La columna de Raquel Pelta

La columna de Raquel Pelta: Bailando con los problemas

Una buena parte de las definiciones del diseño, como profesión, contienen la idea de que su objetivo es la resolución de problemas. De hecho, en los últimos años, con la irrupción del Design thinking en distintos ámbitos, esa visión se ha reafirmado y expandido. Se trata de una noción ligada a la tradición racionalista del pensamiento que, como ha sucedido en casi todos los campos del saber, ha ocupado un lugar destacado en el nuestro. Responde, asimismo, a la pretensión de mejorar la calidad de vida de las personas que, desde hace más de un siglo, ha arraigado en nuestra disciplina.   

Sin embargo, desde hace varias décadas, los y las profesionales del diseño se preguntan cuáles son los problemas que pueden resolver, si son realmente problemas, si lo que hacen realmente es solucionarlos o, si, por el contrario, causan nuevos. Como señalaba el profesor de teoría del diseño Wolfgang Jonas en 1993, el concepto de diseño como resolución de problemas puede ser apropiado en cuanto al proceso cognitivo, pero, en el contexto social, resulta engañoso: «Una mirada a la dinámica del mercado, con sus nuevas “soluciones” para “viejos problemas”, con su invención de “problemas” para nuevas “soluciones”, plantea dudas respecto a esta comprensión». Este mismo autor apuntaba que: «Los diseñadores se dan cuenta de que el diseño no proporciona la solución a los problemas existenciales, sino que es más bien en sí mismo una parte de ellos». 

Tanto en el diseño como en otros dominios, —y en especial en los de las ciencias sociales—, la manera de abordar los problemas ha ido variando con el tiempo, en función de las distintas teorías que han predominado en cada época. Así, por ejemplo, desde una perspectiva analítica y en línea con el positivismo, se ha entendido que para tratar un problema primero hay que identificarlo y aislarlo, dividiéndolo en partes; después se interviene en su causa y resolución. Con la aparición del enfoque sistémico —cuyos orígenes se remontan a los años cuarenta del siglo XX— se impulsa una aproximación multidisciplinar en la que hay que buscar las causas en relación con el contexto y con diferentes subsistemas. Desde las décadas de 1960 y 1970, la teoría de la complejidad ha aportado nuevas perspectivas y en su intento de lograr una comprensión integral del conocimiento, ha diferenciado entre problemas complicados y problemas complejos.

El profesor de sociología de la Universidad de Trento, Roberto Poli señala que: «Los problemas complicados tienen su origen en causas que pueden distinguirse individualmente; pueden abordarse pieza por pieza; para cada entrada al sistema hay una salida proporcional; los sistemas relevantes pueden ser controlados y los problemas que presentan admiten soluciones permanentes». Esas soluciones suelen ser tener un carácter técnico, ser lineales y tienden a ser predecibles. 

Por lo que se refiere a los problemas complejos, este autor los describe como resultantes «de redes de múltiples causas que interactúan y que no pueden distinguirse individualmente; deben tratarse como sistemas completos, es decir, no pueden abordarse de manera fragmentaria; son tales que pequeños aportes pueden producir efectos desproporcionados; […] no pueden resolverse de una vez y para siempre, sino que requieren ser gestionados sistemáticamente y, por lo general, cualquier actuación se convierte en nuevos problemas como resultado de las intervenciones que los tratan». Esto se debe a que en ellos se dan una serie de variables que desconocemos y eso impide analizar el problema con precisión. Según los expertos en liderazgo David Komlos y David Benjamin, son problemas para cuya resolución se requieren creatividad y respuestas innovadoras que, sin embargo, nunca se solucionan por completo. Por eso, como dice Poli, siguiendo a la científica Donella Meadows (1941-2001), se trata de reconocer su naturaleza y aprender a «bailar con ellos». 

Aunque puede parecer que los problemas a los que se enfrentan los diseñadores y las diseñadoras son complicados, la realidad es que, en nuestras sociedades actuales, encajan mejor en la categoría de complejos. Hoy en día, por ejemplo, no cabe pensar en la imagen corporativa de una empresa sin tener en cuenta que cualquier compañía afronta problemas de estrategia desconcertantes, como ha dicho John Camillus. Menos aún es posible dejar de lado el impacto medioambiental de cualquier diseño ni, tampoco, concebir los espacios públicos sin tener en cuenta que son lugares de diversidad y de convivencia entre distintas personas y culturas. 

Hay problemas, además, que superan lo complejo y, entonces hablamos de «problemas perversos», un concepto que se generó en nuestro campo y que ha permeado con gran éxito en otras áreas del conocimiento como, por ejemplo, las ciencias sociales. Actualmente se aplica a una gran variedad de situaciones como son el cambio climático, el terrorismo, la inmigración, la política en torno a las drogas, la salud pública, la planificación urbana y la pobreza, entre otras. 

En 1973, Horst Rittel (1930-1990) y Melvin Webber (1920-2006), profesores de planificación urbana de la Universidad de California, en el artículo «Dilemmas in a general theory of planning» manifestaron que las transformaciones que estaban teniendo lugar en las sociedades modernas habían introducido nuevos problemas para los que la calificación de complejos no expresaba plenamente su significado y para cuyo tratamiento los profesionales no estaban preparados. Frente a lo que ellos denominaron «problemas domesticados» (tamed problems), propios de las sociedades industriales, propusieron la noción de «problemas perversos» (wicked problems) para referirse a aquellos que escapaban del modo tradicional de afrontarlos porque «jugaban» con quienes intentaban resolvernos ya que, muchas veces, empeoraban ante cualquier tentativa de solución. 

Son problemas esencialmente únicos puesto que, aunque tengan una apariencia similar, no hay dos iguales. No tienen una formulación clara ni soluciones evidentes. En palabras de Churchman, refiriéndose a las ideas de Rittel —que había sido profesor de metodología del diseño en la Escuela de Ulm entre 1958 y 1963—, los «problemas perversos» son un tipo de problemas «del sistema social que están mal formulados, en los que la información es confusa, hay muchos clientes y tomadores de decisiones con valores en conflicto, y donde las ramificaciones en todo el sistema son completamente confusas. Se supone que el adjetivo “perverso” describe la calidad dañina e incluso maligna de estos problemas, en los que las “soluciones” propuestas a menudo resultan ser peores que los síntomas». 

Rittel y Weber pusieron de relieve que, en general, los problemas de diseño son complejos, abiertos e indeterminados y están deficientemente definidos y mal estructurados. Se caracterizan por la concurrencia de una amplia gama de factores determinantes, parcialmente conocidos, que abarcan distintos niveles. 

Por eso, se ha insistido en que las diseñadoras y los diseñadores están acostumbrados a tratar con este tipo de problemas. Lo hacen desde el razonamiento, pero, también, desde la suposición y la toma de decisiones, muchas veces, intuitiva. Según Christiane Herr: «Definir y comprender los problemas de diseño dados requiere concebir posibles soluciones: la información necesaria para comprender un problema depende de la idea del diseñador para resolverlo. Concebir y desarrollar un escenario de solución, al mismo tiempo, está ligado a una concepción del futuro: durante los procesos de diseño, se desarrollan imágenes de un futuro deseable para guiar un proceso de planificación y acción que eventualmente se aproximará a una selección de esas imágenes. Los procesos de diseño se dirigen hasta cierto punto hacia ideales de diseño utópicos, que se desarrollan a partir de predicciones, así como de deseos y esperanzas.»

Afrontar «problemas perversos» requiere una metodología específica, —en función del problema—, muchas veces experimental, sin olvidar que su singularidad no permite confiar en soluciones predefinidas o previas, basadas en asuntos similares. Se precisa un enfoque amplio que contemple que hay más de una interpretación y solución y que no siempre se pueden conseguir resultados claros y estables que demuestren la eficacia de las soluciones. Esto puede generar malestar profesional y dudas sobre el alcance del diseño como disciplina profesional. Quizá, por eso, es preciso discutir e investigar más sobre la naturaleza de los problemas que tratan los y las profesionales del diseño. 

El asunto da para mucho. Obliga a pensar en diferentes aspectos como, por ejemplo, las propias definiciones de los conceptos de problema y de mejora, el esquema «problema-solución», el alcance de las soluciones propuestas, los métodos y la aplicación de recetas y fórmulas infalibles, la naturaleza de la investigación que realizamos, la aspiración a la verdad objetiva y la vinculación entre el diseño y el paradigma tradicional del pensamiento científico, entre otros.

Implica, también, plantearnos si no estaremos siendo un tanto arrogantes cuando consideramos que podemos ser observadores externos, capaces de comprender cualquier situación en todos sus aspectos y de proporcionar la solución óptima. En ese sentido, muchas veces se nos olvida que somos parte de la solución, pero, también, del problema, que pertenecemos a las sociedades para las que diseñamos y que siempre, queramos o no, estamos inmersos en lo que acontece en ellas. 

Precisamente, el cuestionamiento sobre las capacidades de las diseñadoras y de los diseñadores para resolver problemas de gran magnitud es, quizá, una de las causas del escepticismo que algunos muestran respecto al alcance de enfoques y ámbitos de práctica como el diseño de servicios, el diseño estratégico, el diseño especulativo, el diseño social, el diseño para la innovación social, el diseño para el cambio de comportamiento y el diseño sostenible, entre otros. 

Una de las críticas es que cuando el diseño expande mucho sus áreas de competencia, se disuelve su identidad y pierde sentido y significado. Si bien, efectivamente, puede haber cierto peligro de dilución en esa ampliación, quienes demandamos una mayor presencia en ámbitos de la sociedad que no solo son los del mercado, no lo hacemos desde la omnipotencia de quien cree que por sí solo puede arreglar el mundo ni desde la arrogancia del que piensa que sabe de todo.  Conocemos los límites del diseño y no pretendemos que sea ni un talismán ni la panacea universal; simplemente, pensamos que la complejidad del mundo actual y los problemas a que esta da lugar requieren nuestra presencia en el trabajo conjunto con profesionales de otros campos. 

La perspectiva de Rittel y Weber aportó una categorización de los problemas, pero, sobre todo, significó un reconocimiento honesto de que existían dificultades para solucionar ciertas situaciones, coincidiendo con una etapa histórica de grandes transformaciones sociales. Ahora, casi cincuenta años después de su artículo, en un mundo en el que se está produciendo un cambio de paradigmas y los problemas se presentan a escala global y de modo interconectado, la reflexión sobre la resolución de problemas y, en especial, sobre los «problemas perversos» sigue siendo pertinente y relevante para nuestra disciplina profesional porque, además de dar lugar a una revisión de nuestro papel en la sociedad, puede ayudarnos a identificar nuestros sesgos, nuestros límites y posibilidades reales, nuestros conflictos de valores y las incertidumbres inherentes a cualquier proceso de diseño. 

Referencias

Camillus, J.C. (2008). La estrategia como problema perverso. Harvard Business Review, 86 (5), pp. 76-85. 

Churchman, C.W. (1967). Wicked Problems. Management Science, 14 (4), pp. B141-B142. http://www.jstor.org/stable/2628678

Herr, C. M. (2002). «Generative architectural design and complexity theory». Proceedings of 5th International Conference Generative Art. Milán: Politécnico de Milán, pp. 16.1-16.13. https://www.soddu.it/ [Fecha de consulta: 16/03/2022]. 

Jonas, W. (1993). Design as Problem-Solving? or: Here is the Solution – What was the Problem? Design Studies, 14(2), pp. 157-170. DOI: 10.1016/0142-694X(93)80045-E

Komlos, D., Benjamin, D. (2019). Cracking Complexity: The Breakthrough Formula for Solving Just About Anything Fast. Boston: Nicholas Brealey

Poli, R. (2013). A Note on the Difference Between Complicated and Complex Social Systems. Cadmus Journal, 2(1), pp. 142-147. https://www.cadmusjournal.org/node/362

Rittel, H.W.J., Webber, M.M. (1973). Dilemmas in a General Theory of Planning. Policy Sciences, 4 (2), pp. 155-169. http://www.jstor.org/stable/4531523

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