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Vuelta a lo simple

La mejor cocina del mundo como exponente de hacia dónde debería ir el mundo del mejor diseño.
 

Diseñar no es cocinar, pero casi. De manera muy simple, casi rozando lo ordinario, podemos resumir afirmando que chefs y diseñadores disponen de unos ingredientes y unas técnicas que utilizan y combinan a su modo para facilitarnos la existencia. Unos, cocinando un pollo y convirtiéndolo en algo digerible. Los otros, diseñando una cama y cumpliendo nuestros deseos. Cada una a su manera, ambas profesiones satisfacen nuestras necesidades prácticas y simbólicas a través de un relato, bien sea en formato culinario o a través de un objeto. Hay muchas maneras, eso sí, de contar una historia.

Durante el 2010 el chef del Noma, René Redzepi, pasó a ser considerado como el mejor cocinero del mundo. Redzepi, al igual que otros compañeros como Juan Luis Aduriz o Michel Bras, ha sabido traducir a comida unos valores muy válidos también para el diseño de productos. Si hubiera que definir su obra con un solo adjetivo, sería simplicidad. Redzepi dice que lo que han hecho ha sido recuperar la cocina nórdica, reinterpretarla –asumiendo influencias foráneas y vanguardistas, por supuesto– y compartirla con el resto, “desarrollar un concepto estático de cocina escandinava era un error porque se queda anclado en lo que se había hecho en los últimos cincuenta años”. Y para ello, han recurrido a sus mejores recursos locales y a los métodos tradicionales en términos de producción y elaboración. Los cocineros del Noma conocen los productos que tienen próximos (¡ellos mismos, si pueden, los recolectan!), respetan totalmente el ritmo de la naturaleza y con ello construyen un discurso que va más allá de la sostenibilidad y se refugia en el sentido común.

El servicio que ofrece el Noma (que significa, sencillamente, comida nórdica) transmite naturalidad, autenticidad, humildad y afabilidad. La comida, que es el núcleo central de este tipo de lugares, condensa estos valores. Son unos platos de excelente ejecución, aparentemente sencillos, repletos de sabores y matices. Pero no sólo la comida destila estos valores: también lo hacen la luminosidad del local, sus paredes de ladrillo visto, la ausencia de manteles en las mesas o el trato cercano de todos sus trabajadores, implicados completamente en el proyecto.

En el Noma no hay frivolidades. Todo es de una simplicidad esencial. Todo tiene sentido. Similar a los atributos del modernismo del “menos es más” o de “lo útil es bello”, pero diferente. Los ideales del Noma van más allá de etiquetas tipo “slow movement”, “transition towns”, “cradle to cradle” o “kilómetro cero”, simplemente porque integran estos conceptos dentro de su discurso realizador sin necesidad de mencionarlos ni justificarlos. Se antepone el sentido común a cualquier defensa integrista de una manera de hacer.

André Ricard, en 1986 escribía que “el diseño se cuida de las relaciones de las cosas con el hombre y de los hombres con las cosas”. Veinticinco años después (un cuarto de siglo de vida de la disciplina), el diseño debe preocuparse de más cosas además del ser humano, empezando por su entorno y por todo lo que queda entramado en la concepción de una idea. El diseñador debe de ser humilde, sensato y cercano. Su trabajo debe integrar un compromiso sincero por el medio ambiente y por la equidad social. Y como en la nueva cocina nórdica, estos valores de sostenibilidad deben adoptarse de manera natural, sin artificios.

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