La columna de Joan Costa en Experimenta

La columna de Eugenio Vega: Modos de ver, modos de creer

Turner es mejor que Claudio Lorena y Canaletto, sostiene Ruskin, porque puede demostrarse que sabe más de los efectos naturales que sus predecesores. Pero “esta verdad no pueden distinguirla aquellos sentidos que no han sido educados” (Ernst Gombrich, 1977).

I

El escritor John Berger y el diseñador Richard Hollis convirtieron en libro una serie de la BBC, Ways of Seeing, emitida hace algo más de medio siglo. Hollis diseñó el libro de modo que mantuviera las características de la obra audiovisual; para ello dispuso una única columna (en un tiempo en que dominaban las retículas complejas) y se limitó a situar las imágenes allí donde eran citadas.

Como recordaba el propio Berger en las páginas introductorias, muchas de las ideas contenidas en el ensayo que da inicio a la obra, “habían sido tomadas de otro, escrito cuarenta años antes por el crítico y filósofo alemán Walter Benjamin”. Aquel texto no era otro que La obra de arte en la era de la reproducción mecánica (Das Kunstwerk im Zeitalter seiner technischen Reproduzierbarkeit), uno de los más manoseados desde su primera publicación en 1936. 

II

Berger explicaba en la serie de televisión (y en el libro) la percepción del arte pictórico desde el siglo XV hasta la llegada de las vanguardias. Venía a decir que “la manera en que vemos las cosas debe mucho a lo que sabemos y a lo que creemos” (Berger, 1972, 8), una afirmación difícil de discutir. Es más, como recordaba Gombrich, también la manera en que representamos la realidad tiene mucho que ver con nuestros conocimientos y nuestras creencias (Gombrich, 1977, 221). 

En Art and Illusion, Gombrich recordaba cómo los aprendices se iniciaban en el arte de la pintura copiando cuadros de otros artistas antes de atreverse a hacerlo del natural. De esta forma, asimilaban los patrones (si se quiere, los trucos) que los pintores más diestros utilizaban para reproducir lo que veían. Esto explica por qué las pinturas de una época incurrían en las mismas inexactitudes y solo podían salir del error cuando algún avance técnico (la cámara oscura o la fotografía) proporcionaba nuevos modelos para comprender esa realidad que tenían delante de sus ojos. (Gombrich, 1977, 134).

La columna de Eugenio Vega: Modos de ver, modos de creer
Las tentaciones de San Antonio Abad, obra Joachim Patinir, que se ocupó del paisaje, y de Quinten Massys, encargado de las figuras, debió pintarse en Amberes hacia 1524. Óleo sobre tabla, 155 x 173 cm. Museo del Prado. Los personajes aparecen vestidos con ropa del siglo XVI aunque San Antonio Abad debió vivir en el siglo IV de nuestra era. Los rostros de las figuras responden a estereotipos y no retratan a personas concretas.

Basta comparar las pinturas del siglo XVI con las del siglo XVII (las de Patinir y Massys con las de Velázquez) para convencerse que los patrones de representación cambiaron por la influencia de alguna tecnología que proporcionó (de forma esclarecedora) “nuevos modos del ver” (Snayder, 2017) . La ciencia acabó con el misterio del realismo, para bien o para mal. La fotografía despojó a la pintura de su secreto al dejar sin sentido su inclinación por la anécdota (que no era un asunto menor) y confundió a la humanidad animando la aparición de las vanguardias.

La columna de Eugenio Vega: Modos de ver, modos de creer
Fragmento de La fragua de Vulcano, pintado por Velázquez en Roma en 1630. Óleo sobre lienzo, 223 x 290 cm. Museo del Prado. Los personajes no representan estereotipos, son retratos de personas reales que debieron posar para el pintor. Es muy posible que Velázquez utilizase una cámara oscura para preparar esta obra.

III

Hoy vemos las pinturas del pasado de manera muy distinta a como eran vistas cuando fueron creadas, no solo porque las contemplemos (según dicen) rodeadas del aura de un objeto sagrado, sino porque sus temas y sus técnicas nos resultan exóticos. En esa peculiar manera de comprender la pintura occidental hay implícita una idea de progreso en la que el arte avanza gracias al impulso de artistas que “se adelantan a su tiempo”. Para la gente común no es fácil aceptar esas innovaciones. Como saben los publicitarios, no todos los consumidores están dispuestos a comprar los productos que acaban de salir al mercado, prefieren esperar un tiempo hasta que esas novedades se integran en la vida social.

En un pasaje de Los Buddenbrook de Thomas Mann (1901), Gerda, la sofisticada esposa del protagonista, pide a Edmund Pfühl (profesor de piano poco amigo de las novedades) que toque unos arreglos de Tristán e Isolda de Richard Wagner. Mientras ella tararea la melodía, a Pfühl le cambia la cara hasta que interrumpe la ejecución con gran enojo: “Yo no toco esto, mi querida señora. Seré su más devoto servidor, pero ¡esto no lo toco! Esto no es música…” (Mann, 1965, 339). 

Gerda, amable y seductora, intenta calmar a su apreciado instructor con los argumentos que utilizan quienes ven el arte como algo sujeto a un constante progreso.

“Pfühl, sea justo y tómese este asunto con serenidad. La forma tan inusual en el uso de las armonías le confunde… En comparación, Beethoven le parece puro, cristalino y natural. Pero Beethoven también desconcertó a sus contemporáneos, acostumbrados como estaban a los estilos tradicionales… Y el propio Bach, ¡por el amor de Dios!, le acusaron de carecer de armonía y claridad […] Créame, Pfühl, esta música está más próxima a su manera de ver las cosas de lo que usted cree” (Mann, 1965, 340).

Las reticencias que despierta Wagner en la actualidad poco tienen nada que ver con su música. Sus fragmentos más conocidos se utilizan en la publicidad más comercial, incluso en anuncios de juguetes. 

Gerda creía firmemente que Wagner era un artista incomprendido, adelantado a su época. Era cuestión de tiempo que sus obras fueran aceptadas por el público, como lo habían sido las de Beethoven o Bach. El propio Pfühl, que no dejaba de repetir que las obras de Wagner no eran más que “juegos malabares y sofismas”, llegó a apreciar aquellas formas innovadoras. Al principio fueron ciertos pasajes de Los maestros cantores que consideró dignos de elogio, “y, a partir de ahí, comenzó a surgir en su interior una pasión cada vez más fuerte por aquel arte” (Mann, 1965. 340)

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Imagen de la serie de televisión Buddenbrooks que Franz Peter Wirth dirigió en 1979 para la Hessischer Rundfunk, la televisión del estado de Hesse. y que puede contemplarse en este enlace. La escena puede verse (con subtítulos en inglés) en este enlace.

IV

El martes 26 de noviembre de 1975, la segunda cadena de Televisión Española dedicó su espacio Lecciones magistrales (de una hora de duración) a la obra de Karlheinz Stockhausen, uno de los grandes compositores del siglo XX (Teleprogama, 1975). En el transcurso de la emisión se incluyó la interpretación de Zyklus, con la participación del percusionista Tristan Fry, muy conocido en ese ambiguo mundo que entonces llamaban rock progresivo. Un año antes, en Nocturno, la televisión pública no tuvo reparo en programar la obra orquestal (en cuatro movimientos) Livre pour orchestre de Witold Lutosławski (Teleprograma, 1974). Como es lógico, estas emisiones no pudieron competir en audiencia con lo que emitía la primera cadena, pero hoy sería imposible que ninguna televisión emitiera en ese horario música contemporánea. Y aunque quizá Lutosławski tenga cierta aceptación, Stockhausen sigue en la nevera del arte monumental y poco conocido. Si su música no era popular hace cincuenta años, sigue sin serlo hoy, como sucede con gran parte del arte moderno producido en la segunda mitad del siglo XX y en lo que llevamos del siglo XXI.

La columna de Eugenio Vega: Modos de ver, modos de creer
Stockhausen (a la izquierda) recibe el premio Edison junto a la cantante de ópera Anneliese Rothenberger y el director de orquesta Edo de Waart. Ámsterdam, viernes 3 de octubre de 1969. Quincy Jones y Barbra Streisand recibieron este premio en otras categorías en más de una ocasión. Fotografía de Eric Kock. Nationaal Archief.

La ausencia de popularidad de una obra de arte no pone en duda ni su calidad ni su interés. Pero disfrutar de las obras de Carl André o Marina Abramović (y comprender su profundo sentido) requiere instruirse mediante la lectura de monografías y ensayos no siempre amenos. Gracias a ese esfuerzo podemos insertar esas obras en todo eso que la gente educada debe saber para sobrevivir en las reuniones sociales y que Dietrich Schwanitz llamaba simplemente “cultura” (1999).

¿Existen obras de arte que puedan disfrutarse sin más, sin saber nada de nada? Parece que no, pero algunas son más fáciles de comprender que otras. No hace falta devanarse mucho los sesos para ver un cuadro de Sorolla y encontrarle algún sentido, aunque no sea el que su autor quiso darle. 

Según Berger, no hay continuidad entre el arte tradicional (interesado en la representación) y las vanguardias del siglo XX (ocupadas en sí mismas). En su opinión, “es un error considerar a la publicidad como algo que viene a sustituir el arte de la Europa postrenacentista; en realidad, es la última y moribunda manifestación de ese arte” (Berger, 1972, 39). Hobsbawm estaría seguramente de acuerdo.

Referencias

Benjamin, Walter (1936) „Das Kunstwerk im Zeitalter seiner technischen Reproduzierbarkeit“ en Gesammelte Schriften. Fráncfort del Meno, Suhrkamp Verlag, 1991.

Berger, John (1972) Ways of Seeing. Londres, Penguin.

Mann, Thomas (1965) Buddenbrooks. Fráncfort del Meno, Fisher Bucherei.

Gombrich, Ernst (1977) Art and Illusion. A study in the psychology of pictorial representation. Londres, Phaidon.

Snyder, Laura (2017) El ojo del observador. Johannes Vermeer, Antoni van Leeuwenhoek y la reinvención de la mirada. Barcelona, Acantilado.

Schwanitz, Dietrich (1999) La cultura. Todo lo que hay que saber. Madrid, Taurus.

Wirth, Franz Peter (1979) Buddenbrooks. Serie de televisión de la Hessischen Rundfunk para la ARD.

Teleprograma, 17 de junio de 1974. Edición nacional.

Teleprograma, 24 de noviembre de 1975. Edición Barcelona.

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