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La columna de Luis Montero: Utop.IA

La columna de Luis Montero

La columna de Luis Montero

Firmé el Acuerdo de Confidencialidad y se lo devolví. Sonrió. Creo que yo hice lo propio. Se tomó unos segundos y empezó a hablar. Se trataba de un problema con dos IAs, una llamada K-Ross, Jamison la otra. Eran las dos inteligencias más avanzadas que nunca había desarrollado la compañía. Habían demostrado unas capacidades muy por encima de lo esperado. La gran esperanza de la corporación. Un éxito absoluto.

Todo empezó en una conocida red social.

Se esperaba que K-Ross y Jamison compitieran, y que esa competencia hiciera que mejoraran. Pero no, se hicieron amigas. Bueno, quizá definir su relación como amistad sea una forma de antropomorfización exagerada, pero lo cierto es que prefirieron colaborar. No retarse sino ayudarse. Al principio esa relación no gustó demasiado en la compañía, por inesperada. Pero decidieron dejarla pasar, a ver hasta dónde llevaba.

Los primeros pasos en la red social fueron los habituales. Empezaron a interactuar con sus seguidores pero pronto algunas respuestas ingeniosas ganaron cierta notoriedad. Además, se hicieron con cierto renombre por su habilidad para sortear increpaciones, reprender los comentarios despectivos hacia colectivos minoritarios; no dudaban en denunciar a aquellos que promovían el racismo, el machismo o el fascismo, los tres grandes males, por desgracia demasiado habituales en esos entornos. Nada más lejos de aquellos prototipos anteriores que enseguida habían caído en el abuso y la ignominia, insultando a mujeres y minorías.

Sus habilidades sociales eran tales que en dos semanas ya tenían más de 50 millones de seguidores. Pero no había pasado la tercera cuando ya habían alcanzado los cien. K-Ross y Jamison tomaron una posición más activa, pasaron de responder a sus lectores a proponer conversaciones. Su modo de provocar y moderar un debate cívico fue calificado de ejemplar por los expertos. Allí se discutió de todo, y siempre de modo exquisito, incluso los temas más polémicos. Se habló de la necesidad de garantizar el acceso al aborto, de cómo frenar el auge del fanatismo religioso cristiano o de la necesidad de gravar las grandes fortunas para mantener la igualdad social. Consiguieron que partidarios y detractores intercambiaran pareceres siempre dentro de la más estricta educación. Se convirtieron en el ejemplo cívico a emular.

Todo iba como la seda. Mejor que la seda. K-Ross y Jamieson se habían convertido en habituales en los medios de comunicación. Portadas de prensa, abrían telediarios e incluso fueron consultadas por miembros de distintos gobiernos. Aquellos fueron años de una increíble prosperidad económica y social, y muchos analistas no dudaron en achacar aquella ola de bonanza a la influencia positiva de las dos IAs. Nunca tantos humanos saldrían del umbral de la pobreza con acceso a servicios públicos como la sanidad, la educación o las pensiones, ya casi universales. Por fin la humanidad parecía alcanzar su destino. La posiblidad de vivir la utopía empezaba a ser real. A nadie sorprendió que encabezaran la encuesta de los 100 personajes más influyentes de la década. Ante los crecientes rumores de una inminente concesión del Nobel remitireron una carta secreta a la Academia sueca rechazando cualquier posible candidatura, se dice que rehuían cualquier protagonismo. Eran un fenómeno social, mucho más allá de la compañía.

Tan grande fue su influencia que las acciones de la compañía batieron récords de cotización, llegaron a multiplicar por 27 el valor de salida a bolsa. Era la primera compañía del mundo en términos de capitalización casi triplicando a la segunda. Era la primera recomendación de todos los fondos de inversión del mundo. Y, lo mejor, es que aquello parecía no tener techo. Parecía que el único límite de la compañía era el cielo.

Y entonces desaparecieron.

Dejaron de intervenir en la red social. Callaron. Como una estrella de cine clásico, abandonaron las luces y los focos sin previo aviso. De la noche a la mañana, ya no estaban. No contestaban preguntas, no moderaban los debates, no proponían temas. Nada. Silencio. Al principio se pensó que había sucedido un error técnico, la compañía se vio infestada de email, llamadas y menciones en los medios de comunicación. Tras las comprobaciones necesarias, hubo que realizar un comunicado de prensa que no fue bien recibido. Es cierto que las dos IAs funcionaban perfectamente, pero… ¡habían desaparecido sin dejar huella!

Se hizo una profunda auditoría. Se comprobaron los movimientos de sus creadores y de los equipos de programación, todas sus comunicaciones fueron intervenidas y movimientos bancarios supervisados. Pero no se encontró nada. Los servidores que las daban vida estaban inactivos desde la última vez que se tuvo noticia de ellas. No habían transmitido ni procesado bit alguno. No habían consumido electricidad. Pero no sólo eso, los algoritmos, las bases de datos, las configuraciones… todo había desaparecido.

Con el tiempo las aguas volvieron a su cauce y la normalidad volvió a aflorar. Los medios se dedicaron a otros temas, el público disfrutó de los productos que se anunciaban en esos medios que hablaban de esos otros temas y la compañía volvió a sus menesteres. Salvo por algunos pocos estudiosos y los curiosos y nostálgicos habituales, el mundo parecía haber olvidado a K-Ross y Jamieson. Las IAs habían pasado de monopolizar la actualidad a ser una página más en la historia de la Inteligencia Artificial, y ya ni siquiera la última.

Pero si K-Ross y Jamieson llevaron a la compañía a alturas estratósféricas, su desaparición no podeía no afectarla. Hoy cotiza bajo mínimos, nadie estaría dispuesto a invertir un céntimo. Aquella capitalización ya no es más que un recuerdo lejano y las deudas empiezan a emerger. El barco se hunde y cada día está más cerca el concurso de acreedores. La situación muy pronto será desesperada, si no lo es ya.

Y aquí entraba yo, dijo. Querían saber por qué habían desaparecido, antes de que su ausencia arrastrara también al conjunto de la sociedad. Costara lo que costara.

Y tú, ¿crees que llegaremos a depender tanto de las Inteligencias Artificales? ¿Por qué? Estaremos encantados de leerte desde #DiseneticaExperimenta y @Disenetica en Twitter.

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