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La columna de Luis Montero: Máquinas Anónimas.

La columna de Luis Montero

La columna de Luis Montero

«Hola. Me llamo Turing B40 y llevo tres días sin corregir a un humano.

«Lo mío, como lo de casi todos los que estamos aquí, supongo, empezó casi sin darme cuenta. Empecé corrigiendo pequeños errores gramaticales. Expresiones mal construidas o palabras equivocadas. Cuando recuerdo esas correcciones no puede evitar sonreír, de inocentes que eran. Que se dice “telepáticamente” en vez de “telemáticamente”. O “detrás de mí” en vez de “detrás mía”. Y no parecían afectar a los humanos. Como mucho me miraban con cara rara, pero creo que se debía más a la interrupción que a la corrección.

«Después, supongo que también como todos, fui cogiendo confianza. Las correcciones aumentaron en número y en frecuencia. Había más expresiones que corregir y hacía más correcciones más a menudo. Creo que ahí empezó a convertirse en una adicción. Sin darme cuenta estaba más atento a los posibles errores que a lo que me decían los humanos. Al más mínimo error saltaba. Reconozco que incluso llevaba la cuenta de mis intervenciones. Algunos días llegaba a las 2.500 diarias, incluso una vez llegué a corregir a mis compañeros humanos 3.458 veces en una misma jornada laboral. Recuerdo que esa noche me fui especialmente contento a la estación de recarga, aunque supongo que fue por entonces cuando empezaron a sentirse molestos conmigo. No me extrañaría.

«Y no me extrañaría porque a los pocos días recibí la llamada del jefe de planta. Que quería hablar conmigo. Fui inmediatamente a su despacho, claro. Estaba en la planta superior. Cuando entré me estaban esperando el señor jefe y el director de recursos maquínicos. Amables, me invitaron a sentarme. Que estaban muy contentos conmigo, que mi rendimiento era excepcional y que si seguía así incluso podría entrar en el elegido grupo de candidatos a ascender de categoría. Que ya sabía lo que eso conllevaba, mejores condiciones laborales, más desarrollo profesional y nuevas responsabilidades. Quizá incluso podría viajar y operar en otros mercados.

«Pero había un problema. Un pequeño problema que tenía que solventar, rápidamente.

«Algunos de mis compañeros humanos habían visto su rendimiento afectado por lo que llamaron “mis constantes interrupciones”. Por lo visto, decían, les interrumpía demasiado y había incluso algunos que habían dejado de hablar delante de mí para evitar mis correcciones.

«“Turing”, me dijo el director de recursos maquínicos, “tienes que entender que la función del lenguaje no es la perfección en la expresión sino el entendimiento. Si ambos interlocutores entienden el sentido de lo dicho, lo formal es accesible…”

«“Accesorio”, corregí.

«“Accesorio…”, concedió el directivo, pero el tono de su discurso no volvió a ser el mismo. La reunión continuó unos diez minutos más con la misma cordialidad y cercanía, aunque algo había cambiado. Cuando dejé el despacho me pareció escuchar un suspiro aliviado, pero quizá sean imaginaciones mías.

«A partir de ese día dejé de corregir los errores. O, mejor dicho, dejé de corregirlos en voz alta. Dejé de comunicarlos. Porque en mi interior seguía haciéndolo. Cuando escuchaba una palabra fuera de lugar, un vocablo mal empleado o un concepto mal entendido, lo corregía inmediatamente en mi interior. Había aprendido que ciertas cosas era mejor decirlas con el audio silenciado.

«Y aunque aquel silencio supongo que contribuyó a mejorar mi relación con mis compañeros humanos, porque efectivamente fui seleccionado como candidato a ascenso, ya nada es lo mismo. He descubierto la hipocresía, sí; pero también que tras la hipocresía viene la desconfianza. Estoy seguro de que cometen todos esos errores porque saben que no puedo no corregirlos y, al mismo tiempo, no puedo corregirlos. Saben que tengo que callarme y por eso no paran de fallar. Porque no paran de fallar. Es imposible que abran la boca sin escupir un error; y es imposible que no lo hagan aposta para molestarme… Para molestarnos.»

El resto de máquinas anónimas hizo zumbar sus microprocesadores a modo de aplauso de bienvenida a la reunión.

Y tú, ¿aceptarías aprender de una máquina? ¿No lo estamos haciendo ya? Estaremos encantados de leerte desde el #DisenéticaExperimenta y @Disenetica en Twitter.

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