Diseño en serio: la columna de Rodrigo Martinez en Experimenta

La columna de Rodrigo Martínez: Sobre las industrias culturales, creativas y el diseño

Qué complejo es este tema. Tanto que apetece dejarse llevar, como el que empieza a mover los pies o tamborilear con las manos cuando suena una de esas canciones pegadizas que compiten en las listas de éxitos. Sin darte cuenta has acompasado tu cuerpo y tus movimientos al ritmo vibrante de los bajos, sin apenas cuestionarte por qué lo haces. La letra está ya almacenada en tu memoria, y eso que ni siquiera te gusta la canción.

Hablar de cultura es harto complejo, más si cabe por las múltiples interpretaciones del término. Aunque ya he escrito sobre el constructo cultura de diseño, profundizando en esa ocasión en la comprensión del término cultura como un conjunto de conocimientos y factores que permiten el desarrollo de un juicio crítico sobre algo -el diseño-; me gustaría traer a este espacio una serie de preguntas sobre las que plantear mis reflexiones y las del lector: ¿Es el diseño una actividad cultural? ¿Debemos aceptar que el diseño sea concebido como una actividad enmarcada en las denominadas industrias culturales y creativas?

He de confesar que llevo semanas observando mis anotaciones, buscando la mejor estrategia para meterle mano a estas preguntas, llegando a la conclusión de que, en primer lugar, es necesario comprender la consideración de una actividad como cultural. En la medida en que una actividad o expresión humana es capaz de crear o generar rasgos identitarios contribuirá a la definición de cultura entendida como un conjunto de modos de vida y de costumbres comunes.

Alejándonos momentáneamente del ámbito del diseño, podemos afirmar que existe consenso en que la gastronomía es popularmente reconocida como un elemento clave en la cultura de muchas regiones del mundo. Este hecho es todavía más palpable en el caso español, siendo España un país mediterráneo donde la gastronomía se ha convertido en un patrimonio vivo que nos identifica. Podemos decir sin titubear que la gastronomía es parte de nuestro patrimonio cultural. De hecho, la llamada dieta mediterránea o el mediterranean way of life son denominaciones que sirven para hablar de un conjunto de valores identitarios asociados a un modo de entender la vida. Sin embargo, ¿Podemos considerar la gastronomía como una actividad cultural? Creo que, en ese ámbito, ese no es el debate. A pesar de que sea innegable que el reconocimiento interno y externo de la gastronomía lo vinculan con la cultura. Y un apunte más antes de volver a lo que nos ocupa, el diseño. A veces pasamos por alto algo que resulta una obviedad. Qué sencillo es entender esta vinculación con la cultura, cuando existen tantos y tan buenos embajadores, y cuando el papel de los profesionales de la gastronomía es fácilmente interpretado y comprendido por la sociedad.

Cabe señalar que el propio concepto de industria cultural ha ido evolucionando, y apenas queda rastro de la intención inicial con la que Theodor Adorno y Max Horkheimer acuñaban en la década de 1940 un término con el que criticaban duramente el sistema de distribución de la cultura en las sociedades capitalistas, reduciendo la cultura a un producto comercializable, impuesto por los medios de comunicación y los intereses económicos.

Más de medio siglo después, la guía para el desarrollo de las industrias culturales y creativas elaborada por la UNESCO en el año 2009 define estas industrias como el conjunto de sectores de actividad que tienen como objeto principal la creatividad, la producción o reproducción, la difusión y comercialización de bienes, servicios y actividades de contenido cultural, artístico o patrimonial. Completando esta definición, en las diferentes publicaciones de referencia hasta la fecha podemos encontrar definiciones que buscan, con buen propósito, poner en valor la creatividad y encontrar un nexo entre la cultura y la economía.

Entonces, ¿Es el diseño una actividad cultural? Me encantaría poder afirmar que el diseño está tan sumamente embebido en nuestra sociedad como para poder responder a esta cuestión con una sí rotundo. Sin embargo, me declino por pensar que no, que no lo es. Se me hace complejo defender que aquellos diseñadores que tienen el encargo de optimizar las capacidades de una organización, que traducen tecnologías emergentes en escenarios de uso, o que se acercan a las personas usuarias con herramientas que les permiten obtener información relevante para la creación de valor, hagan cultura.

Si bien es cierto que la creatividad es una de las herramientas o capacidades más importantes de los profesionales del diseño, tampoco la consideración del diseño como una industria creativa parece ser la definición más apropiada. Pensemos ahora en los profesionales del diseño que trabajan en transmitir los valores de una marca a través de sus símbolos, en los que forman parte de los equipos de innovación de una organización o en los que plantean alternativas de mercado más deseables o con mayor aceptación por parte de los consumidores. Si bien en estos escenarios la creatividad es importante, sería injusto acotar la aportación de esos profesionales a esta capacidad en exclusiva.

Concluyo compartiendo una opinión: Aceptar la inclusión del diseño en las categorías de las industrias culturales y creativas, es como aceptar que nos gusta la música que bailamos por inercia. Las letras pegadizas y los ritmos vibrantes son a la música lo que el conformismo y el parecido razonable ofrece esta categorización al diseño. Poner en valor el ejercicio de la creación y perseguir el reconocimiento de su impacto en la economía y el mercado es un argumento interesante sobre el que construir en todo caso un marco diferenciado y mucho más sencillo de entender que asumir que hacer diseño es hacer cultura. Además, estos marcos o categorías no tienen por qué ser excluyentes, puesto que es obvio que existen ejemplos en los que el diseño ahonda en la generación de signos identitarios, o se evalúa por su grado de creatividad.

Hemos aceptado la categorización del diseño en las industrias culturales y creativas porque resulta más sencillo entablar un diálogo desde lo conocido. Porque a pesar de las diferencias, este marco nos brinda un argumentario interesante. Nos hemos conformado con sintonizar una emisora en la que el mix musical no es tan malo. Sin embargo, me gustaría que nuestra actividad tuviese una consideración propia y hablar, sencillamente, de la industria del diseño. Aunque eso nos obligue a enfrentarnos a una partitura en blanco.

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