“Me di cuenta de que existía una fractura entre el espacio ilusorio y el espacio proyectado en el que me encontraba, que yo era el sujeto del cuadro y que Velázquez me estaba mirando” (Richard Serra).
I
El edificio del Reina Sofía, concebido en el siglo XVIII por Hermosilla y terminado por Sabatini, fue antes de la guerra uno de los dos grandes hospitales de Madrid. Las obras del Clínico, iniciadas en la Ciudad Universitaria en 1932, se vieron paralizadas cuando toda esa zona se convirtió en frente de batalla. Fue allí donde el comandante Adolfo Prada firmó la rendición de Madrid el 28 de marzo de 1939 ante las tropas de Franco. Aunque terminada la guerra, el Hospital Provincial de Atocha siguió en activo, fue perdiendo importancia hasta el punto de que el ayuntamiento propuso su demolición en 1969. La presión de varios arquitectos hizo que fuera declarado monumento histórico artístico en 1977.
Por otra parte, en los años finales del franquismo, se hizo evidente que Madrid carecía de un espacio para el arte moderno que complementara (hasta donde pudiera) al Museo del Prado. En 1971 comenzó a construirse en la Ciudad Universitaria el Museo Español de Arte Contemporáneo para acoger las obras del siglo XX que existieran en las colecciones del Estado.
El museo, cuya torre sigue vibrando en los días de excesivo viento, nunca encontró su espacio en el ecosistema cultural de la ciudad. En 1979 tuvo lugar en su sede el Primer Encuentro Internacional de Diseño, unas jornadas que, según la revista Arquitectura, “fueron en general muy poco concurridas” (Sanjuán de la Morera, 1979, 5). Aunque la convocatoria contó con la presencia de Gui Bonsiepe, Alessandro Mendini y otras figuras internacionales de relieve, según la crónica de El País, sus cuatro sesiones “registraron escasa asistencia” (Samaniego, 1979). En 1981 acogió la gran exposición de Picasso con motivo del centenario de su nacimiento, pero siempre pareció demasiado alejado del centro de la ciudad para la idea de las autoridades sobre cómo impulsar el turismo cultural en la capital del Reino.
II
En 1974, el Ministerio de Educación compró a las Mutualidades Laborales el edificio del Hospital Provincial, por entonces sin uso. A partir de 1980, el edificio se remodeló de arriba abajo (sin reparar en gastos) para crear en su seno un centro de arte abierto a “la experimentación y la innovación”, inaugurado en 1986 como Centro de Arte Reina Sofía.
Con motivo del inicio del curso 1986-87 en la Escuela Eina de Barcelona, Oriol Bohigas (siempre prudente en sus declaraciones), dijo que el Reina Sofía era “más feo que El Escorial […], un ejemplo de una concepción arquitectónica despótica” propia de otros tiempos. Para el insigne arquitecto, el hospital madrileño no era sino una mala copia de El Escorial que ya estaba pasado de moda cuando se construyó. Según sus palabras, el momento más interesante del edifico fue en 1969 cuando, en tiempos de Arias Navarro, se pensó en derribarlo. Cuando un edificio no tiene remedio, lo mejor es acabar con él.
Bohigas criticó también la reconstrucción iniciada por el arquitecto Fernández Alba en 1980 y en la que, según parece, fue necesaria la intervención de Federico Correa, André Ricart y otros expertos en la materia, llegados (como agua de mayo) desde la Ciudad Condal para arreglar, hasta donde era posible, el desaguisado de los espacios interiores. En todo caso, tales intervenciones fueron, para Bohigas, “irrupciones demasiado cultas dentro de la incultura generalizada del edificio” (Navarro Arisa, 1986) por lo que su esfuerzo resultó baldío.
En 2005, Jean Nouvel amplió el museo, una vez derribados los inmuebles ocupados por la Subdirección General de Enseñanzas Artísticas del Ministerio de Educación, organismo sin sentido por la transferencia de sus competencias a las comunidades autónomas que habían accedido al autogobierno por el artículo 143 de la Constitución. En mayo de 2006 se entregaron en ese marco incomparable los Premios Nacionales de Diseño, ocasión en la que su majestad el Rey pronunció un sentido discurso, celebrado por los asistentes con prolongados (y merecidos) aplausos.
III
Según dicen, en 1966, tras una visita a Madrid donde pudo contemplar Las meninas en el Museo de Prado, Richard Serra (el artista norteamericano de origen español) comprendió en cuestión de segundos que nunca podría llega a pintar como Velázquez por lo que decidió dedicarse a la escultura. Veinte años después, mostró en Madrid su obra Equal-Parallel: Guernica-Bengasi, creada como parte de la muestra Referencias con la que se inauguró el Centro de Arte Reina Sofía (Fernández Aparicio, 2025) que dirigía entonces Carmen Giménez. Algo más tarde, mediante un Real Decreto de mayo de 1988, lo que era un espacio para exposiciones temporales se convirtió en un verdadero museo dotado de una colección permanente (que no inmutable), a pesar de la fealdad intrínseca del edifico.
El Reina Sofía compró la escultura de Richard Serra por más de treinta millones de pesetas (de entonces). Pero como la pieza ocupaba muchos espacio terminó en Arganda del Rey, en un almacén de la empresa Macarrón donde quedó a la intemperie, cubierta por una lona.
Carmen Giménez nunca vio con buenos ojos que el museo adquiriese la obra. El Reina Sofía necesitaba espacio y no podía condenarse una sala tan grande a una única obra. En su opinión “Equal-Parallel fue creada para un momento y para un espacio concreto” por lo que no era un disparate pensar en su destrucción (Molina, 2022). Serra solía deshacer algunas de sus obras una vez expuestas porque no le daba gran importancia al objeto en sí. Había trabajado en una fundición y comprendía que la materia de la invención podía tomar en cada ocasión un aspecto diferente.
En 2006, se descubrió que la escultura de Richard Serra había desaparecido del almacén de Arganda del Rey sin que nadie supiera ni cómo ni cuando. Sin duda, es difícil robar obras de arte de un museo, pero más aún si pesa 38 toneladas. Las investigaciones policiales dejaron claro que no era posible dar con la obra que fue declarada desaparecida en combate. En 2022, el escritor Juan Tallón, publico Obra maestra, un relato novelesco sobre los personajes y las peripecias que rodearon la desaparición de la escultura. La imagen que proporciona el relato de las instituciones culturales y políticas no es sino una versión actualizada de Rinconete y Cortadillo, con su patio de Monipodio incluido.
Serra se avino a hacer una réplica que (ahora, sí) ocupa un espacio permanente en ese sitio “más feo que El Escorial” que es el Reina Sofía. La elaboración de la pieza costó unos 78.000 euros y para su instalación fue necesario horadar la sala que albergaba la antigua librería del museo. El Consejo de Ministros, concedió la Orden de las Artes y las Letras de España al escultor, “como reconocimiento a su trayectoria profesional y su contribución a la difusión internacional de nuestra cultura” (El País, 2008).
No era la primera obra de Serra que desaparecía. En 1979 la General Services Administration de Estados Unidos le encargó una obra para colocar frente a un edificio de oficinas gubernamentales. Con ese fin, creó Tilted Arc, una plancha de acero de treinta y seis metros de largo que se sostenía perpendicularmente, de tal manera que bloqueaba la vista de los inmuebles y dificultaba el tránsito de quienes entraban y salían de ellos. Además, “su presencia herrumbrosa contrastaba con la arquitectura de los edificios circundantes”, ya fueran historicistas o racionalistas. La escultura era “una nota discordante en la trama urbana” que dio motivo a numerosas protestas (Molina, 2022). Unos pedían que la cambiaran de sitio, otros creían que era mejor destruirla.
Finalmente, Tilted Arc fue retirada, tan solo ocho años después de su inauguración. La única similitud que guarda con la obra perdida (o robada) en Madrid es que, sin pretenderlo, su desaparición puede entenderse como la plasmación preformativa de la propia actividad artística (Molina, 2022).
IV
El arte moderno (o contemporáneo, si se prefiere) no es muy popular, quizá porque su sentido es difícilmente comprensible y plantea excesivas incógnitas a quien lo contempla. Con motivo de la exposición sobre Robert Rauschenberg (que puede visitarse en la Fundación Juan March de Madrid), los comisarios de la muestra (así los llaman) explicaron al público la selección de los contenidos y la organización del material expuesto. Esta iniciativa solo merece entusiastas elogios: no es fácil entender ni disfrutar el arte moderno sin explicaciones porque carece de la simplicidad emocional que definía al arte tradicional. Mal que bien, aunque no comprendamos su sentido más profundo, cualquiera puede admirar el porte majestuoso del emperador Carlos V en la batalla de Mühlberg (Tiziano, 1548) o la delicadeza de Jesús niño ante la mirada de sus padres en La Sagrada Familia del pajarito (Murillo, 1650).
Pero, gracias a Dios, las industrias creativas (y las instituciones que las sostienen) no se limitan a hacer negocio con las artes y las letras. Sus esfuerzos, no siempre reconocidos, contribuyen a la difusión de la verdadera cultura, mal que les pese a los propios consumidores, tan reacios a las novedades.
Referencias
El País (2008) “Richard Serra repite gratis para el Reina Sofía su escultura perdida”, en El País, 16 de diciembre de 2008.
Fernández Aparicio, Carmen (2025) Equal-Parallel: Guernica-Bengasi. Museo Nacional Centro de Arte Reina Sofía.
Giménez, Carmen (2024) “Richard Serra, A Spanish Journey”, en The Brooklyn Rail.
Molina, Ángela (2022) “Richard Serra: tres desapariciones”, en Contexto y Acción, 24 de febrero de 2022.
Navarro Arisa, J. (1986) “Oriol Bohigas considera el Centro Reina Sofía de Madrid, más feo que El Escorial”, en El País, miércoles 15 de octubre de 1986.
Samaniego, F. (1979) “Debates teóricos sobre el diseño y la comunicación visual”, en El País, 12 de mayo de 1979.
Sanjuán de Morera, J. (1979) “I Encuentro Internacional de Diseño”, en Arquitectura, 128.
Tallón, Juan (2022) Obra maestra. Barcelona, Anagrama.
