Diseño en serio: la columna de Rodrigo Martinez en Experimenta

La columna de Rodrigo Martínez: De lo bello y el arte a la borrachera del post-it

Ya he hablado en este espacio de la importancia que tiene para la disciplina la apertura y extrapolación de los procesos de diseño a otras funciones, alejándose de la mera configuración de soluciones. Mostrar el modus operandi relaja en gran medida la incertidumbre generada por un perfil profesional que habla un lenguaje y domina unas herramientas muy particulares. Sin embargo, en esta ocasión me gustaría advertir del exceso de información, y de los efectos adversos que puede tener un exceso de exposición de los misterios del diseño.

Admitámoslo, en muchos contextos no se han tomado suficientemente en serio el diseño. Todos tenemos en mente alguna situación en la que un colega de trabajo -o peor aún-, alguien de tu entorno cercano, alude con desparpajo a una de esas visiones del diseño que reducen nuestro trabajo al cliché. Una de mis situaciones favoritas -entiéndase por favoritas aquellas que me dejan más estupefacto- es cuando alguien se dirige al diseñador simplificando: “Eso ahora lo coge el diseñador y lo pone bonito”. Jaque mate. Tocado y hundido.

Pero tiene lógica esa conexión. Basta con echar un vistazo al pasado reciente y observar la relevancia de la estética, de la belleza o de la forma en catálogos, publicaciones y recopilatorios sobre el diseño del siglo XX. Aunque en menor medida, también en muchas de las publicaciones en lo que llevamos de siglo XXI.  Uno de los elementos comunes en estas publicaciones es el difuso tratamiento de los profesionales del diseño, refiriéndose a ellos como artistas. Creativos con una capacidad única. Iconos del diseño. Rockstars.

Hace pocas semanas un amigo nos comentaba el trabajo de un albañil en una pequeña reforma de su hogar. Tras decir lo contento que estaba con el trabajo, y lo bien que este profesional había resuelto alguno de los retos que presentaba el espacio a reformar, concluía: ¡Es un artista! En esta afirmación, sobreentendemos que entre los muchos profesionales de su ámbito, “ese” albañil tiene una capacidad única. ¿Un creativo con una capacidad única? ¿Un nombre propio entre su colectivo?

Volviendo al diseño, esta vinculación histórica con el arte ha sido con el paso del tiempo cada vez más perjudicial. Con excepción de aquellas industrias en las que la estética o la belleza son elementos clave de compra y por ello de la competitividad del sector en el que operan. Esta vinculación no ha hecho más que alejar a todas esas “otras” industrias en las que la estética o la belleza no son atributos clave de su oferta. O lo son, pero no prioritarios. Y precisamente esas industrias han sido las que más han tardado en tomarse el diseño en serio. Cambiar el chip diseño-arte por diseño-negocio no es tarea sencilla. Afortunadamente son cada vez más las industrias que utilizan el diseño de forma intensiva, porque se ha impuesto una visión de la disciplina vinculada a su propia definición: Una herramienta para la resolución de problemas.

Pero volvamos al inicio de este artículo, ¿Puede ser perjudicial mostrar en exceso el proceso de trabajo del diseño? Una sensación extraña recorre mi cuerpo cuando la oferta de estudios y agencias de diseño -por cierto, rebautizadas cada vez con más frecuencia como agencias de diseño estratégico- ofertan servicios de design thinking o cocreación acompañados de imágenes de murales o paneles repletos de notas adhesivas. Casi me produce el mismo incomodo que la defensa de sus soluciones por parte de aquellos diseñadores considerados a si mismos y por las industrias con las que trabajan como artistas -iconos-, aludiendo a su modo de comprender la vida, a su pátina estilística o simplemente, a su razón y expresión. Así, a la vinculación del diseño con el arte he podido sumar, por desgracia, la creciente vinculación entre diseño y post-it. A la frase “Seguro que el diseñador lo pone bonito”, he podido sumar la reacción “¿Hemos venido a pegar post-its?”. Ambas frases podrían acuñarlas las mismas personas. 

Quizás en el proceso de separación del diseño con el resultado formal de una solución, hemos querido explicar con detalle que nuestra metodología no se basa en el libre albedrío, si no que usamos herramientas que ayudan a objetivar las decisiones que tomamos. No buscamos la autoexpresión, como los artistas, si no que integramos en la solución aquellos elementos que hemos identificado como relevantes para todas las partes implicadas. Paneles o muros colaborativos en los que se organizan y ponderan ideas, se establecen conexiones o se priorizan distintas líneas de trabajo, son sin duda herramientas muy útiles. Pero en este caso, no podemos olvidar que el valor de esta práctica está en la información y los hallazgos resultantes de este proceso, y que completar el panel con un número indefinido de notas adhesivas no es el resultado en sí mismo.

Mi advertencia es por lo tanto la siguiente: No dejemos que nos asocien sólo con lo bonito, no dejemos que nos asocien sólo con el post-it. Perpetuar una imagen es muy peligroso. El diseño no sólo debe ser el resultado, pero el valor del diseño reside en el entregable, en sus conclusiones y valoraciones, y no en las herramientas que empleamos. Por último, una reflexión popular: El que calla otorga. Nos corresponde a nosotros explicar qué es -y qué no es- diseño.

La columna de Rodrigo Martínez: De lo bello y el arte a la borrachera del post-it
Ceci n’est pas design. Rodrigo Martínez, 2022.

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