La columna de Chema Aznar

La columna de Chema Aznar: “Hedonista virtuoso”1

Hoy la tecnología se ha ido diluyendo en el proyecto; su ejecución, formalización, producción o distribución son proyectadas mediante técnicas sofisticadas, cuya finalidad es educar al usuario en la aceptación del producto. 

Este hecho ha provocado una acumulación acelerada de cosas (residuales o no) que no son verdaderamente necesarias, que constituyen espacios o artefactos a veces irreconocibles, perdiendo consistencia, valor en todos los sentidos. Es más, entendido como una suma de objetos con discursos arrogantes, en vez de un todo efectivo y significativo. Los objetos reclaman presencias egoístas, primando más la eficiencia cuantitativa en su consumo (en términos de eficacia en el consumo, esto es, consumista), traducida en anhelos por los que esa cantidad de deseo se reproduce en estorbos.

Entran en una constante en la que repercute en un espacio, metaforizado; se muestra como un laberinto de espejos de feria en el que todo es reflejado, siendo difícil discernir entre lo que es real y lo que es imagen reflejada… inauténtica. Consecuencia del delirio de hacer sin reflexionar en el proyecto, considerando solo aspectos formales, pero planificando el producto, servicio o sistema como “instrumentos, accept that”, adoptando el imperativo “consume más”, por el que los usuarios (las personas) pasan a ser un “medio” y no una finalidad compleja en sí misma. La experiencia es valorada solo desde axiomas comportamentales descritos por trusts altamente especializados. 

El resultado es una teleología planificada de los sistemas, aplicando la obsolescencia (interesada, planificada), inutilizado el producto, debido a una exclusión representacional o tecnológica, impuesta. Y “al no poder ser actualizada” se convierte en residuo, esto es porque no entraría en las preferencias del momento en el mercado, dictadas por tendencias “más bien artificiosas”. 

Esta situación es insostenible, podríamos estar cerca, si es que no hemos llegado ya, de un escenario como nos describe Philip K. Dick: 

 (…) En realidad, surgía de todos los objetos que tenía a la vista, como si él –el silencio– se propusiera reemplazar todos los objetos tangibles. Por eso no solamente afectaba a sus oídos sino también a sus ojos: mientras contemplaba el aparato de televisión inerte sentía el silencio como algo visible y, a su modo, vivo. ¡Vivo! (…) El silencio del mundo no podía refrenar su codicia. Y menos ahora, cuando ya virtualmente había vencido.2

Estamos en tiempos en que nada es persistente, al contrario, es fluido: la realidad es proyectada desde un sentido superficial, y se hace imposible amarrar la realidad. En la modernidad, el arte o la cultura -y entre ellos el diseño- estaban fundamentados preferentemente en la materialidad, sometidos según qué tiempo, a la crítica o reflexión. El esfuerzo sería asumir otra vez este pensamiento, arrogarse las responsabilidades referidas desde la ética y estética del espacio material, situándolas en nodos de sentido reconocidos. 

Las soluciones entre las empresas productoras y el proyecto no deberían estar circunscritas a valoraciones en el sentido de inmediatez, sino en la búsqueda de planteamientos derivados de una conciencia reflexiva, proyectada hacia un “producto sostenible”, resiliente, implicando conceptos que validen la excelencia, apreciada en sí misma como objeto o sistema, asegurada desde una proyección compartida, hacia un nueva magnificencia en la que estén involucrados todos los que intervienen en el proyecto. Parafraseando a Giovanni Cutolo, un proyecto que tuviera como meta la solución de productos de lujo podría más que confiarse al cuidado de un “hedonista virtuoso”. Kant en su Crítica del Juicio, con el fin de contrastar y ampliar lo dicho: 

“Por lo que una producción del arte hace efecto de la naturaleza, cuando se halla que las reglas, conforme a las cuales únicamente esta producción (…) no deja aparecer el esfuerzo, que no descubre la forma de la escuela, y no recuerda en cierto modo qué regla estaba en los ojos del artista y que encadenaba las facultades de su espíritu”.3

“Hedonista virtuoso”1
Sedia de Gio Poni, superleggera para un “hedonista virtuoso”

G. Cutolo apunta en principio que los productos con el tiempo y por su “reproducción” en lo esencial se convirtieron en “productos socialdemócratas”. Las empresas que fabricaban productos para el espacio destinado al hábitat dotaron al producto de una intencionalidad, referida a vender más cantidad, a partir de un “imaginario pervertido”, venido preferentemente del mueble milanés y con más intensidad en estos últimos tiempos del modelo finlandés. Supuso la sistematización integral de los procesos, buscaba un precio asumible desde un vocabulario sistémico, interpretado óptimamente, planificado, decidido entre los últimos estertores del estilo posmoderno, y desde la metáfora formal de lo ecológico-sostenible.

Durante los dos últimos decenios del siglo XX esta categoría estilística se trasformaría a partir de las aplicaciones técnico-productivas y sobre todo de un márquetin y publicidad inteligentes, promocionando el producto en Occidente, asequible desde un concepto y como una promesa electoralista convertida en eslogan: “calidad de vida”. Ezio Manzini, en su excelente libro “Artefactos hacia una nueva ecología del ambiente artificial”, señala, entre otras cosas: 

“Una cultura capaz de realizar unos artefactos que vuelvan a estar “Hechos-con-arte”, es decir, productos nacidos de la atención por el detalle, del amor por la vida de las cosas en su relación con la de los hombres y con el ambiente, expresiones sutiles y profundas del ingenio y también de la sabiduría humana.”4

La propuesta iría entonces hacia un proyecto que participara, desde un contexto preciso, anticipando un análisis reflexivo, conteniendo valoraciones desde todos los sentidos y no solo hacia referentes como exigencias prácticas o de tipo sintáctico-formal, sino de adecuación. Y se haría investigando las evoluciones antropológicas y culturales, profundizando en las experiencias de las personas, indagando en aspectos interactivos de relación, proponiendo convenciones novedosas, orientándolo hacia verdaderas soluciones que fueran un “lujo” respecto a la búsqueda de excelencia en la calidad, proporcionando espacios con sentido. Desde un contexto local, cercano, cooperativo e interactivo en su producción del producto. Según lo dicho por Kant “(…) no dejará aparecer el esfuerzo, que no descubre la forma de la escuela, y no recuerda en cierto modo qué regla estaba” y en este caso, con las debidas reservas los usuarios se trasformarían en “hedonistas virtuosos”.

Citas

Cutolo, Giovanni. Lujo y diseño. Ed, Santa and Cole Barcelona 2005.

K. Dick, Philip. ¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas? Ed. Minotauro.

Kant, Inmanuel. Critica del juicio. Ed Austral

Manzini, Ezio. Artefactos hacia una nueva ecología del ambiente artificial. Celeste Ediciones. Experimenta Ediciones de Diseño.

Aznar, Chema. Incidencia y reflexión: pensamientos en torno al diseño de producto. Ed. Experimenta

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.