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Sin rostro

Ya no nos asustamos por nada; nuestro ancestral miedo a seres de rostro desfigurado se ha ido atenuando con la insistente aparición de ejemplares en ese campo de batalla que llamamos información: la mujer sin culpa a la que vertieron ácido, el desesperado que se pega fuego, el inocente que acaba debajo de una rueda, la bella que quiere ser eterna… todos ponen la cara y la pierden.

Ya no hay monstruos, nada nos sorprende.

Texto: Grassa Toro
Imágenes: Pep Carrió

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