La columna de Raquel Pelta

La columna de Raquel Pelta: Un diseño que cuida

En noviembre de 2020, la Bilbao Bizkaia Design Week tuvo como eje central la empatía. La organización me invitó a impartir una breve conferencia y decidí dedicarla al diseño y el cuidado, no solo porque, como todos y todas, en aquel momento estaba profundamente afectada por el impacto personal y social del COVID-19 sino, también, porque a lo largo de mi vida ya he vivido muchas situaciones en las que me ha tocado cuidar y ser cuidada. 

Pienso que, en nuestras sociedades cada vez más individualistas, valoramos poco el acto de cuidar y a las personas que cuidan y creo que, en nuestra disciplina, es hora de que nos planteemos la necesidad de una ética del cuidado. Por eso, desde aquella conferencia, he continuado investigando sobre la relación entre diseñar y cuidar. Así que hoy retomo algunas de las ideas que ya esbocé en aquel momento, consciente, como siempre, de que una columna no es un libro y que, por tanto, solo puedo apuntar algunas cuestiones básicas.  

Precisamente, poco antes de que la expansión del virus alcanzara el rango de pandemia, Laurene Vaughan afirmaba: «Gran parte de la práctica del diseño se ha convertido en una práctica de estar con otros. Podríamos decir que las personas se están convirtiendo en el material que [los diseñadores] están diseñando, ya sea en organizaciones, comunidades, o agrupaciones sociales».

Efectivamente, como ya comenté en mi columna anterior, el diseño es una profesión cada vez más relacional, hasta el punto de que se podría decir que, actualmente, uno de los materiales con los que trabajan los diseñadores son las relaciones. Es importante tener en cuenta que las profesiones relacionales suelen tener un componente de cuidado y quizá por esto, ahora estemos preguntándonos cómo puede cuidar el diseño. El asunto ha comenzado a ocupar un lugar, aún pequeño pero significativo, en los foros académicos y profesionales, posiblemente porque los diseñadores y las diseñadoras quieren tener más presencia en ámbitos como el de la salud, la inclusión social o la educación, por poner tres ejemplos; quieren estar ahí no solo para configurar espacios, objetos o mensajes, como han hecho siempre, sino, también, para contribuir a su mejora integral. 

En ese sentido, se podría decir que la pandemia ha sido un revulsivo porque, además de hacernos conscientes de la fragilidad de nuestras vidas, ha dado lugar a que, al menos una parte de la sociedad se haya dado cuenta de que es preciso impulsar una sociedad del cuidado y, para ello, contar con unas instituciones públicas que ofrezcan unos servicios de calidad. Asimismo, nos ha obligado a repensar cuál es el modelo de Estado de bienestar que queremos y cuáles son nuestros valores y compromisos como ciudadanos y ciudadanas. Ha provocado, también, que seamos más conscientes de la necesidad de cuidar y de ser cuidados. 

Ahora bien, cuidar tiene distintas facetas y, por tanto, no existe un concepto único de cuidado. Por eso, dice Reich que: «Las tareas para el futuro serán comprender mejor la riqueza y complejidad de la historia de la idea de cuidado […]. Esta historia no revela una idea unificada de cuidado, sino una familia de nociones de cuidado». 

Estamos, además, ante una noción que, en nuestras sociedades occidentales contemporáneas, en numerosas ocasiones, se emplea de modo superficial. Como expone la profesora María Puig de la Bellacasa, hoy en día, las empresas compiten por demostrar que nos cuidan y señala que «la gobernanza neoliberal ha hecho de cuidarse a sí mismo un orden omnipresente de moralidad biopolítica individualizada. Las personas están convocadas a cuidar de todo pero, ante todo, de “lo nuestro”, de nosotros mismos, de nuestro estilo de vida, nuestros cuerpos, nuestra forma física y mental, o de “nuestras” familias, reduciendo el cuidado a su caricatura más “parroquial”.»

Otras veces el concepto se presenta cargado de connotaciones negativas. El acto de cuidar se contempla como dependencia, fragilidad y obligación. Socialmente se entiende como una carga, como una actividad inferior, marginalizada, vinculada al ámbito privado y doméstico, llevada a cabo, sobre todo, por mujeres, la mayoría de las veces mal o nada remuneradas. 

Pero ¿qué pasaría si cambiásemos esa percepción? Emmanuel Tsekleves se pregunta esto mismo y señala: «¿Qué sucede cuando revertimos y convertimos las descripciones negativas del cuidado en unas más positivas? Por ejemplo, cuidar a un paciente es un privilegio de la enfermera, cuidar el medio ambiente es el campo de juego de todos; cuidar a una persona con discapacidad es la misión del Estado, cuidar a la abuela es la alegría de la familia, etc.» 

Aunque queda mucho por hacer para cambiar esas percepciones negativas, hay que destacar que las pensadoras feministas llevan décadas cuestionándolas y defendiendo que la acción de cuidar es un elemento esencial en cualquier sociedad. Frente al individualismo, cuidar es tejer redes de vida; significa interconexión e interdependencia e implica empatía, responsabilidad, generosidad, amabilidad, compasión, atención, afecto y la capacidad de escuchar las voces que son menos perceptibles. 

Cuidar tiene implicaciones éticas. En 1982, la psicóloga Carol Gilligan diferenció entre la ética de la justicia, —definida como el conjunto de teorías que, desde Kant, establecen como eje vertebral las normas o principios universales—, y la ética del cuidado, basada en la importancia de tener en cuenta la diversidad, el contexto y la particularidad, preocupada por la actividad de proporcionar cuidado y centrada en torno al entendimiento de la responsabilidad y de las relaciones entre las personas. 

Joan Tronto y Berenice Fisher, también desde la teoría feminista, ya decían en 1990 que cuidar «comprende todo aquello que hacemos para mantener, perpetuar y reparar nuestro “mundo”, de forma tal que podamos vivir lo mejor posible. Ese mundo abarca nuestros cuerpos, a nosotros mismos y nuestro medioambiente, todos ellos elementos que buscamos religar en una compleja red, como sostén de la vida.»

Más recientemente, en el ensayo «¿Riesgo o cuidado?», Tronto, basándose en otros autores (Ruddick y Noddings) asegura, que el cuidado es «un complejo conjunto de prácticas que se extienden desde sentimientos muy íntimos, como el “pensamiento materno” hasta acciones sumamente vastas, como la concepción de sistemas públicos de educación.» Plantea, también, que, pese a que el cuidado forma parte de los valores humanos esenciales, en las sociedades capitalistas se sitúa en los márgenes y no en el centro. En su opinión, «el mundo sería muy distinto si ubicáramos el cuidado más cerca de nuestros valores.» Esto supondría una alternativa real a unos modelos sociales que ya no funcionan. Desde esta perspectiva, el cuidado no se reduce a las profesiones del cuidado ni tampoco a sectores concretos y especializados. 

¿Y en estas nociones expandidas del cuidado, dónde podemos situar al diseño? 

Eso es lo que se está preguntando actualmente un sector cada vez más amplio del diseño. Como he comentado más arriba, el tema está en la agenda de los entornos académicos y en los foros profesionales. Al menos, así lo demuestran algunos de los proyectos y eventos promovidos por prestigiosas instituciones y organizaciones como el Design Council (programa «Design for Care», 2014), el Royal Institute of Technology de la Universidad de Melbourne (simposio «Designing Future Cities of Care», 2017), Imagination Lancaster (taller «Does Design Care…?», 2017) o NORDES (Nordic Design Research, congreso «Who Cares?», 2019), por mencionar cuatro de los más conocidos. 

Estos eventos han dado lugar a publicaciones que recogen interesantes reflexiones sobre el tema. De entre ellas me gustaría destacar «The Lancaster Care Charter», por su carácter de manifiesto. Elaborado por los participantes del taller «Does Design Care…?» (2017/2019), estos declaraban que, en un entorno de crisis global, muchos de los problemas que pueden observarse, son problemas de diseño. De igual modo, denunciaban que la disciplina había descuidado su responsabilidad de cuidar y defendían que se necesita una práctica profesional orientada al cuidado, que repare los daños causados, que se aleje del modelo del «diseñador como héroe» y que «en su lugar ofrezca una experiencia más humilde, pero no menos valiosa», involucrando a las personas de manera colaborativa. 

La relación entre diseño y cuidado no es reciente.  Además de estar implícita en la teoría social de nuestra disciplina, los diseñadores y las diseñadoras, aunque no de manera mayoritaria, son responsables de la creación de muchos de los objetos, espacios y comunicaciones que se emplean en el sector de los cuidados. Sin embargo, lo que está variando respecto a las perspectivas tradicionales es que, además, ahora quieren estar (o ya están) presentes en el desarrollo de servicios y sistemas, interacciones y experiencias, como respuesta a una idea del cuidado cada vez más amplia, que abarca no solo a las personas en todas sus dimensiones sino, también, a su entorno natural y construido. Es, sin duda, una de las consecuencias de la aparición de una manera de entender el diseño que trata de ocupar un lugar distinto al de mero proveedor de artefactos. 

Ahora bien, ¿cómo se concibe esa práctica profesional? ¿Cómo puede cuidar el diseño? ¿Existe algo que sea característico del diseño, en cuanto al cuidado? Estamos, todavía, en un momento inicial de reflexión y de teorización sobre el tema, de modo que existen distintas maneras de percibirlo. 

Así, por ejemplo, Emmy Pérez Fjalland y Kristine Samson consideran que no se trata de pensar en un área del diseño específica sino, más bien, en una práctica relacional con sensibilidad ecológica y compromiso ético y político. De manera algo similar, Ian Coxon y Craig Bremner (2019) proponen que el diseño aborde el cuidado desde una perspectiva ecológica que responda a una noción compleja y amplia, en la que el ser humano se comprenda en toda su diversidad fisiológica y psicológica. Para otros (Bjögvinsson, Ehn y Hillgren) supone pasar de diseñar cosas (entendidas como objetos) al diseño de cosas (ensamblajes socio-materiales). 

Laurene Vaughan distingue entre «diseñar con cuidado» y «diseñar para el cuidado» y establece una relación entre cuidado y empatía, aunque diferencia estos conceptos pues considera que esta última, como respuesta emotiva o afectiva, puede ser pasiva mientras que el cuidado es activo. La distinción que hace Vaughan es importante puesto que no siempre las acciones del diseño, aunque sean empáticas, cuidan. El profesor de filosofía Maurice Hamington lo expresa muy bien cuando dice que: «El cuidado se actualiza a través del desempeño. Los cuidadores deben “hacer” algo por los demás. El cuidado puede tener la empatía como base imaginativa, pero se realiza en actos individuales.»

Estos puntos de vista que acabo de mencionar son solo cuatro de entre los que han surgido en los últimos años. Como otros en la misma línea, demuestran que es preciso conceptualizar lo que significa el cuidado en términos de diseño así como plantearse si, frente a otras profesiones especializadas en los cuidados, existe algo que le sea específico a nuestro campo. Es necesario pensar en cómo puede cuidar el diseño porque es posible que «la falta de reflexión crítica sobre el cuidado obstaculice, en el mejor de los casos, el trabajo bien intencionado y, en el peor, tenga el potencial de causar un daño real a las personas», en palabras de Sarah y Richard Kettley.  

Estoy muy de acuerdo con estos autores porque, ciertamente, como sucede cuando hablamos de diseño social, a veces no basta con tener buena voluntad y buenos deseos. La línea que separa el cuidado y la dependencia es muy fina. No siempre sabemos cómo cuidar y el acto de hacerlo lleva aparejadas cuestiones morales, poder y toma de decisiones. Invita a plantearse cuáles son, realmente, las necesidades humanas y, una vez más, cuál es la responsabilidad de los diseñadores y de las diseñadoras. Pensar en un diseño que cuida es, desde mi punto de vista, preocuparse por el bienestar de las personas y actuar de manera responsable y respetuosa con ellas y con su entorno. Se trata, como decían Tronto y Fisher, antes citadas, de «mantener, perpetuar y reparar nuestro “mundo”, de forma tal que podamos vivir lo mejor posible» y eso no se reduce a una nueva especialidad del diseño.  

Referencias

Bjögvinsson, Ehn, Hillgren (2012). Design Things and Design Thinking: Contemporary Participatory Design Challenges. Design Issues, 28 (3) pp. 101–106.

Coxon, I. y Bremner, C. (2019). Who cares?… But first, what is the who, and what is care? Nordic Design Research Conference,  2019: Who cares?, 8, pp. 1-8. https://archive.nordes.org/index.php/n13/article/view/481 

Douglas, M. y Vaughan, L. (2019). Performing a Practice of Care. A Dialogue. En Vaughan, L. (ed.) (2019). Designing Cultures of Care. Londres/Nueva York: Bloomsbury, pp. 221-228.

Fjalland, E. L. P., y Samson, K. (2019). Reparative Practices: Invitations from Mundane Urban Ecologies. Nordic Design Research Conference,  2019: Who cares?, 8. http://www.nordes.org/opj/index.php/n13/article/view/472 

Gilligan, C. (1982). In a different voice: Psychological theory and women’s development. Harvard University Press.

Hamington, M., (2010). The will to care: Performance, expectation, and imagination. Hypatia, 25(3), pp.675-695. https://www.jstor.org/stable/40928645?refreqid=excelsior%3A9fca6b4994788bc353240ca099bdc74b 

Kettley, S. y Kettley, R. (2017). Conceptualising radically careful design. En Rodgers et al. Does Design Care? An International Workshop of Design Thought and Action. Lancaster: Imagination, Lancaster University, pp. 19-27. 

Puig de la Bellacasa, M. (2017). Matters of Care: Speculative Ethics in More Than Human Worlds. Minneapolis: University of Minnesota Press. 

Reich, W. T. (2004). History of the Notion of Care. En: Post, S. G. (ed.) Encyclopedia of Bioethics, 1, 3ra edición. New York: Macmillan, pp.349-359.

Rodgers, P.A. et al. (2019). The Lancaster Care Charter. Design Issues, 35 (1), pp. 73-77. DOI: 10.1162/desia00522

Tronto, J. C. y Fisher, B. (1990). Toward a Feminist Theory of Caring. En Abel, E. K. y Nelson, M. K. (eds.). Circles of Care. Nueva York: SUNY Press, pp. 36-54.

Tronto, J. (2020). ¿Riesgo o cuidado? Buenos Aires: Fundación Medifé. https://www.fundacionmedife.com.ar/riesgo-o-cuidado

Tsekleves, E. (2017). Is care a shared responsibility or shared value? An opportunity for exploration using design fictions. En Rodgers et al. Does Design Care? An International Workshop of Design Thought and Action. Lancaster: Imagination, Lancaster University, pp.7-10.

Vaughan, L. (2019). Design as a Practice of Care. En Vaughan, L. (ed.) (2019). Designing Cultures of Care. Londres/Nueva York: Bloomsbury, pp. 7-18.

3 opiniones en “La columna de Raquel Pelta: Un diseño que cuida”

  1. Maravilloso artículo. No sólo me quedo en la forma (sabe escribir de una manera que llega a todo el mundo), sino que se nota que controla estos temas tan cogidos con pinzas por otros.
    He decidido pasar sus artículos a mis alumnos de Madrid, son verdaderas fuentes de conceptos y teorías.

  2. Me ha gustado muchísimo leerte, realmente es muy importante que se cuestione todo lo que comentas alrededor del cuidado, y es muy buena noticia que el sector del diseño, comience a tratar e integrar esta parte importante del humanismo. Gracias por tu artículo!!

  3. Interesante artículo, abre una perspectiva que muchos diseñadores y diseñadoras no contemplan, en la profesión aún hay un concepto de creativo/va, de diseñar objetos, cuando lo que se necesita es diseñar ecosistemas sociales y ambientales, basados en tres premisas, que sean buenos, útiles y necesarios, desde un enfoque colaborativo, y como dice la autora, desde la humildad, hay excesivo ego en el mundo del diseño.
    Hay que pensar más y diseñar menos.
    Gracias por iluminar el mundo del diseño

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