En mi anterior columna os comenté que, en algún momento, escribiría algo sobre el carácter inter y transdisciplinario del diseño, un tema que me parece esencial para entender muchos de los nuevos enfoques y prácticas que, desde hace algo más de dos décadas, están surgiendo en nuestro campo. Así que aquí voy, aunque el asunto es tan complejo que pretender «ventilarlo» en unos cuantos párrafos es, sin duda, caer en una excesiva simplificación y, quizá, banalización. Espero que sepáis disculparme, pero, al fin y al cabo, una columna no pretende ser un tratado.
Para situarnos un poco, creo que es necesario explicar brevemente qué entienden los expertos por inter y transdisciplinar, dos términos que están en boca de todo el mundo, pero que, en muchas ocasiones, se confunden entre sí y con otros conceptos como los de multidisciplinar y pluridisciplinar —que son enfoques acumulativos, no integradores— o, también, con el de trabajo cooperativo o en equipo, que, aunque es una de las características de las prácticas inter y transdisciplinares, no es la única. Lo cierto es que ambos son vocablos tan polisémicos y etéreos, —como dice el filósofo y sociólogo Edgar Morin—, que se pueden entender de diferentes maneras. Así, algunos los relacionan con la reunión de distintas disciplinas para tratar una misma cuestión y otros los relacionan con el intercambio, la cooperación y la interacción.
En lo que sí parece haber coincidencia es en que la interdisciplinariedad es más que la simple yuxtaposición de varios puntos de vista disciplinarios porque su fin es la colaboración entre especialistas, la complementariedad e incluso la integración entre disciplinas. Según Darbellay «se basa en un intercambio acordado de objetivos, métodos e idiomas específicos para cada una de las disciplinas involucradas en el proceso de coproducción de conocimiento», cuyo propósito es «contrarrestar “la ceguera del especialista”, desafiando el “carácter territorial del poder a través del conocimiento” para reemplazarlo por un “poder compartido”.»
La transdisciplinariedad supone un paso más porque, como observan Martínez, Ortiz y González, es el nivel más complejo de interacción entre distintas disciplinas. De algún modo, conlleva una fusión entre estas y exige compartir un objetivo central común, así como establecer un alto grado de cooperación entre ellas, con implicación consciente y democrática por parte de quienes participan en el proceso. Gracias a ello, se construye un lenguaje híbrido; aparece una epistemología nueva; surgen una visión estratégica consolidada y un proyecto de transformación consciente y creativo y se alcanza un alto nivel a la hora de encontrar soluciones a problemas concretos.
Decía el sociólogo Thomas Bottomore (1920-1992) que la transdisciplinariedad comporta el que las disciplinas adopten «el mismo conjunto de conceptos fundamentales, o algunos elementos del mismo método de investigación, para hablar de manera más general, el mismo paradigma» o, dicho de otro modo, también en palabras de este autor, «una visión del mundo».
Para Morin —uno de los principales valedores de la perspectiva transdisciplinar—, comporta una serie de esquemas cognitivos que pueden atravesar las disciplinas. Según la Carta de la Transdisciplinariedad, es una respuesta a «un crecimiento excepcional del saber, lo que vuelve imposible toda visión global del ser humano» que aparece ante la necesidad de resolver problemas sociales cada vez más enrevesados.
Precisamente frente a esos problemas complejos y ante los cambios que están sufriendo nuestras sociedades, el papel de los diseñadores y de las diseñadoras «se ha expandido hacia una interpretación más completa y diversa de las relaciones físicas, psicológicas, sociales y culturales entre los productos y los seres humanos», como decía el profesor Richard Buchanan, ya en 1992.
Ahora los profesionales tienen que enfocar esos problemas de nuevas formas y para ello han de incorporar una óptica de investigación que les permita entenderlos como sistemas, más que como elementos individuales. Y no solo eso: desde hace algunos años, el diseño se está definiendo como una actividad de búsqueda e identificación de problemas, más que únicamente de resolución, como se había considerado durante décadas.
Esta nueva posición obliga a ensanchar los ámbitos disciplinarios y, en consecuencia, apremia a una colaboración más estrecha entre los y las profesionales del diseño, los especialistas de otras áreas y los usuarios (como expertos de sus experiencias), porque lograr el conocimiento global del mundo, al que se aspiraba en la Antigüedad, hoy es imposible.
Por eso, un sector creciente de diseñadores y diseñadoras está defendiendo que es necesario establecer vínculos profundos y significativos con otras disciplinas, al entender que su labor tiene un impacto social, económico y medio ambiental notable y que no es posible abordar los proyectos sin pensar en las consecuencias de las decisiones que se toman durante su desarrollo.
Pero, el diseño ¿es una disciplina orientada a la interdisciplinariedad?
La respuesta es sí porque se ubica en la intersección de distintos campos del saber. Ken Friedman ha comentado que es, por naturaleza «una disciplina interdisciplinaria e integradora» y lo relaciona con seis dominios: 1) ciencias naturales, 2) humanidades y artes liberales, 3) ciencias sociales y del comportamiento, 4) profesiones y servicios humanos, 5) artes creativas y aplicadas y 6) tecnología e ingeniería.
Colaborar con otros profesionales siempre es parte fundamental del trabajo de los diseñadores y de las diseñadoras y se podría decir que constituye la esencia misma de su quehacer, especialmente en las fases de definición e identificación de problemas y necesidades, aunque, también, pueda darse en otras etapas proyectuales.
Pero, además, si tenemos en cuenta que la interdisciplinariedad implica trabajo conjunto, con una interacción real entre dos o más disciplinas, en la que se produce una transferencia de metodologías y de conceptos con el fin de coproducir conocimiento e, incluso, dar lugar a nuevas prácticas o áreas de investigación —como describe Darbellay— diremos nuevamente que sí, que el diseño se orienta a la interdisciplinariedad.
De hecho, ya existen interesantes casos de colaboración interdisciplinar, por ejemplo, en los ámbitos de la salud y los servicios públicos, donde nuestros profesionales están aportando sus métodos y, a su vez, están enriqueciéndose con los de otros investigadores y expertos. Eso sí, aunque la colaboración es estrecha, cada disciplina aporta sus propios esquemas conceptuales porque la interdisciplina no comporta la disolución de las disciplinas. Como dice Dias, «el fundamento del espacio interdisciplinar no está en la negación de las fronteras disciplinares sino en la superación de esas fronteras». No se intenta, tampoco, eliminar las diferencias metodológicas porque estas son el punto de partida para analizar la realidad más profundamente. Quizá por esto, en un mundo en el que el saber se ha especializado posiblemente en exceso, la interdisciplinariedad sea algo más asumible y fácil de alcanzar que la transdisciplinariedad.
¿Y qué hay de las prácticas transdisciplinares en diseño?
Todavía son bastante escasas, no solo porque en otras disciplinas se ignora lo que puede aportar el diseño a la hora de enmarcar y encontrar soluciones a los problemas, sino, también, porque para trabajar de manera transdisciplinar se necesita un nivel de conocimiento suficiente de lo que se hace en otros campos del saber y eso, en estos momentos, casi no existe ni en el nuestro ni en muchos otros, pues nos hemos acostumbrado a las barreras de la especialización.
La transdisciplinariedad implica una fusión entre disciplinas y eso conduce a transgredir las propias normas disciplinarias para poder establecer una colaboración fructífera. Obliga, también, a reconocer que todas las personas pueden contribuir con sus saberes y que el conocimiento propio es siempre parcial e incompleto. Exige generosidad intelectual e integridad, así como capacidad para desarrollar nuevas formas de trabajar; requiere mecanismos estructurales que permitan gestionar la complejidad y, sobre todo, precisa de cambios en las actitudes de los profesionales ya que implica romper con la rigidez de las divisiones disciplinarias y eso nunca es fácil ni rápido.
Mejía y sus compañeros han apuntado que la trandisciplinariedad significa no solo atravesar las fronteras disciplinarias, sino, también, diferentes sectores de la sociedad para incluir a todas las partes implicadas o afectadas. Por eso consideran que las prácticas del diseño pueden ser especialmente relevantes en los proyectos transdisciplinares porque se centran en «hacer» para resolver, pero, además, ayudan en el abordaje de los problemas.
McCardle, Angus y Trott piensan que el diseño puede desempeñar un papel transdisciplinario bidireccional en proyectos colaborativos y que su presencia en los equipos de investigación científica puede tener efectos muy positivos por varias razones, entre otras por la capacidad de los diseñadores y diseñadoras para construir modelos de representación y simulación que permiten desbloquear el conocimiento implícito.
Si bien aún queda bastante para que el diseño transite por el camino de la transdisciplinariedad, estamos en una etapa de exploración para averiguar cuáles son sus posibilidades, límites y dificultades. Sin duda, esa indagación es necesaria porque tanto la perspectiva transdisciplinar como la interdisciplinar ya están en nuestro presente y, con toda seguridad, formarán parte de nuestro futuro más inmediato. Tal vez muchos piensen que son cuestiones para la especulación que solo interesan en los entornos académicos y científicos pero la colaboración con «los otros» es el día a día de la práctica profesional y no deberíamos conformarnos con recibir un simple brief.
Dice el profesor Joel Towers que: «[…] un sello distintivo emergente de los diseñadores en la actualidad es, precisamente, su capacidad para interactuar de manera productiva con una amplia gama de otras fuentes de conocimientos y experiencias. En un mundo acosado por problemas intratables, cuya complejidad desafía la resolución dentro de los términos de cualquier perspectiva profesional única, la colaboración entre disciplinas se está convirtiendo en una condición sine qua non de la acción efectiva». No puedo estar más de acuerdo con él.
Referencias
Bottomore, T.B. (1983). Introduction. En Apostel, J-M. B., et al: Interdisciplinarité et sciences humaines, París: Unesco, pp. 9-18.
Buchanan, R. (1992). Wicked Problems in Design Thinking. Design Issues, 8 (2), pp. 5-21.
Darbellay, F. (2014). Rethinking inter- and transdisciplinarity: Undisciplined knowledge and the emergence of a new thought style. Futures, 65, 163–174. https://doi.org/10.1016/j.futures.2014.10.009
Dias, A. (2013). Interdisciplinaridade na contemporaneidade e na educação. Form@re. Revisa do Plano Nacional de Formaçao de Professores da Educaçao Básica/Universidade Federal do Piauí, v. 1., no. 1, pp. 3-24.
De Freitas, L., Morin, E. y Nicolescu, B. (1994). Carta de la transdisciplinariedad. Convento de Arrábida, Portugal. En: http://www.filosofia.org/cod/c1994tra.htm
Friedman, K. (2003). Theory construction in design research criteria: approaches, and methods. Design Studies, 24, pp. 507-522. doi:10.1016/S0142-694X(03)00039-5
Martínez, F., Ortiz, E. y González, A. (2007). Hacia una epistemología de la Transdisciplinariedad». Humanidades Médicas, 7 (2).
McCardle, J., Angus, R., Trott, J. (2019). Transdiciplinary Design Practices in Education: A Complex Search for Innovation in Nature. Proceedings of the 21st International Conference on Engineering and Product Design Education (E&PDE 2019), 12-13 de septiembre de 2019, University of Strathclyde, Glasgow. Loughborough (Reino Unido): Loughborough University, s.p. https://doi.org/10.35199/epde2019.96
Mejía, G.M. et al. (2018). An emerging role for design methods in transdisciplinary practice». Proceedings of the 24th Symposium on Electronic Art. Durban, Sudáfrica: ISEA 2018, pp. 67-71.
Morin, E. (1998). Sobre la interdisciplinariedad. Redes Sociales y Complejidad, 2, pp. 11–17. Buenos Aires.
Towers, J. (2012). Letter from the Dean. The Journal of Design Strategies, 5 (1), p. 1.