experimenta_

Silla

Un flechazo que aún colea.

Empecé la carrera de Ingeniería Técnica en Diseño Industrial sin tener la más remota idea de en qué consistía. La escogí porque su nombre sonaba bien, sinceramente, y fue la primera opción por ser la de nota más alta. Vocación plena, vamos. Empecé las clases, física, matemáticas… y uno de esos primeros días hicimos una práctica en la que había una foto inolvidable: una foto de una silla.

Ni siquiera la conocía, era metálica y se veía antigua. Su autor era Karl Friedrich Schinkel, un arquitecto y pintor alemán. Una silla rotunda, de tijera pero no plegable, con unas flores de forja en los laterales, brazos. No es la más bonita. En mi selección particular no estaría ni siquiera entre las diez primeras, dudo de si entre las cien… Pero ese día, sin saberlo, me enamoré de los asientos. Fui admirando la obra de Charles R. Mackintosh, su silla Hill House; de Gerrit Rietveld, la fabulosa silla roja y azul; las de la Bauhaus de Marcel Breuer, de Mies van der Rohe; el diseño nórdico, el finlandés de Alvar Aalto o el danés de Arne Jacobsen y Verner Panton; entre otros muchos genios.

En mi carta de presentación confieso mi gran sueño, mi utopía: diseñar una silla para la colección permanente del MoMA de Nueva York. Porque una silla es para mí el diseño más perfecto que existe.

Salir de la versión móvil