La columna de Eugenio Vega en Experimenta

La columna de Eugenio Vega: El porqué de las cosas

“¿Sabes por que los productos Bimbo son siempre tan frescos y esponjosos? Porque Bimbo los reparte diariamente, recién salidos del horno. Cada mañana, una gran flota de camiones los distribuye a toda España” (El porqué de las cosas, 1970).

I

Bimbo es una empresa mexicana de origen catalán que, a mediados de los años sesenta, se instaló en España donde comenzó a fabricar y vender sus productos (Cantó, 2024). El éxito fue tal, que al pan de molde se le llama todavía pan bimbo aunque sea de otra marca. En 1978, Bimbo España se separó de la matriz mexicana, pero en 2011 fue recomprada por los antiguos propietarios (Recio, 2020).

Bimbo utilizó las colecciones de cromos para consolidar su hegemonía en el mercado de la bollería industrial (tan saludable para los niños en edad escolar). Creó para ello una colección de divulgación científica que llevó por nombre El porqué de las cosas y de la que se hicieron tres ediciones entre 1970 y 1973. Los álbumes se distribuían gratuitamente en los colegios, aunque fuera necesario para ello suspender alguna clase. Cada cromo planteaba una pregunta (¿Por qué algunas personas fuman?, ¡Por qué hay señores calvos?) que solía contestarse en las páginas del álbum; 

“Las cuestiones de que tratan [las preguntas] han sido tomadas del inagotable archivo de la realidad […] porque. en definitiva. como podrá observarse. preguntas y respuestas se basan en la ciencia y la cultura, pero sobre todo en el sentido común” (El porqué de las cosas, 1970).

De esta forma, grandes enigmas que mantenían en vilo a la humanidad desde hacía siglos eran por fin resueltos de una forma rápida, instructiva y amena.

La columna de Eugenio Vega: El porqué de las cosas
Primera edición de El porqué de las cosas, página 14 (con cromos) dedicada a los alimentos y sus grandes misterios. Ilustraciones e Isidro Monés. Bimbo, 1970.

II

Los cromos formaban parte del consumo infantil de aquella época, ya se vendieran en sobres o incluidos en productos de alimentación. Algunas de ellas, no pocas, se dedicaban a las profecías de la carrera espacial. La marca de lácteos Ato Milk (Leche del Pirineo) lanzó La conquista del espacio en 1973, cuando la odisea espacial empezaba su declive tras el abandono del programa Apolo. 

Como es sabido el último alunizaje que tuvo lugar en 1972 apenas consiguió audiencias televisivas. En realidad, los viajes a la Luna eran decepcionantes. Frente a las historias extraordinarias que mostraban las películas, la NASA pretendía llamar la atención con aburridas transmisiones donde dos tipos vestidos de buzo se paseaban por un pedregal desértico sin atisbo de vida (O’Connor, 1972). 

Aunque se propagaron muchos rumores sobre los beneficios de la conquista de la Luna (energías desconocidas, nuevos y milagrosos medicamentos), lo único que los astronautas pudieron traer de allí fue un montón de rocas sin utilidad ninguna. El 19 de noviembre de 1973, en el transcurso de una entrevista en Madrid, el secretario de Estado Henry Kissinger, regaló una de esas piedras a Carrero Blanco que quedó tan impresionado como si hubiera recibido una foto del presidente Nixon.

Como cualquier profecía, la conquista del espacio se fundamentaba en las circunstancias de aquel presente y no en una visión disruptiva del futuro: “después de la Luna, iremos a Marte…” Así había sido siempre. Cuando Norman Bel Geddes escenificó en la Feria de Nueva York de 1939 la ciudad de finales del siglo XX, solo se le ocurrió poner más automóviles y convertir las calles en autopistas, “pero el mundo futurista que preveía no era muy distinto del que él mismo habitaba”. Fue incapaz de predecir (lógicamente) la irrupción de la informática o las armas nucleares, innovaciones que cambiaron las relaciones políticas, económicas y sociales en la segunda mitad del siglo pasado (Katz, 2025).

III

En 1995, Nicholas Negroponte, por entonces responsable del Media Lab del MIT publicó un libro titulado El mundo digital que, al igual que los álbumes de Bimbo, practicaba la literatura divulgativa, pero en la modernidad profecía tecnológica. Como sucede tantas veces, algunos de sus pronósticos han quedado ya superados por la realidad: los discos compactos, que se consideraban el soporte definitivo para almacenar sonidos y datos, están tan pasados de moda como las viejas máquinas de escribir.  

Negroponte recordaba en el libro que en un ocasión, al visitar una gran empresa tecnológica, le preguntaron en la recepción por el valor del ordenador portátil que llevaba consigo. Aunque contestó que “entre uno y dos millones de dólares”, la recepcionista, al ver su viejo Power Book, calculó que valdría unos 2.000 dólares en el mejor de los casos. Con esa anécdota, Negroponte quería subrayar que en la sociedad digital los dispositivos electrónicos no pueden valorarse por su continente sino por la información que almacenan (Negroponte, 1999, 26). En esa sociedad digital los objetos físicos tienen escaso valor y, cada vez, menos importancia para la vida social y económica. Todo el pensamiento de Negroponte en aquella época giraba en torno a una peculiar convicción: en el futuro sería más importante para la vida humana la información (los bits) que los objetos físicos (los átomos).

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Nicholas Negroponte (a la izquierda) junto a John Perry Barlow, durante una reunión en Barcelona en 2007. John Perry Barlow, ya fallecido, fue el autor de la Declaración de independencia del ciberespacio, una critica a las interferencias de los poderes políticos en Internet. Fotografía de Joi Ito (CC BY 2.0).

Vio también que el futuro del entretenimiento audiovisual sería un producto de pago (porque lo habían demostrado los videoclubs), pero que nadie elegiría un formato físico si tenía la posibilidad de ver ese contenido a través de la red (Negroponte, 1999, 206). Y lo dijo cuando la gran mayoría de las películas se filmaban en película fotográfica y su digitalización era un proceso muy laborioso.

Fue también uno de los primeros en hacer alusión al denominado Internet de las cosas en un libro de divulgación masiva, concepto que definió como informática omnipresente:

“Las habitaciones del futuro sabrán que acabamos de sentarnos a comer, nos hemos ido a dormir, vamos a darnos una ducha o vamos a sacar al perro a pasear. El teléfono nunca sonará si no estamos en casa […] Algunas personas llaman a esto informática omnipresente […] Si su vuelo a Dallas a primera hora de la mañana se retrasa, el reloj despertador sonará un poco más tarde y se avisará al taxi automáticamente de acuerdo con las previsiones de tráfico” (Negroponte, 1999, 251).

En 2000, Negroponte abandonó el Media Lab del MIT para centrarse en el proyecto One Laptop Per Child, concebido para proporcionar ordenadores baratos a escuelas en países del Tercer Mundo (laptop.org, 2025). Las noticias en torno a esta iniciativa afirmaban con entusiasmo que los alumnos aprendían de una forma más rápida y efectiva que con los métodos tradicionales. Pero “los resultados objetivamente medidos no estuvieron ni mucho menos a la altura de las promesas iniciales” porque los estudiantes preferían utilizar los ordenadores para entretenerse y no para aprender (Desmurget, 2020). 

IV

La revolución digital, sin embargo, no ha sido tal como se esperaba. Es cierto que su dimensión e influencia incuestionable han transformado la interacción social y la economía de un modo que nadie pudo prever. Pero ha sucedido algo similar a lo que pasó con la televisión hace sesenta años que parecía destinada a extender la cultura y la educación por el mundo y terminó convertida en un trasto que solo emitía basura. Así ha pasado con las redes sociales, dominadas por las casas comerciales y la difusión de noticias falsas. Facebook ha perdido cualquier utilidad social que pudiera haber tenido en sus inicios.

Hoy sabemos que el Internet de las cosas no solo sirve para que la lavadora pueda llamar al servicio técnico cuando se estropea. Permite que Tesla o Massey Ferguson puedan bloquear sus productos ya pagados si no se actualiza un software que solo se obtiene pagando una cantidad de dinero. Hace unos años, el secretario de la Fuerza Aérea de Estados Unidos, Will Roper, declaró que “sería posible derribar uno de nuestros aviones con un simple ordenador” (Marks, 2019). Del mismo modo, Estados Unidos podrían bloquear las aeronaves que ha vendido a otros países para que no puedan ser utilizadas.

Las impresoras con conexión WiFi se han convertido en un ejemplo de esa concepción diabólica del Internet de las Cosas que permite al dispositivo pedir tóner al proveedor pero que, en más de una ocasión, es incapaz de imprimir la página que le envía un ordenador situado a dos metros de distancia. Hace décadas, una vez que un dispositivo digital abandonaba la tienda, nadie podía saber en qué se utilizaba, ni cuándo, ni cómo. Una de las razones para acabar con el dinero en papel es controlar todas las transacciones económicas, hasta las más irrelevantes. Warholl que, al contrario que Bel Geddes, parecía intuir el futuro, anotaba en su diario los gastos de cada día, por si acaso venían otros tiempos:

“Me levanté a las siete de la mañana en Vancouver y tomé un taxi al aeropuerto (15 dólares más 5 de propina) y compré unas revistas (5 dólares). […] El taxi desde el aeropuerto de La Guardia (13 dólares más 7 de propina)” (Warhol, miércoles 24 de noviembre de 1976).

La columna de Eugenio Vega: El porqué de las cosas
Andy Warhol (a la derecha) tomando una fotografía con una cámara Polaroid a Jack Ford, hijo del presidente Ford, y Bianca Jagger en la Casa Blanca, 2 de julio de 1975. Fotografía de autor desconocido. US National Archives.

V

Pero eso no es lo peor. La presencia de las redes digitales ha producido un cambio en la comprensión de la realidad que lleva a comportarse como si el mundo físico hubiera desaparecido. Es frecuente que se celebren jornadas y seminarios sobre accesibilidad donde los diseñadores reducen el problema a la interacción con las aplicaciones que se instalan en el teléfono y olvidan las escaleras y los espacios que recuerdan que sigue en vigor la ley de la gravedad.

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Una enfermera suministra la vacuna de la polio a un niño sin hogar en un campamento de Gaza el 22 de febrero de este año. Fotografía de Mohammed Hinnawi. United Nations Relief and Works Agency (CC BY-SA 4.0).

La realidad física es un hecho que determina nuestras vidas. Los alimentos y las medicinas se transportan hoy igual que hace cincuenta años, por muchas conexiones digitales que existan. Lo estamos viendo en Gaza, donde la realidad virtual es una broma siniestra que pretende ocultar una inmensa tragedia de la que el azar no es responsable. Si dejamos de poner nuestra atención en esa realidad, será difícil comprender cosas tan complejas como las que suceden a nuestro alrededor.La columna de Eugenio Vega: El porqué de las cosas

Referencias

Cantó, Marina (2024) “Bimbo, de entrar a España por Alcoy a abandonar la provincia de Alicante”, en El Debate, 2 de febrero de 2024.

Desmurget, Michel (2020) La fábrica de cretinos digitales: Los peligros de las pantallas para nuestros hijos. Barcelona, Península.

Díez, Esteban et al. (1970) El porqué de las cosas. Barcelona, Ibis Bruguera.

Garriga, Francisco et al. (1972) El porqué de las cosas nº 2. Granollers, Bimbo.

Jordá, Antonio et al. (1973) El porqué de las cosas nº 3. Granollers, Bimbo.

Katz, Barry M. (2025) “Hacia redefinición del éxito y el fracaso en el diseño”, entrevista con Eugenio Vega, en Experimenta 101.

Marks, Joseph y Tonya Riley (2019) “The Cybersecurity 202: Hackers just found serious vulnerabilities in a U.S. military fighter jet”, en The Washington Post, 14 de agosto  de 2019.

Negroponte, Nicholas (1999) El mundo digital. Un futuro que ya ha llegado. Barcelona, Ediciones B [Being Dogital. Alfred A. Knopf. Nueva York, 1995].

O’Connor, John J. (1972) “Apollo 17 Coverage Gets Little Viewer Response”, en The New York Times, 14 de diciembre de 1972.

One Laptop per Child (2025) Learning happens everywhere, disponible en www.laptop.org 

Recio, Enrique (2020) “La lucha de los Bimbo contra los Bimbo: la guerra familiar que les hizo ser número uno del pan mundial”, en El Español, 15 de noviembre de 2020.

Warhol, Andy y Pat Hacket, ed. (1989) The Andy Warhol Diaries. Nueva York, Grand Central Publishing.

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