La columna de Raquel Pelta

La columna de Raquel Pelta: Con perspectiva de género

Lamentablemente, en los últimos meses, la denominada «violencia sexual por sumisión química» se ha convertido en noticia frecuente en los medios de comunicación. Desde 2015, los casos de violaciones y abusos cometidos mediante el uso de sustancias psicoactivas se han incrementado y las instituciones públicas se han visto obligadas, entre otras medidas, a poner en marcha campañas de comunicación cuya finalidad es la de concienciar y sensibilizar a la sociedad sobre el tema. Sin embargo, la realidad es que se dirigen principalmente a las mujeres, con el objetivo de prevenirlas de los peligros contra su libertad sexual de esta práctica delictiva. 

Algunas de esas campañas no han logrado escapar de la polémica. Este es el caso, por ejemplo, de la promovida por la Comunidad de Madrid titulada «Se llama sumisión química y es delito». Entre las críticas que ha recibido está la de que pone el foco en las víctimas y las responsabiliza de velar por su propia integridad personal sin alusión alguna a los agresores, un mensaje que no encaja con las directrices del Pacto de Estado contra la Violencia de Género, —aprobado en 2017—, en cuyo Eje 1, «1.2. Campañas», se indica expresamente que las campañas de prevención y sensibilización «deben focalizarse en el rechazo al maltratador, y presentar ejemplos de mujeres fuertes y valientes, sin recurrir al cliché de las víctimas». 

Partiendo de la base de que hacer campañas sobre asuntos de tanta gravedad no es fácil, la mencionada y otras similares a esta ponen sobre la mesa la necesidad de incorporar una perspectiva de género a la comunicación en general y a la publicidad en particular, porque, quizá, estemos ante dos de las actividades profesionales que han contribuido (y contribuyen) más directamente a perpetuar los estereotipos de género. Sin embargo, pueden hacer mucho por cuestionarlos y por erradicarlos.

Como estas, el diseño es, también, otra de las profesiones en las que «se trabaja» con las identidades de género, incluso sin que los diseñadores y las diseñadoras sean plenamente conscientes de lo que esto supone; no podemos olvidarnos de que su tarea se desarrolla mayoritariamente en un mundo de producción y consumo que diferencia, muy a menudo, entre artefactos, espacios, imágenes, mensajes… para hombres y para mujeres. Los reconocemos rápidamente y los etiquetamos como «masculinos» o «femeninos». 

Pero, como señaló Adrian Forty, los distinguimos tan claramente porque los diseños de los objetos muestran «su conformidad con las ideas aceptadas de lo que es propio de los hombres o de las mujeres, en otras palabras, a través de las nociones de masculinidad y feminidad, que no se refieren a las diferencias biológicas sino a la convención social» o, dicho de otro modo, a las ideas socialmente aceptadas sobre los rasgos de lo masculino y de lo femenino. 

Se ha afirmado que el diseño es una disciplina orientada a la creación de soluciones nuevas a problemas, pero, también, se ha comentado que esas soluciones satisfacen las necesidades del status quo vigente, desde el momento en que responden al encargo de un cliente que forma parte del mercado o de una institución que busca mantener el orden social. Se ha dicho, también, que el rol de los y las profesionales del diseño es el de mediar entre la producción y el uso o consumo. Sin embargo, esa mediación no es neutral porque en el proceso creativo influyen las estructuras sociales, culturales y políticas.

Por eso, y a pesar de los cambios sociales que han tenido lugar en las últimas décadas, se siguen diseñando productos «masculinos» y «femeninos», interpretando unos conceptos de género (más bien abstractos y variables según el tiempo y la cultura) que se traducen a unos códigos visuales tangibles a través de la apariencia que se proporciona a los objetos de uso cotidiano y que se manifiestan mediante determinados colores, formas, imágenes y materiales asociados a nuestras ideas sobre qué es lo característico de cada género. 

De este modo, en el diseño se da claramente una dicotomía estética, y las propiedades de los objetos, espacios y elementos de comunicación, se codifican en función de ello. Ahora bien, muchos de esos códigos que funcionan en la cultura occidental pueden carecer de sentido en otras culturas porque los atributos de la masculinidad y de la feminidad pueden ser diferentes y variar con el tiempo. 

Pero, además, esas formas reflejan una jerarquía de valores que se ve reforzada por el lenguaje verbal. Como ha puesto de relieve la historiadora sueca Yvonne Hirdman (2003), esa jerarquía pone de manifiesto que son más valorados los productos masculinos que los femeninos y que hasta en aquellos que se asocian a los dominios tradicionales de la mujer la jerarquización está también presente. 

La crítica feminista del diseño ha llamado la atención sobre estas cuestiones y ha desvelado los problemas que plantean los estereotipos de género, especialmente para las mujeres, sean diseñadoras o consumidoras. Ha denunciado, también, que «lo masculino» sigue siendo el estándar con el que se miden muchas de las cosas que nos rodean. 

Un ejemplo de esto último es el estudio realizado por Londa Schiebinger, Ineke Klinge, Inés Sánchez de Madariaga y Martina Schrauder entre los años 2011 y 2012, en el marco del proyecto «Innovaciones de género». En sus indagaciones sobre la repercusión de los accidentes de tráfico en las embarazadas, indicaron que los cinturones de seguridad convencionales no se ajustaban adecuadamente y que, a la hora de diseñar la seguridad de los automóviles, se ignoraban tanto las necesidades de estas mujeres como el peligro al que estaba expuesto el feto. De hecho, hasta fechas recientes los maniquíes utilizados para las pruebas de choque se han basado en un cuerpo masculino considerado la norma, que no solo difería del femenino sino, también, de todas aquellas personas cuya constitución no coincidía con la del modelo elegido. Según las autoras, en 2012, los maniquíes que representaban a mujeres embarazadas aún no se utilizaban en las pruebas de seguridad determinadas por el gobierno de los Estados Unidos ni por el Programa Europeo de Evaluación de Automóviles Nuevos. 

Siete años después, en 2019, Volvo denunció que el desarrollo de la seguridad en los automóviles continuaba siendo sexista porque la mayoría de los fabricantes seguían trabajando a partir de los datos obtenidos en las pruebas de choque realizadas exclusivamente con muñecos masculinos. Según las declaraciones de la empresa sueca, recogidas por Raúl Romo, las mujeres corrían «un mayor riesgo de lesionarse en el tráfico que los hombres» porque «son más propensas a sufrir latigazos cervicales que los hombres por su anatomía y fuerza corporal; otro aspecto determinante es el riesgo de lesiones en el pecho, lo que exige una protección adecuada tanto en las bolsas de aire frontales como laterales. También son específicas las necesidades de protección de la cabeza, especialmente en los casos de mujeres con una menor estatura por su posición dentro del vehículo y su cercanía al volante. Por último, resultan indiscutibles las exigencias concretas de las embarazadas […]». Este es un caso, pero podríamos hablar de otros muchos similares, en numerosas áreas de la vida cotidiana en las que habitualmente interviene el diseño. 

Judith Attfield (1937-2006), ya en la década de 1980, defendió que la práctica de nuestra disciplina contribuye a segregar los sexos al dotar a los artefactos de definiciones de género innecesarias y está implicada en la comunicación y la construcción de las identidades de género, al estar involucrada en la configuración del entorno y basada en supuestos sociales y culturales. No obstante, en su opinión, «el papel del diseño en la formación de nuestras ideas sobre las relaciones de poder entre géneros a menudo permanece invisible, mientras que, al mismo, tiempo, las hace concretas en el mundo cotidiano de los bienes materiales». 

Han pasado muchos años desde que esta historiadora del diseño escribió estas palabras y todavía seguimos cuestionándonos muy poco cuál es el papel de los diseñadores y de las diseñadoras en los procesos creativos y de producción que, en numerosas ocasiones (o casi siempre), incorporan significados de género. De hecho, un error habitual es relacionar el concepto de género con asuntos que conciernen únicamente a las mujeres. De ahí que, en materia de diseño, parezca que estos temas solo interesan y preocupan a las diseñadoras e investigadoras, como demuestra el hecho de que la mayoría de los artículos publicados estén firmados por autoras. 

Pero el género se refiere tanto a las identidades femeninas como masculinas, desarrolladas social, cultural e históricamente. En palabras del sociólogo Michael S.  Kimmel: «El género no es simplemente un sistema de clasificación mediante el cual los machos biológicos y las hembras biológicas se catalogan, se separan y se socializan en roles sexuales equivalentes. El género también expresa la desigualdad universal entre mujeres y hombres. Cuando hablamos de género, también hablamos de jerarquía, de poder y de desigualdad, no de una simple diferencia». 

El hecho de que las mujeres sufran situaciones de desigualdad afecta a toda la sociedad porque supone graves desequilibrios y una pérdida de recursos humanos. Por eso, si queremos que nuestras sociedades sean más justas, más sostenibles, más igualitarias…, la perspectiva de género nos compete a todos y a todas y de ahí que, también, incumba al diseño, en todas sus dimensiones.  

Como aseguraban Castañeda, Astraín, Martínez, Sarduy y Alfonso, el enfoque de género «no excluye, pero sí desborda el ámbito de los fisiológico para centrarse en la trama de influencias recíprocas que median entre factores biológicos ligados al sexo y las definiciones, las valoraciones que la cultura asigna diferencialmente a hombres y mujeres, todo lo cual determina las características que rigen las relaciones inter e intrasexo. A través de tal óptica emerge y se visualiza dentro de un determinado sistema, un patrón de necesidades, roles, riesgos, responsabilidades y acceso a recursos según sexo».  

La perspectiva de género permite analizar la realidad desde una mirada inclusiva para avanzar hacia la plena equiparación de los derechos de mujeres y hombres. Cuestiona, además, los estereotipos y abre las posibilidades a otras maneras de relacionarnos, a otros modos de socialización en las que tiene cabida la diferencia, a una redistribución más equitativa de los recursos, a encontrar soluciones a los desequilibrios de poder entre hombres y mujeres y, en definitiva, a la modificación de las estructuras sociales que producen buena parte de la desigualdad entre las personas. 

Es evidente que el ejercicio del diseño no es neutro, pero, también, lo es que no es fácil que los diseñadores y las diseñadoras puedan incorporar esta óptica si sus clientes —empresas, instituciones y organizaciones en general— no lo hacen. Existen, además, resistencias y prejuicios hacia esta perspectiva. Sin embargo, es fundamental que, al menos, en su papel de mediadores se esfuercen por introducirla y piensen en el impacto social que, en cuestiones de género, tiene el diseño. 

Referencias

Attfield, J. (1989). FORM/female FOLLOWS FUNCTION/male: Feminist Critiques of Design. En Walker, J.A. (ed.). Design history and the history of design. Londres: Pluto Press, pp. 199-225.

Castañeda, I.,  Astraín, M.E., Martínez, V., Sarduy, C. y Alfonso, A.C. (1999). Algunas reflexiones sobre el género. Revista Cubana de Salud Pública, 5(2). http://scielo.sld.cu/scielo.php?script=sci_arttext&pid=S0864-34661999000200004

Forty, A. (1986). Objects of Desire. Nueva York: Pantheon Books. 

Hirdman, Yvonne. (2003). Genus – om det stabilas föränderliga former. Estocolmo: Liber.

Kimmel, M.S. (2000). The Gendered Society. Oxford: Oxford University Press. 

Ministerio de la Presidencia, Relaciones con las Cortes e Igualdad. (2019). Documento refundido de medidas del Pacto de Estado en materia de violencia de género. Congreso + Senado. https://violenciagenero.igualdad.gob.es/pactoEstado/docs/Documento_Refundido_PEVG_2.pdf

Público (2022). Una campaña de la Comunidad de Madrid agita el terror sexual sobre la sumisión química poniendo el foco en las víctimas. Público, 22 de septiembre. https://www.publico.es/mujer/comunidad-madrid-pone-foco-victimas-no-agresores-campana-sumision-quimica.html

Romo, R. (2019). Volvo considera que la seguridad de los coches es sexista. El motor, 22 de marzo. https://motor.elpais.com/actualidad/volvo-considera-que-la-seguridad-de-los-coches-es-sexista/

Schiebinger, L., Kling, I., Sánchez de Madariaga, I. y Schrauder, M. (s.f.). Innovaciones de género en ciencia, salud & medicina, ingeniería y medio ambiente. Caso de estudio: accidentes de coche en embarazadas. http://genderedinnovationsesp.gendersteunescochair.com/index.php/caso_adcee/

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