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La columna de Eugenio Vega: El artificio de la inteligencia

La columna de Joan Costa en Experimenta

La columna de Joan Costa en Experimenta

“No creo que la pintura pueda cambiar el mundo, pero sé por experiencia que el arte alivia la desesperación” (David Hockney, 2020)

I 

El próximo mes de agosto se cumplirán cien años del fallecimiento de Joaquín Sorolla, quizá uno de los pintores españoles más conocidos. Sin embargo, su carrera artística concluyó tres años antes, en julio de 1920, cuando sufrió un derrame cerebral mientras pintaba en su casa de Madrid el retrato de la esposa del escritor Pérez de Ayala. Tres años después, con motivo de su fallecimiento, el escritor asturiano relató en un artículo para el diario La Prensa de Buenos Aires, el terrible suceso:

«Una fina y templada mañana del mes de julio, en su jardín, Sorolla pintaba el retrato de mi mujer, observándole yo, a su lado. Levantóse una vez y se encaminó hacia su estudio. Subiendo los escalones, cayó. Acudimos mi mujer y yo en su ayuda, juzgando que había tropezado. Le pusimos en pie, pero no podía sostenerse […] Sorolla sentía el pavor y el presentimiento de la parálisis; años antes había padecido un amago. Aun así y todo, rebelde contra la fatalidad que ya le había asido con su inexorable mano de hierro, Sorolla quiso seguir pintando […] La paleta se le caía de la mano izquierda; la diestra, con el pincel más sujeto, apenas le obedecía. Dio cuatro pinceladas, largas y vacilantes, desesperadas; cuatro alaridos mudos, ya desde los umbrales de la otra vida (Pérez de Ayala, 1923).

Con tan solo cincuenta y siete años, uno de los artistas más prolíficos de su tiempo (y que más dinero había ganado) tuvo que dejar de pintar. Una verdadera tragedia se mire como se mire.

Al margen de la consideración que pueda merecer su obra, nadie puede negar la enorme energía física que Sorolla desplegó para pintar tanto y con tal intensidad. Cuadros de grandes dimensiones, en su mayoría del natural, bajo un sol implacable o en medio de una nevada. En algunas fotografías puede verse al artista valenciano pintando lienzos de más de dos metros de alto con pinceles de gran tamaño para cuyo manejo era necesaria una extraordinaria condición física. Sin duda, su éxito se debió a ese descomunal esfuerzo y al apoyo de Clotilde, su esposa, que se encargaba de la gestión de su obra. Al contrario que los artistas conceptuales, Sorolla era un artista de la ejecución.

Joaquín Sorolla en su estudio hacia 1911. Fotografía de Ricardo del Rivero (1869.1937). Ministerio de Cultura.

En aquellos tiempos, cuanto rodeaba la creación artística tenía una enorme presencia física que obligaba al conocimiento del oficio no solo a los pintores. Desde el siglo XVI, la construcción de bastidores y el montaje de lienzos de gran tamaño era una tarea tan compleja que dio forma a un negocio del que vivían muchos artesanos. Aún a principios del siglo pasado, no había otra alternativa que hacer las cosas a mano, ni siquiera para quienes dedicaban su (inmenso) talento a crear obras tan complejas como la Composición en rojo, amarillo, azul, blanco y negro que Piet Mondrian terminó en 1921. 

II

La tecnología actual, sin embargo, permite crear imágenes tan grandes como las pinturas que Sorolla hizo para la Hispanic Society de Nueva York sin apenas esfuerzo. Las lonas que cubren algunos edificios de las grandes ciudades son aún más grandes que aquellos cuadros, pero sus imágenes se almacenan en archivos digitales que puede manipularse en cualquier ordenador. 

Pero los problemas no terminan ahí pues hoy es posible, incluso, crear imágenes utilizando tecnología vinculada a lo que denominan inteligencia artificial. El pasado otoño, fue noticia que la obra Théâtre d’opéra spatial, generada con el software Midjourney por un tal Jason M. Allen había ganado un certamen artístico en Colorado sin que los miembros del jurado se dieran cuenta de ello. “Lo importante son las ideas, no su ejecución” podría decirse a quienes se escandalizan por algo así. Para otros, sin embargo, aquello era inaceptable: alguien escribió en Twitter que conceder este premio era tan absurdo como mandar a competir a un robot a los Juegos Olímpicos (Metz, 2022). Según parece, Getty Images, un archivo de imágenes que gestiona derechos de autor ha decidido no incluir estas creaciones de la inteligencia artificial en su catálogo por la dificultad de adjudicar su autoria a una persona concreta, sujeta a las leyes de propiedad intelectual (Dans, 2022).

Théâtre d’opéra spatial, presentada por Jason M. Allen como obra digital generada por Midjourney. 2022.

En las últimas semanas, la aplicación ChatGPT de Open AI ha sido motivo de chanza en distintos espacios de esa suerte de televisión que es YouTube. No falta quien ponga a prueba el software, proporcionándole unos pocos datos para que construya un discurso sobre cualquier cosas. Aunque los resultados suenan bien como para hacerlos pasar por ejercicios escolares, tienden a  la banalidad y a la carencia de sustancia. De todas formas, será cuestión de tiempo que mejoren su rendimiento y puedan proporcionar textos académicos interesantes y relatos de ficción “que atrapen al lector desde el primer momento”. Como sucederá, con las traducciones no literarias, algunas actividades dejarán de ser realizadas por seres humanos en unos años.

III

En un artículo publicado en diciembre en ABC (diario de la mañana), Adrián Espallargas recordaba que compañías como Google o Mojo Vision pretendían que las lentillas fueran los smartphones del futuro. Al parecer, “el fracaso de Google Glass no ha frenado el desarrollo de prototipos de estos dispositivos oculares inteligentes”, de tal manera que las lentes de contacto podrían reproducir música, recibir información del tiempo, orientarnos mediante GPS o sabe Dios qué más cosas (Espallargas, 2022). Quizá pudiéramos ver resúmenes de la Champions League, entrevistas a Tamara Falcó o cualquier cosa mientras vamos a comprar el pan. Un dispositivo así podría recopilar información sobre nuestra forma de caminar o el modo de relacionarnos con quienes nos encontramos por la calle.

Enrique Dans recordaba que quien diseña estos dispositivos no ha llevado lentes de contacto en su vida ni se ha planteado seriamente si algo así tiene una verdadera utilidad (Dans, 2023). Cerca de la mitad de los seres humanos tienen problemas de visión que afectan a su vida diaria, patologías que en la mayoría de los casos se agravan con la edad y siguen sin tener remedio. Llevar lentillas no es tan fácil como llevar un jersey de cuello alto y, en algunos casos, cuando los problemas se complican, las personas afectadas se ven obligadas a abandonarlas y sustituirlas por implantes oculares.

Aunque las innovaciones tecnológicas sean provechosas para tantas cosas en la vida (humana), el motivo por el que las empresas invierten tanto dinero en ellas no es otro que hacer negocio. Buena parte de los cachivaches que la industria intenta colocar en el mercado (Google Glass, Amazon Alexa y otros parecidos) no tienen más utilidad que fomentar el consumo y contribuir al crecimiento económico. La innovación es un pretexto (no siempre justificado) para forzar la obsolescencia de los productos comerciales, de forma parecida a como General Motors hacía en los años cincuenta, cuando Harley Earl cambiaba cada temporada el diseño de los automóviles.

IV

Es cierto que la esperanza de vida en España ha pasado en poco más de cien años (1918-2021) de los 41 a los a 83 años, pero eso no significa que las personas no envejezcan ni que la ciencia haya terminado con las enfermedades. Del mismo que le sucedió a Sorolla, mucha gente sufre accidentes cardiovasculares y, sobre todo, padece las consecuencias de enfermedades degenerativas porque vive más años, y no siempre en buenas condiciones. 

No cabe duda que la tecnología puede aliviar muchos de esos problemas. Pero, para nuestra desgracia, la combinación de diseño y digitalización sirve para hacer aceptables muchos procesos de exclusión social disfrazados como experiencias de usuario. Lo que se denomina nueva gestión pública es un ejemplo de ello. Como recordaba hace unos días el editorial de El País (diario de la mañana) los múltiples trámites telemáticos con las distintas administraciones son inaccesibles para una gran parte de la población, especialmente las personas mayores. Por mucho que se quiera, los seres humanos seguirán siendo analógicos en las próximas décadas y seguirán recibiendo información visual y sonora como nuestros antepasados de la Edad del Bronce.

 

Referencias

Beruete, Aureliano de (1901) Joaquín Sorolla y Bastida. Imprenta de la viuda e hijos de Tello

Dans, Enrique (2022) “Las imágenes algorítmicas y el futuro”, en enriquedans.com, octubre de 2022.

El País (2023) “Tropieza la digitalización”, editorial en El País, 28 de enero de 2023.

Espallargas, Adrián (2022) “Las lentillas quieren ser los nuevos smartphones” en ABC, 19 de diciembre de 2022.

Metz, Rachel (2022) “AI won an art contest, and artists are furious” en CNN Businnes, 3 de septiembre de 2022

Pérez de Ayala, Ramón (1923) “Sorolla. El pintor por antonomasia. El hombre”, en La Prensa, Buenos Aires, 7 de octubre de 1923.

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