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Silepsis

Juventudes tradicionales, revoluciones muertas en pos de un futuro mejor. Temidos evangelistas de la nueva religión de la innovación.

La mejor villanía, para la aspirante a “nueva” Burguesía.

No se escuchan gritos. Hay que callar cuando hablan los guardianes de la verdad, informan a todos de sus planes para ese futuro, que acatemos bajo un sí señor. Todo bien trazado con el soporte de alguna compañía o “iniciativa”, dueto bailado de antemano.

La culpa es de todos, porque hoy en día existe un mundo de oportunidades. Culpables serán aquellos que no las aprovechan. Recelos de celosías, paseos y envidias.

Olvidando lo que era sonreír te atacan por vivir.

Nichos de deudas, para los cuales todo significa servir. Niños ricos que quieren ser. Da igual el que, todo vale, mientras sean emprendedores. En ello se han perdido la vida real, las emociones, las depresiones, las vísceras. Quedan obsesiones de éxito en el marco de un mundo que no le sirve a nadie, trabajo desde un mundo lleno de cinismo e hipocresía.

Uno se declara anatema en dónde se busca un beneficio sin límites, utilitarismos sin concesiones, de una mal interpretada moral burguesa en la que los empresarios simulaban estar preocupados por el bien común de las naciones y por el destino de sus trabajadores (1). Marcas personales amparadas en esas culpabilidades para justificar a cualquier precio: lo nuevo.

Por proteger a los demás, se erigen estandartes; no ya cometiendo el delito de decirle a alguien que está reprimido, sino llamando cobarde a alguien por señalar sus represiones.

Lo nuevo se ha convertido en algo automático, generado para que otra vez todo sea lo mismo. Ya no existe novedad, ni innovación solo hay “nuevas” formas de perpetuación de lo mismo…

Más de lo mismo.

No tiene sentido hablar de novedad si no se vive lo que se piensa. Sin reflexión que tiene haber detrás. Una palabra que ha perdido su sentido en boca de aquellos que toleran o admiten el conformismo, la integración y lo promueven.

Se lucha en las bocas de aquellos que están desesperados.

La posibilidad no viene de la riqueza, las posiciones acomodadas, de la ya siempre prostituida creatividad, o de la siempre suya capacidad para emprender. Existen posibilidades que nacen de las desesperaciones a las que sometemos sus destinos, lugares donde se ha perdido el miedo (2)  y sólo queda la lucha del vivir.

Cuándo son todos esos tipos “iluminados” innovadores (3), los que nos manejaron para generar más problemas y no solucionar ninguno.

No pido sus soluciones, no pido que me rescaten, no pido su ayuda.

Pido que me dejen en paz para levantarme, para ser un insurrecto de sus reglas.

Dejar de fantasear con futuribles y construir un presente.

Vivir el día a día, luchando por lo que se cree. Consciente de la probabilidad de estar equivocado.


(1) Rafael Argullol, “El molesto factor humano”, El País, 17.12.2011  

(2) p. 50 Amat Kiko, el día que me vaya no se lo diré a nadie, editorial anagrama, colección contraseñas, 2003, Barcelona 

(3) Pedro García Olivo, Prologo de “La sociedad desescolarizada” Ivan Illich, ed. Brulot, 2011 

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