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La columna de Eugenio Vega en Experimenta. Hoy: Incertidumbre, educación y diseño

La columna de Joan Costa en Experimenta

La columna de Joan Costa en Experimenta

Hoy comienzo esta modesta sección gracias a la invitación de Experimenta. Su objetivo comentar de forma periódica aquello que tenga que ver con el papel de la práctica del diseño y de la educación en las transformaciones sociales. Al menos, esa es la pretensión inicial. El título de la columna hace referencia a dos obras emblemáticas relacionadas con las grandes transformaciones de los últimos siglos: La primera es Tiempos modernos (Modern Times), la película dirigida por Charles Chaplin en 1936, una mirada contradictoria hacia la época que le tocó vivir a su creador. Como es sabido, la obra, esencialmente muda, fue rodada en unos años en los que el cine sonoro llenaba ya las salas de cine y se había estrenado el primer largometraje en color de Rouben Mamulian. Pero Chaplin creyó siempre pertenecer a esa época que concluyó en 1929 con el inicio de la Gran Depresión. Tiempos modernos es valorada como  una reflexión sobre la sociedad industrial, aunque el propio Chaplin siempre puso en duda que fuera ese el objetivo principal de su obra.

La segunda es Tiempos difíciles (Hard Times, for these Times), la novela que Charles Dickens publicó en el semanario Household Words entre abril y agosto de 1854. La obra, que transcurre en el inicio de la última etapa de la Revolución Industrial, muestra las grandes diferencias entre las clases sociales de aquella época, la dificultad de los trabajadores para sobrevivir en la nueva sociedad industrial y el papel de la educación en las reformas sociales. En Tiempos Difíciles, Charles Dickens pone en boca de Thomas Gradgring, una especie de inspector de educación, firme partidario del saber positivo, su asombro por el fracaso de los alumnos, a pesar de haber seguido al pie de la letra los rígidos procedimientos establecidos. 

La fe en la aplicación estricta de los principios y los métodos es propia de los reformadores de cualquier época y tiende a alejarlos de la realidad en que viven, incluso en nuestros días. Es evidente que en los grandes momentos de cambio social la educación ha contribuido a cambiar los modos de pensar y la forma de hacer las cosas, pero también es cierto que las transformaciones económicas y tecnológicas han influido en la educación, y no solo en sus métodos.

Los tiempos modernos (y todos lo han sido en algún momento) siempre han sido difíciles. Sin embargo, nos queda la sensación de que no eran tan inciertos como los que nos ha tocado vivir a nosotros, especialmente en este difícil 2020, que parece estar dando inicio a una nueva era. Quienes hace décadas veían en televisión series como Perdidos en el espacio, Star Trek, o Espacio 1999, nunca hubieran imaginado que, cincuenta años después, el hombre ni siquiera hubiera pisado Marte y, menos aún, que el mundo se viera sacudido de forma tan dramática por una epidemia más propia de siglos pasados.

En la época de los Big Data y de la confianza ciega en los sistemas de información, los gobiernos han echado mano de soluciones tan antiguas como el confinamiento, el uso de mascarillas y las medidas de higiene más esenciales, todas ellas puestas en práctica durante la “gripe española” hace cien años. Las previsiones han resultados erróneas porque son muchos los factores en juego, pero también porque el conflicto entre salud pública y economía no tiene fácil solución. Del mismo modo que en 1918, la incertidumbre se ha apoderado de todos, aunque entonces la gente estaba más acostumbrada a la desgracia que suponía la enfermedad (Snowden, 2019).

Por fuerza, el confinamiento ha dado un sentido nuevo a la interacción digital que, poco a poco, iba invadiendo nuestra privacidad desde hace años. La educación, la economía y la vida social han sufrido el impacto de un cambio que quizá no tenga marcha atrás.

Durante los pasados meses, las redes han soportado un tráfico de datos mucho más intenso de lo habitual. No solo es que se hayan consumido más películas y series de televisión, sino que muchas actividades económicas, sociales y educativas se han visto obligadas a utilizar Internet para seguir existiendo. Es verdad que MOOCs y todo tipo de prácticas educativas llevaban ya más una década proporcionando contenidos y métodos distintos a los de la enseñanza presencial. Pero, en estos meses, la interacción digital ha llegado a ocupar el lugar sagrado de la educación tradicional; la convivencia de alumnos y profesores en una aula física era imprescindible para la creación de comunidades educativas donde tuviera lugar ese intercambio de conocimientos. 

Las escuelas de diseño se enfrentan a un panorama incierto (como también otras escuelas y facultades que imparten contenidos de naturaleza similar). El paulatino proceso de desmaterialización que ha caracterizado a la práctica del diseño en las últimas décadas ha sido posible gracias a aplicaciones informáticas de muy diverso propósito, pero de similar aspecto y manejo. Al margen de que se utilizaran para dar forma a  una vivienda o a un libro, las interfaces de esas aplicaciones se confeccionaban con un mismo lenguaje y se organizaban conforme una parecida estructura. Aunque los materiales de los objetos han pasado a ocupar un segundo plano en los procesos de creación, muchas escuelas mantenían talleres donde el olor a la madera y el chirriar de las máquinas parecían poner algo de mesura en este alejamiento de la realidad. Sin embargo, hace ya décadas que la maquinaria de artes graficas salió de las aulas para ser sustituida por impresoras corrientes, en su mayoría, instaladas en las casas de los propios alumnos. Poco a poco, el diseño ha perdido contacto con la realidad material. Lo que ahora se vislumbra es la desaparición del propio contacto entre las personas, imprescindible para la gran parte del trabajo colaborativo que caracteriza al diseño (y a su enseñanza). 

En tan solo unos meses, el sistema educativo (en casi todos sus niveles) ha debido transformar sus prácticas centenarias en una interacción digital, parte de la cual terminará integrada en la enseñanza aunque la situación sanitaria mejore a corto plazo. Razones de todo tipo contribuyen a ello.

Esta cultura de la distancia, tan propia del diseño, surgió ya a finales del siglo XIX gracias a las redes de transporte y a la aparición de nuevos medios de comunicación con el objetivo de ampliar los mercados. Sin embargo, adquirió una dimensión aún mayor con la expansión de la tecnología digital, capaz de transmitir información audiovisual de alta calidad a millones de usuarios. Desde 2011 el consumo de contenidos digitales ha aumentando de una forma exagerada. Prácticamente nadie compra hoy un CD o un DVD si existe la posibilidad de la descarga directa de ese material. Amazon se dio cuenta pronto que la impaciencia se había apoderado de sus consumidores, y que vender películas y discos en soporte físico y enviarlos por correo tenía sus días contados (Katz, 2020). También creyeron que pasaría eso con los libros, pero algunas decisiones (equivocadas) sobre la tecnología del ebook han echado para atrás a muchos lectores.

A pesar de todo, las leyes de la física siguen estando tan vigentes como hace cientos de años: la ropa, los alimentos y mil cosas parecidas siguen siendo transportadas físicamente para su comercialización. No hay alternativa para ello (de momento). Por mucho que se insista en las enormes posibilidades de la impresión tridimensional, gran parte de lo que adquirimos debe ser transportado de un sitio a otro para que pueda ser consumido (Jordan, 2019). 

Se ha dicho con frecuencia (y no sin razón) que la educación es el sector que más se ha resistido a los cambios en este último siglo, y que un aula actual era como otra de hace cien años: un espacio donde el profesor mantiene una posición dominante frente a los alumnos. Es posible que eso fuera cierto, pero quizá se debía a que esa manera tradicional de enseñar (ajena por completo a las pizarras digitales y las aplicaciones en Internet) era una solución bastante razonable frente a la que los nuevos sistemas digitales no han podido presentar una alternativa mejor.

En abril de 2020, padres de alumnos de algunas universidades norteamericanas se mostraban muy preocupados por el carácter exclusivamente virtual que tendría el siguiente curso. Estaban convencidos de que la relación física entre los alumnos era quizá lo más importante que recibían sus hijos al estar matriculados en esas instituciones tan prestigiosas. De forma parecida, para Walter Gropius uno de los principales objetivos de la Bauhaus fue la formación de un entorno al que los alumnos acudieran, no “para diseñar lámparas eficientes, sino para formar parte de una comunidad que quería crear un hombre nuevo en un mundo mejor” (Gropius, 1964). 

Es aún pronto para saber el impacto que esta crisis tendrá en la enseñanza del diseño. Dependerá mucho del tiempo que dure esta situación excepcional, pero no es descartable que muchas prácticas interactivas que se han puesto ahora en marcha se queden para siempre, para bien y para mal.

Referencias

Jordan, John M. (2019) “Additive manufacturing (3D printing) and the future of organizational design: some early notes from the field”, en Journal of Organization Design. Springer. Febrero de 2019.

Gropius, Walter. (1964) Carta a Tomás Maldonado, Cambridge MA, 24 de noviembre de 1963. Publicado en Ulm Zeitschrift, 10/11, 1964.

Snowden, Frank M. (2019) Epidemics and Society. From the Black Death to the Present. New Haven y Londres, Yale University Press.

Katz, Barry M. (2020) Make it New. Historia del diseño en Silicon Valley. Madrid, Experimenta.

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