La columna de Joan Costa en Experimenta

La columna de Eugenio Vega: Diseño, ceremonia y confusión

“Declaro ante los presentes que mi vida, ya sea mucha o poca, estará dedicada a su servicio y al de la gran familia imperial a la que todos pertenecemos” (Isabel II, 1953).

I

En mayo de 1986 (es decir, hace mil años), la Asociación Española de Profesionales del Diseño (AEPD) y la Universidad de Oviedo organizaron unas Primeras Jornadas de Diseño del Principado de Asturias. En ellas intervinieron conocidas figuras del momento como Alberto Corazón o Jordi Maña en intervenciones que concluían cada jornada con un debate sobre los temas expuestos.

El segundo día, el filósofo Gustavo Bueno intervino con una larga charla que llevaba por título “La ceremonia del diseño” (Bueno, 1986).  Aunque la conferencia fue pronunciada en castellano, la ausencia de traducción simultánea impidió que algunos conceptos formulados en ella se entendieran con la claridad que hubiera deseado el célebre filósofo riojano. En todo caso, Bueno se refería, no solo a la capacidad del diseño para dar forma a ceremonias y actos similares (cosa sabida desde siempre), sino a la idea del diseño como ceremonia en sí misma (que es un asunto bien distinto). Por alguna razón quedó entre quienes asistimos a la conferencia la idea de que el conferenciante no había acertado con el planteamiento de su charla. Lamentablemente, el debate que siguió a las intervenciones de aquella mañana, moderado por Juan Cueto, no despejó las dudas del público. 

Parece que por ceremonia se entiende la acción o el acto que se lleva a cabo, por norma legal o costumbre, “para dar culto a las cosas divinas y reverencia a las profanas”. Que el diseño sirve para dar forma a esos actos y hacerlos creíbles es algo que no admite discusión: el uso de los objetos, la delimitación de la distancia entre las personas y la ornamentación de los espacios son factores esenciales en la celebración de muchos actos y en la vida diaria. Así, por ejemplo, la inferior posición de los sirvientes fue siempre subrayada mediante protocolos que impedían el contacto físico con sus señores y recurrían a bandejas y otros procedimientos para hacerles llegar cualquier cosa (Forty, 1986, 82). 

II

El pasado 6 de mayo, el mundo entero ha podido comprobar la permanencia de las viejas tradiciones  con la esperada coronación de Su Majestad Carlos III prevista desde el triste día en que falleció su añorada madre, Isabel II. Londres se convirtió en el centro de la Cristiandad para coronar al nuevo rey en la abadía de Westminster, asunto del que se encargó (lógicamente) el arzobispo de Canterbury, primado de la Iglesia de Inglaterra y líder espiritual de la Comunión anglicana.

La columna de Eugenio Vega: Diseño, ceremonia y confusión
El rey Carlos y la reina Camila se dirigen en un bonito carruaje a la abadía de Westminster en la mañana del pasado 6 de mayo. Para su regreso, utilizarían otro vehículo aún más vistoso. Fotografía de Rosie Hallam para el Departamento de Cultura, Medios de Comunicación y Deporte del Reino Unido. Imagen de dominio público.

A pesar del día desapacible, las gentes de bien (que nunca fallan en las grandes ocasiones) no perdieron ocasión de contemplar aquella parte de la ceremonia que transcurría por las calles de la ciudad. La pervivencia de instituciones y rituales sagrados, capaces de resistir a los cambios sociales más profundos, no podía dejar indiferente a quienes ven en la corona una sólida garantía de que Britania seguirá gobernando el mundo aunque nadie se dé por enterado. Como recordaba ese mismo día el historiador Julián Casanova (2023), esta ceremonia, uno de esos rituales del Antiguo Régimen, muestra la desconexión de las viejas instituciones con la naturaleza democrática de las sociedad moderna. En el ritual británico, la coronación tiene lugar en presencia del arzobispo de Canterbury con el objeto de señalar la vinculación del trono con la divinidad. Terminado el acto, Su Majestad posó para la foto oficial con la corona, el manto real y el cetro, clara señal del comienzo de una nueva era.

Pero, además, algunas modernas prácticas del diseño se han unido a la secular representación de la realeza. El diseñador Jonathan (Jony) Ive, que tanta fama adquirió por su trabajo en Apple, ha sido el encargado de crear el logotipo de la coronación, que representa una corona formada por las flores nacionales de las cuatro naciones del Reino Unido y un texto alusivo en inglés y en galés, según convenga. 

Para Jennifer Hahn, “el emblema habla del feliz optimismo de la primavera y celebra el comienzo de esta nueva era carolina para el Reino Unido […] La modestia de estas formas naturales no impide que se combinen para definir un emblema que reconoce tanto la alegría como la profunda importancia de esta ocasión” (Hahn, 2023). Hahn tranquilizaba a los interesados al señalar que, “a pesar de sus motivos ornamentados, el logotipo presenta un diseño plano y moderno, con los colores de la Union Jack”, la bandera del Reino Unido de la Gran Bretaña e Irlanda del Norte. Ni en ocasión tan señalada ha tenido que renunciar Ive a su formalismo minimalista que tantos días de gloria le ha proporcionado. Según su docta opinión, “la sencillez no es simplemente un estilo visual. No es solo el minimalismo o la ausencia de desorden, es un concepto que requiere sumergirse en las profundidades de la complejidad” (Isaacson, 2011, 432).

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El emblema de la coronación de Carlos III, diseñado por Jonathan Ive, en las calles de Londres durante la jornada del 6 de mayo. Fotografía de Matt Brown (CC BY 2.0).

Por otra parte, la relación entre Ive y Su Majestad es lo suficientemente sólida (y cordial) como para dar fructíferos resultados: el proyecto The Terra Carta Seal, que cuenta con la participación de ambas personalidades, fue concebido para “reconocer aquellas grandes empresas internacionales que demuestran su compromiso con la creación de mercados genuinamente sostenibles” (Sustainable Markets Initiative, 2022).

III

Los rituales de coronación no solo  expresan la grandeza de quien ocupa el trono y la felicidad de los súbditos ante un acontecimiento de tal magnitud. Se ocupan también de explicar cuál es el origen del poder, o al menos, escenifican la expresión de ese origen y su relación con los ciudadanos.

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Bonaparte corona a la emperatriz Josefina. Jacques-Louis David Le Sacre de Napoleón (detalle), óleo sobre lienzo, 667 x 990 centímetros. Museo del Louvre.

En diciembre de 1804, Napoleón, “esa fuerza de la naturaleza”, en palabras de Jan Budenbrook (Mann, 1901), fue consagrado emperador en la catedral de Notre Dame. De aquel momento histórico queda, sobre todo, el extraordinario cuadro que Jacques-Louis David pintó un par de años después por encargo del propio Bonaparte. En el lienzo puede verse a Napoleón colocando en la cabeza de su esposa la corona que la convertiría en emperatriz. Entre los bocetos que dibujó para su cuadro, el pintor muestra en unos de ellos al propio emperador  coronándose a sí mismo, como en realidad sucedió. Aunque se ha llegado a afirmar que Bonaparte arrebató la corona al papa Pío VII en un gesto de soberbia, su significado no era otro que expresar que el poder no venía de Dios sino del pueblo mismo que había hecho posible la Revolución de 1789.

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Discurso de Juan Carlos de Borbón tras su juramento de fidelidad a los Principios del Movimiento en presencia del presidente de las Cortes, el consejo del Reino, y el gobierno en pleno. Sábado 22 de noviembre de 1975. A su derecha, el cetro y la corona. Fotografía de autor desconocido. National Archief. Imagen de dominio público.

Esas paradojas están presentes en casi todos los rituales, sobre todo en los tiempos más recientes. En 1975, Juan Carlos de Borbón juró como rey en el Palacio de las Cortes, con escasa pompa, y a unos pocos metros de donde el teniente coronel Tejero mandaría callar a los parlamentarios pistola en mano unos años después. Como pueden verse en las fotos y en los vídeos de aquel sábado 22 de noviembre, el cetro y la corona son ornamentos del ritual que no se mueven de su sitio durante todo el acto. La ceremonia no tenía otro objeto de proporcionar al rey una legitimidad que no viniera de su pertenencia a la casa de Borbón, sino de un supuesto “mandato constitucional” que emanaría de las Leyes Fundamentales del Reino, entonces en vigor. En realidad, aquel acto estuvo tan repleto de contradicciones que solo pueden entenderse en el contexto en que se produjo la sucesión de Franco. La coronación se fundamentó en la presencia de los procuradores y en el juramento de los Principios del Movimiento mientras el cetro y la corona permanecen como simples accesorios. Quizá, por toda esa suerte de contradicciones, seis días después se celebró una misa “de coronación” en la iglesia de San Jerónimo el Real para recibir, además, la legitimidad divina: los reyes, al igual que siempre hizo Franco, entraron bajo palio en el templo, mientras sonaba el himno nacional.

IV 

Este mes, los británicos están de suerte pues en poco más de siete días tendrán lugar en su pais dos ceremonias tan importantes como emotivas. Si el sábado 6 de mayo, Carlos III fue coronado rey, el sábado 13, tendrá lugar en la ciudad de Liverpool (en el Echo Arena), la LXVII edición del Festival de la Canción de Eurovisión. Poco más puede pedir una nación. Quiera Dios que los diseñadores tengan tanto acierto en la ceremonia musical como lo han tenido en la Abadía de Westminster. 

Referencias

Bueno, Gustavo (1986) “La ceremonia del diseño. Primeras Jornadas de Diseño del Principado de Asturias” en El Catoblepas nº 24, junio de 2012.

Casanova, Julian (2023) Comentarios a la coronación de Carlos III en Facebook, 6 de mayo de 2023.

Forty, Adrian (1986) Objects of Desire. Design and Society 1750-1980. Londres, Thames & Hudson.

Hahn, Jennifer (2023) “Jony Ive designs coronation emblem with gentle modesty for King Charles III” en Dezeen, 13 de febrero de 2023.

Isaacson, Walter. (2011) Steve Jobs. Barcelona, Debate.

Mann, Thomas (1901) Buddenbrooks. Verfall einer Familie. Fischer Verlag.

Sustainable Markets Initiative (2022) The Terra Carta Seal.

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