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Diversidad = Innovación

En 1858, Charles Darwin redactaba su teoría de la evolución de las especies. Por esas fechas, Alfred Russel Wallace le envió un ensayo que describía esa misma idea. Ambos habían llegado, en definitiva, a las mismas conclusiones de manera independiente. Unos años más tarde, el estadounidense Charles M. Hall patentó una nueva fórmula para extraer aluminio de forma económica. Fue en 1886. Y fue en ese mismo año cuando al otro lado del Atlántico, Paul Héroult descubrió exactamente el mismo método. Otro caso: en 1935 el físico inglés James Chadwick ganó el premio Nobel por descubrir los neutrones, partículas del núcleo atómico sin carga eléctrica. Curiosamente, hizo el hallazgo justo al mismo tiempo que lo hizo el alemán Hans Flakenhagen, a quien le propuso compartir el premio, aunque éste rechazó la propuesta.

Picasso dijo que “los grandes artistas copian, los genios roban”. Puede que sea así. Aunque también existe una gran probabilidad de que, simplemente, llegaran a la misma solución porque partieran del mismo problema y siguieran un proceso de razonamiento análogo. Parece, pues, que hay poco margen para ser innovador. Todo está inventado. Siendo así hace un siglo o dos, no cabe duda que en el marco de globalización actual, este hecho se acentúa. Crees que has hecho algo nuevo y, de repente, aparece la misma idea en algún famoso blog de tendencias. Cualquier creativo de cualquier rincón del planeta tiene acceso a la misma información, bebe de las mismas fuentes, usa y ojea las mismas redes sociales, las mismas noticias y las mismas tendencias. En Youtube triunfan los mismos vídeos aquí y en Corea; en Pinterest todas las imágenes son parecidas; los jóvenes diseñadores del mundo siguen los mismos referentes del ámbito internacional. Es normal que todo se asemeje si todos partimos de las mismas bases. Queda poco margen para lo diferencial, lo creativo, lo realmente innovador.

El biógrafo de Steve Jobs nos cuenta que antes de salir al mercado el Iphone, Jobs no las tenía todas consigo, por cuestiones de aceptación cultural del producto. Dudas que se disiparon en un viaje a Estambul, donde se dio cuenta que los jóvenes turcos bebían el mismo café y usaban la misma ropa que en cualquier otro lugar. ¿Tenía razón Jobs cuando afirmaba que “no hay diferencias entre culturas ni países y que todo el mundo es igual”? La globalidad, por supuesto, tiene sus cosas buenas. Pero es un lastre que va en contra de la diversidad y de la innovación, ya que oprime lo genuino. Pensamos que aún queda margen para la innovación si fomentamos la tradición, lo pequeño, lo vernáculo, lo identificativo, las diversas maneras de pensar y de proceder de los habitantes de un territorio, en definitiva, la cultura de cada lugar. El modelo de Ikea ha sido hasta ahora el de uniformidad global. El de “yo diseño y tú consumes, no importa dónde”. Según Gerry Dufresne, del departamento de Diseño, parece que esto está cambiando y el diseño y los productos son más permeables al territorio que conquistan, adecuándolos a las necesidades particulares de cada lugar y teniendo en cuenta sus gustos, metodologías y otros aspectos culturales. La diversidad, las pequeñas diferencias,  son una fuente de innovación en un mundo globalizado. Y si Ikea da este paso, es que afortunadamente algo está cambiando.

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