importante editor de autores nacionales. A fines de los años cuarenta habían fallecido todos y no hubo sucesores. Todo eso no lo sabíamos.

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Por entonces, todo el trabajo de diseño se realizaba manualmente. ¿Cree que con la llegada de los ordenadores ha perdido algo, o cree que la esencia del diseño sigue siendo la misma, sin importar las herramientas?
Yo no he perdido nada porque no trabajo con las computadoras. Soy un diseñador gráfico, no un operador de PC. Aunque haya diseñadores gráficos que también son diseñadores de PC. La computadora es eso: una herramienta útil para el diseño, pero no es el diseño. Hay gente que cree que no hay otra forma de diseñar que no sea sentarse delante de una computadora, como creen los que fabrican estos artefactos. Es un formidable instrumento de trabajo que abre muchas posibilidades, pero creo que no debe ser un omnipresente y omnipotente instrumento. El asunto es usarlo y no que nos use a nosotros. Debe ser más bien un dócil esclavo. Cualquier grafismo, desde un dibujo hasta una mancha, se puede hacer de forma más libre, más rica, más eficiente y más personal fuera de la computadora y luego ingresarla a ella y completar el trabajo. Eso es así porque es la forma en que actualmente se ingresa al sistema de impresión hasta que aparezca otra forma porque nada es eterno.

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¿Cree que su trabajo podría haber sido diferente si hubiera tenido acceso a todas las herramientas tecnológicas que tenemos hoy? ¿O no cambiaría en absoluto?
Esta pregunta me resulta bastante difícil de responder, primero porque no soy adicto a las ucronías y segundo porque fui un precoz lector de Ortega y Gasset que me marcó con aquello de que el hombre es su yo y sus circunstancias. Es decir, si algo cambia, cambia todo. Yo sería diferente y mi trabajo se supone que también. No tengo claro ni siquiera si me hubiera dedicado a ser diseñador. Lo que puedo responder es que muchos de mis trabajos hubieran sido mejores a la luz de la extraordinaria diferencia que se produjo en este tiempo en lo relacionado a la calidad de los papeles y las impresoras, cuestión de la que no se habla mucho. Parecería que solamente las computadoras cambiaron a la gráfica.

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Mirándolo ahora, si pudiera, ¿hay algún trabajo propio que hubiera cambiado o hecho de otra manera?
Lo más seguro es que alguno de ellos los hubiera hecho de otra forma. Yo no soy muy amable con mis trabajos. A algunos les tengo cierto afecto porque los asocio con alguna circunstancia especial. En mi caso todo el proceso de creación consiste en sucesivas correcciones que en algún momento resuelvo que hay que dar por terminado. Para darte una idea, en mi casa, que en realidad son varios talleres con dormitorio, baño y cocina, no tengo colgada ninguna obra gráfica mía. Y ajena, solamente un afiche del polaco Lenica, que no se bien si es un homenaje o un llamado a la humildad. Es tal vez un intento de decir: “lo hecho, hecho está, ya te dediqué demasiado tiempo, que no molesten ni para bien ni para mal”. La próxima será como la primera obra que haga.

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En mi juventud tuve una necesidad vital de consumir revistas internacionales y publicaciones de diseño, como Graphis, Idea, Novum y otras, ya que en mi país (Brasil) no teníamos nada local. ¿Cómo ha sido esto en su caso particular?
Mi caso fue muy parecido al tuyo, en un país en que no había forma de estudiar orgánicamente, uno necesariamente se transformaba en autodidacta. Es decir que en vez de tener por delante un curso organizado, uno se dedicaba a aprender como pudiera no de un solo lugar sino de varios. A comienzo de los 60 tuve la suerte de conocer a un artista informalista gallego llamado Leopoldo Nóvoa. Un día ayudándolo y hablando sobre la originalidad me dijo: “en materia de arte el robo solamente se perdona si va acompañado de asesinato”. A partir de entonces me convertí en un asesino serial. En mi país tampoco teníamos nada, yo soy hijo de la Novum, de la revista Polonia, que no era de gráfica pero contenía gráfica polaca y de todo lo que pasaba cerca pero sobretodo de la Graphis Annual cuando la editaba el gran, enorme, Walter Herdeg. Quiero compartir contigo el testimonio de un fugaz y lejano encuentro con un compatriota tuyo que pasó por Montevideo, el gran Ziraldo.

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¿El término «diseño», aplicado a todo y a todos, incluidos los nuevos edificios residenciales, parece una trivialización de esta profesión?
Todo lo que abunda, de alguna manera se trivializa. En mi país es muy común que las familias que no saben qué hacer con sus hijos, que a su vez no saben qué hacer con sus padres, compren una computadora con un programa adecuado y hagan uno de los múltiples cursos que dan instituciones públicas y privadas al final del cual salen con un título de diseñador gráfico que pueden colgar en la pared. Cómo no va a haber diseño en todas partes si muchos de ellos, además se dedican a enseñar a otros. Hay muchos diseñadores, muchos más de los que el mercado necesita y puede absorber. Todos quieren diseñar los que sea, claro. Aquí ya vivimos la experiencia del aumento de los estudiantes de arquitectura que no se corresponde con el aumento de las obras. Conclusión, se encuentran arquitectos que solamente forman a otros arquitectos y así sucesivamente. Así es que hay cantidad de arquitectos trabajando en otras actividades. ¿Habrá llegado la hora de empezar a añorar los gremios medievales?

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Hoy me parece que hay un total desinterés de los jóvenes por la información, el conocimiento, etc. Milton Glaser ya dijo que los estadounidenses desconocen todo lo que sucedió hace más de 5 años. Es un hecho que estamos viviendo un desastre cultural, no solo por lo que se ofrece sino también por la indiferencia de una parte de los jóvenes ¿Cómo lo ve en comparación con otras épocas?
Desde muy joven escuché decir a mis mayores que todo tiempo pasado fue mejor. Siempre creía que era mejor porque lo asociaban con su juventud y se sentían lejos de la muerte. En ese momento juré que cuando fuera viejo no haría lo mismo.

Ahora soy viejo y por momentos me siento un perjuro. Me consuela creer que puedo distinguir épocas, no todo tiempo pasado fue mejor. Alguno si y otros no. Por ejemplo, no añoro los años cincuenta pero si los sesenta. 

Claramente comparto contigo la impresión de esta época que nos está tocando vivir, aún si no hubiera pandemia. Me consuelo pensando que antes tampoco todos éramos inquietos, una minoría lo éramos. Tal vez ahora también hay una minoría con la que no logro encontrarme. Hay tres cosas que extraño hasta las lágrimas de los viejos tiempos: la inteligencia, la curiosidad y la ironía. De tanto en tanto encuentro alguien que me impacta con alguno de esos atributos y que no necesariamente tiene que ser un colega, puede ser un historiador, un escritor o un pintor. Siento que la vida vale la pena seguir viviéndola.

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La pregunta clásica: ¿tiene algún consejo que dar a la nueva generación de diseñadores? ¿cuál sería y por qué?
Con la completa convicción de que nadie me va a hacer caso, y para no dejar el espacio en blanco, digo que nadie piense que el mundo empieza y termina en la pantalla de la computadora. Ni siquiera allí empieza y termina el diseño gráfico. Que se compren una mesa grande donde puedan hacer lo que se les ocurra, bocetar los que se les ocurra, pensando que el tamaño de un trabajo es esencial. Ya lo había dicho hace mucho tiempo el maestro Matisse, un centímetro cuadrado de un color es un color totalmente distinto a un metro cuadrado de ese mismo color. No es lo mismo una pequeña tapa de un bolsilibro que un gran afiche. Que piensen en lo que va a terminar cualquiera de nuestros trabajos va a ser en un material opaco, por más satinado que sea. Lo que importa es buscarle su luz propia, es decir la que incide sobre esa superficie. No la engañosa luz que nos encandila de la pantalla. Que usen las manos para maquetear publicaciones y que sientan el fluir de las hojas, de imágenes, que busquen el tempo de la publicación, de cómo una imagen tiñe a la de la página siguiente y también a la anterior. Que sean hombres libres, críticos y curiosos!

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