Diseño en serio: la columna de Rodrigo Martinez en Experimenta

La columna de Rodrigo Martínez: Dame una “D”

En las últimas décadas se han dado pasos importantes en materia de especialización en el ámbito del diseño. La clasificación clásica -producto, gráfico, espacios y moda- se ha ido desdibujando en favor de nuevas especialidades intersticiales, o en ocasiones directamente reclamadas como una variante natural de las anteriores. Esta evolución ha contribuido también a la aparición de dudas y controversias. ¿Es una aplicación un producto “digital”?, y por lo tanto, ¿compete a los diseñadores industriales acometer esta tipología de encargos? Quizás el carácter digital del encargo pueda indicar que la interacción que se produce entre el humano y la interfaz física -la pantalla- se desprende de un encadenado de acciones en las que la disposición de elementos y por ello su representación gráfica es esencial… Entonces, ¿se trata de un encargo propio para un diseñador gráfico?

Es complejo dar una respuesta sin matices ante las preguntas anteriores, y sin ánimo de ejercer como juez, quizás podríamos llegar a un consenso al afirmar que ambos planteamientos y su reclamo por parte de las distintas áreas de especialidad son legítimos. Custodia compartida.

La búsqueda de una respuesta correcta se difumina dando lugar a una nueva conversación en torno a la emergencia de especializaciones y la definición de nuevos territorios: Diseñadores digitales, diseñadores de servicios, diseñadores estratégicos, … Sin embargo, ¿hasta qué punto se puede extender esta especialización? ¿Acaso no podría justificarse también un cierto grado de especialización ante el encargo por parte de sectores muy diferentes dentro de una misma especialidad? Por ejemplo, ante un encargo de una empresa radicada en el sector de la movilidad, y otra del sector del hábitat: Diseñador de movilidad, diseñador de hábitat… Esto me recuerda peligrosamente a la aparición televisiva del “ingeniero de lavavajillas” (un profesional especializado que recomendaba encarecidamente el uso de un producto de limpieza de dichos aparatos). 

La diversidad de condicionantes propios de cada sector complican la existencia de un diseñador total. Sin embargo, quiero apuntar que es precisamente la capacidad de afrontar lo incierto y moverse en entornos desconocidos una de las virtudes de los diseñadores. Adquirir el conocimiento sobre una temática que les es ajena, desarrollar soluciones incluyendo nuevas herramientas, entender las dinámicas de consumo y producción de un sector, … Nos obliga a estar en un ejercicio continuo de apertura hacia el conocimiento. Y con esto no me refiero a estar al tanto de los últimos avances, sino a estar dispuesto a afrontar un encargo ajeno a la experiencia previa, abrirse al consumo de literatura especializada variopinta, asistir a eventos, jornadas o foros en los que los sectores para los que trabajamos se ven interpelados, a formar equipos y redes de trabajo nuevas, confiando en que las soluciones pasan por una colaboración natural entre distintas disciplinas, actualizar las soluciones a nuevos estándares y formatos, atendiendo también al uso de nuevas herramientas. Y todo esto una y otra vez. En definitiva, la virtud reside en la importancia de aplicación de un método común con independencia del encargo.

Precisamente basándome en el método, de entre las distintas tareas que realizan los profesionales del diseño, me gustaría plantear otro tipo de especialización. Desde el trabajo de Bruno Munari en su obra Da cosa nasce cosa, se ha tratado de representar esquemáticamente una metodología proyectual, la del diseño, clarificando todos los pasos que están entre el problema y la solución. Estos pasos, que podríamos reducir a las cuatro etapas que propone el British Design Council en su doble diamante –discover, define, develop, deliver-, son en buena medida una forma de entender una nueva especialización: Profesionales que dominan en profundidad una parte del método. 

Hace pocas semanas un buen amigo me explicaba que necesitaba un perfil que le ayudase a interpretar una serie de conductas por parte de los agentes implicados en un servicio, para la modificación o planteamiento de un nuevo producto. Tenía claro que quería que fuese un diseñador, buscaba el método general. Pero ante la especificidad de las tareas, dedicamos un buen rato a poner una etiqueta al perfil; ¿service designer? ¿investigador de diseño? ¿quizás sea lo que las plataformas de búsqueda de empleo denominan user researcher? Más allá de la nomenclatura, la necesidad era clara: “Un perfil descubridor puro, sin la tentación de saltar a la definición de soluciones”.

Un buen diseñador ha de ser solvente en cada una de las cuatro etapas anteriormente mencionadas, pero cada una tiene valor en sí mismo. A las especializaciones basadas en la clasificación clásica del diseño, las emergidas tras la aparición de nuevas áreas o áreas intersticiales, o las basadas en la experiencia, debemos sumar la especialización por tareas. Una especialización que de forma natural ocurre en el contexto laboral. Cada sector, cada negocio, cada organización, tiene unas condiciones de contorno específicas que convienen la participación del diseño a través de distintos enfoques. Desde sectores en los que la madurez del mercado obliga a repensar la oferta, y por ello el descubrimiento y la definición de nuevas propuestas es una tarea vital, a otros en los que es necesario adaptarse de forma inminente al mercado y la competencia y por lo tanto el lanzamiento de soluciones (desarrollo y deliver -entrega-) son cruciales. 

¿Especialización?, ¿Qué “D” necesitas?

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