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La columna de Raquel Pelta: Una profesión relacional

La columna de Raquel Pelta

La columna de Raquel Pelta

Desde finales del siglo XX, además de surgir nuevas profesiones, muchas de las que ya existen están experimentando significativas transformaciones para responder a los múltiples desafíos y problemáticas que se plantean en nuestras sociedades contemporáneas. El diseño no es ajeno a estos cambios y, tras atravesar la crisis de identidad que supuso el postmodernismo, en estos momentos se encuentra en pleno crecimiento y consolidación de nuevos enfoques y ámbitos de práctica como son, por ejemplo, el co-diseño, el diseño de experiencia de usuario, el diseño centrado en la persona, el diseño de servicios, el diseño social y el diseño para la innovación social, entre otros. 

En mi opinión, la aparición de estas perspectivas y prácticas es un indicio de que, posiblemente, se esté convirtiendo en una profesión relacional en línea con la creciente importancia que, en el mundo del trabajo, están adquiriendo las competencias relacionales. Si bien se podría decir que muchas de las ocupaciones que actualmente existen se basan en estas, cuando hablamos de profesiones relacionales nos estamos refiriendo, más concretamente, a aquellas que se centran en las personas y que se definen como actividades en las que la relación interactiva —mediatizada por el lenguaje— entre un profesional y uno o más seres humanos es un elemento esencial y constituye el pilar del proceso de profesionalización y de construcción de la identidad profesional. Este sería el caso, por ejemplo, de la medicina, la enseñanza, el trabajo social, la educación social, la enfermería y la psicología, entre otras. 

Anderson Araújo-Oliveira e Isabelle Chouinard, basándose en el concepto de práctica desarrollado por el pensador Pierre Bourdieu (1930-2002), consideran que las profesiones relacionales se componen de las siguientes dimensiones:

a) Finalizada.  Concierne al resultado esperado de la acción profesional. 

b) Técnica. Atañe a los saberes específicos. 

c) Interactiva y relacional porque la actividad se realiza a través de las interacciones con otras personas y está mediada por el lenguaje y la comunicación en general. 

d) Contextualizada y situada, pues los profesionales llevan a cabo su trabajo en situaciones determinadas y dentro de organizaciones. 

e) Temporal. Articulada en torno al carácter evolutivo de toda práctica profesional. 

f) Afectiva y emocional. Refleja una implicación de los actores en su práctica, sus motivaciones y personalidades. 

g) Psicosocial, relacionada con la naturaleza humana específica del objeto de trabajo. 

Araújo-Oliveira y Chouinard también comentan que las prácticas profesionales en las profesiones relacionales son multidimensionales, se localizan en el espacio y en el tiempo y se desarrollan en tres fases:

-Preactiva. Está constituida por las acciones de planificación realizadas por el profesional sobre la base de las directrices políticas, las propias de la profesión y las condiciones históricas y contextuales concernientes a la situación. 

-Interactiva. Es un momento crucial «en el que entran en juego las condiciones mediadoras específicas para toda profesión relacional».  

-Postactiva, en la que se desarrolla la reflexión y la autoevaluación después de la acción. Con ella se asegura «un mayor control de la práctica, así como su constante evolución.»

Por otro lado, una de las características de las profesiones relacionales es que su ejercicio se realiza mediante el uso de técnicas comunicativas que posibilitan una interacción efectiva entre las personas. De ahí que las habilidades de comunicación de sus profesionales sean de una gran importancia, al igual que su capacidad para adaptarse a las situaciones y al comportamiento de los otros. Son las denominadas «habilidades blandas» como, por ejemplo, la empatía, la iniciativa, la flexibilidad, la creatividad, a las que se suman las capacidades de análisis, de planificación, de liderazgo, de comunicación y de trabajo en equipo que, en las profesiones relacionales, son fundamentales, al ser inseparables de los aspectos metodológicos. De hecho, el éxito de cualquier actuación depende, en gran medida, de ellas. 

La socióloga francesa Lise Demailly ha señalado que «una profesión relacional articula estrechamente la experiencia, el posicionamiento ético y las prácticas de interacción» y que […] el campo de las profesiones relacionales abarca prioritariamente aquellas cuyo objeto principal e inmediato es la transformación del otro, su persona», pero esta autora también indica que no solo eso «porque las dimensiones relacionales conciernen a muchas profesiones. El componente relacional, es decir, en particular el hecho de influir en los demás a través de la relación cara a cara, juega un papel importante en profesiones como la gestión, la administración, las profesiones jurídicas, la seguridad o la mercantil» y, yo añadiría, también, en el diseño porque la relación diseñador-cliente o diseñador-usuario es una interacción social. 

En estos momentos, nuestra disciplina encaja en gran medida con todas esas descripciones que acabo de mencionar porque, aunque el lenguaje que posibilita las interacciones con las personas pueda ser, muchas veces, más visual y táctil que oral, cumple con buena parte de las dimensiones que caracterizan a las profesiones relacionales. Hemos de reconocer, sin embargo, que, aunque la relación cara a cara con los clientes siempre se ha considerado importante, respecto a los destinatarios finales de los diseños —y hasta fechas relativamente recientes—, ha sido bastante escasa o nula. 

La aparición del diseño de servicios, el diseño centrado en las personas, el diseño social, el diseño para la innovación social y los enfoques participativos, entre las perspectivas que suponen una presencia mayor y más activa de los usuarios en los procesos proyectuales, está cambiando la situación y llevando al diseño por la senda de las profesiones relacionales. 

Así, en esos ámbitos a los que acabo de referirme, la actividad de diseñar, además de proyectar elementos materiales, sirve para construir vínculos entre las personas y se convierte en un medio para facilitar el aprendizaje mutuo, la colaboración y la construcción de capital humano y social, promoviendo, incluso, un sentido de comunidad, al facilitar las relaciones interpersonales en torno al logro de una meta común. De hecho, lo relacional está implícito en los nuevos papeles de co-creador, capacitador, facilitador y catalizador del cambio que Ezio Manzini, Lauren Tan y Jeremy Myerson, entre otros autores, vienen atribuyendo a los diseñadores desde hace años. 

Pero ¿qué puede comportar para el diseño ser una profesión relacional? 

En primer lugar, puede constituir un encuadre alternativo a la tradicional dicotomía entre el diseño para el mercado y el diseño para el ámbito de «lo social» que se suelen percibir como opuestos. La perspectiva relacional reconoce que todos los actores implicados, sean individuos u organizaciones, tienen sus propias identidades, pero que están interconectados. Considera, además, que el bienestar individual depende del de toda la comunidad y que, por tanto, no se puede lograr el de unos pocos si no se consigue el de todos. Es un marco que rechaza, asimismo, el individualismo extremo, al tomar conciencia de que las personas y las organizaciones existen dentro de un entramado de relaciones y que el interés propio obliga a tener en cuenta el impacto a largo plazo de nuestra conducta y de la de los demás.  

Percibir el diseño como una profesión relacional significa concebir las relaciones diseñador-cliente y diseñador-usuario como interacciones sociales, asumiendo que, tanto clientes como usuarios, no son medios para conseguir fines propios, —sean del tipo que sean («pagar las facturas», de prestigio, etc…)—, sino que son agentes partícipes de un intercambio mutuo. Esto requiere conocerlos lo suficientemente bien como para discernir sus objetivos, necesidades y decisiones, desarrollando una perspectiva informada que evita caer tanto en la autocomplacencia como en la condescendencia con el cliente. 

Basándose en el diálogo sobre los objetivos de todas las partes implicadas, como profesionales relacionales, la función de los diseñadores y de las diseñadoras es ayudar a sus clientes a comprender que es posible conciliar sus fines de negocio con la prosperidad de las personas y de su entorno, un asunto de especial trascendencia cuando, por ejemplo, nos enfrentamos a la compleja cuestión de la sostenibilidad. Russell G. Pearce y Eli Wald, refiriéndose a los abogados, señalan que estos, en las relaciones con sus clientes, han de desarrollar «un compromiso para mantener un espacio para la comunicación y el compromiso, incluso en desacuerdo. [Esto] incluye modelar en los clientes la capacidad de “estar de acuerdo en no estar de acuerdo” y el compromiso de “seguir hablando” incluso cuando persisten algunos desacuerdos sustanciales». Creo que esta idea puede ser perfectamente válida también para los profesionales del diseño, si se entiende este desde el enfoque relacional.  

Tal enfoque comporta actuar como mediadores —entre el mercado y la sociedad, entre el cliente y el usuario…—, un rol que, desde hace décadas, han propuesto diferentes autores como, por ejemplo, Victor Papanek, Ezio Manzini, John Thackara, Flaviano Celaschi y Elena Val, por solo mencionar a unos cuantos.  Precisamente, estos dos últimos han investigado sobre el rol del diseño como intermediario entre la cultura, la creatividad, la industria y las políticas de arriba hacia abajo, poniendo de relieve que es «responsable de permitir la creación de los ecosistemas de las industrias culturales y creativas, superando el tradicional antagonismo entre cultura y economía, creatividad e industria», porque se encuentra en la intersección entre ellas, «gracias a su capacidad de integrar diferentes conocimientos e intereses dentro de los procesos productivos, multiplicando valores» y yo añadiría, también, gracias a su disposición para la mediación.  

Como he comentado más arriba, Demailly ha puesto de relieve que la perspectiva relacional articula un posicionamiento ético. Adoptar esa perspectiva podría suponer para el diseño expandir las ideas sobre las reglas de conducta profesional más allá del vínculo con los clientes, para incluir valores fundamentales y abrir conversaciones sobre la pluralidad de esos valores. Esto conlleva cambios en la manera de abordar los proyectos, pero, además, implica una visión menos reduccionista y más responsable a la hora de percibir cuál es el cometido del diseño y de sus profesionales en el hacer de las empresas, organizaciones e instituciones. 

Quizá por todo esto, el encuadre relacional puede ofrecer a los diseñadores y a las diseñadoras el fundamento para un ejercicio del diseño más satisfactorio. Puede servirles, además, para entender que, siempre bajo una posición ética, tener unos honestos intereses profesionales no es incompatible con el servicio a la ciudadanía ni con realizar una contribución significativa al bien público. Con ello, quizá, sea posible superar el malestar que, para algunos, constituye trabajar únicamente para el mercado, pero, también, desligarse del voluntarismo que parecen implicar los proyectos de tipo social, algo que, en muchos casos, limita su alcance. 

Referencias

Araújo-Oliveira, A., Chouinard, I. (2018). Análise de práticas em profissões relacionais: olhar crítico sobre as atividades desenvolvidas pela Équipe de Recherche et D’analyse des Pratiques Professionnelles (ERAPP). Trabalho (En) Cena, 3(2), pp. 95-110. DOI: (enlace)

Celaschi, F., Vai, E. (2021). Design Processes in Cultural and Creative Industries’ Oriented Development: A Regional Case. diid disegno industriale industrial design, 73, pp. 12-23. (enlace)

Demailly, L. (2008). Politiques de la relation: Approche sociologique des métiers et activités professionnelles relationnelles. Villeneuve d’Asq (Francia): Presses universitaires du Septentrion. 

Pearce, R.G., Wald, E. (2011). The Obligation of Lawyers to Heal Civic Culture: Confronting the Ordeal of Incivility in the Practice of Law. University of Arkansas at Little Rock Review, 34 (1), pp. 1-52. (enlace)

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