La columna de Joan Costa en Experimenta

La columna de Eugenio Vega: Trabajo, familia, patria (y becarios)

“Por ello os digo que no os preocupéis por vuestra vida, por lo qué habéis de comer o por lo qué habéis de beber; ni por vuestro cuerpo, por lo qué habéis de vestir. ¿No es la vida mucho más que el alimento, y el cuerpo mucho más que el vestido? Mirad las aves del cielo, que ni siembran, ni siegan, ni recogen el grano, pero a las que el Padre celestial alimenta. ¿No valéis vosotros más que ellas?
(San Mateo, 6, 25, 26)

Sabemos por las canciones de Luis Aguilé que el trabajo es un castigo de Dios del que solo es posible librarse con mucha suerte o con mucho esfuerzo. Sin embargo, el culto al trabajo forma parte de la tradición social y política desde antiguo. En 1940, cuando el mariscal Pétain aceptó la ocupación alemana y se instaló en el Hotel du Parc en Víchy, sustituyó la divisa Liberté, Égalité, Fraternité (libertad, igualdad, fraternidad) por otra más a tono con el espíritu laborioso de la Francia Libre. Travaille, Famille, Patrie (trabajo, familia, patria) sería el lema de un estado corporativo que, lejos de durar mil años, nació con la humillación de 1940 y terminó con la vergüenza de 1944. 

De todas formas, es justo reconocer que, aunque la verdad haga libres a los seres humanos (San Juan, 8,32), el trabajo los aparta de los vicios que acechan cada día en cualquier recodo de ese desconocido camino que es la propia vida.

I

En las últimas décadas, la profesión del diseño ha sufrido el impacto de la desregulación que domina los mercados. Aunque se hace mucho hincapié en el colapso de Lehmann Brothers como origen de tantas desdichas, todo empezó mucho antes. Tras el abandono por parte del presidente Nixon de los acuerdos de Bretton Woods en 1973, Estados Unidos sentó las bases para la revolución económica que llevaron a cabo Ronald Reagan y Margaret Thatcher en los años ochenta.

Lo cierto es que, desde entonces, muchos gobiernos han puesto en práctica políticas que han debilitado los sistemas de protección social y el principal soporte de esos sistemas que es el empleo. El diseño se ha visto más afectado que otras profesiones por la propia naturaleza de su trabajo. No hay mucha seguridad laboral en las industrias creativas donde (salvo en la arquitectura) abundan las profesiones no reguladas, el empleo inestable y una constante presión a la baja de la remuneraciones. Una investigación llevada a cabo en el Reino Unido en 2013 señalaba que, en lo que se refiere al diseño, “los clientes esperaban más trabajo por menos dinero” y que, por ese motivo, había más diseñadores free-lance y se había generalizado la presencia de becarios (Julier, 2017, 50).

II

Los becarios son el resultado también de esa compleja relación entre educación y mercado laboral. El Espacio Europeo de Educación Superior quiso resolver la formación fuera de los centros pero no tuvo el éxito esperado. A su vez, las empresas han insistido siempre en la escasa preparación de los recién graduados como causa principal de su difícil integración laboral, pero, en general, prefieren formarlos mediante prácticas sin apenas remuneración.

Por otra parte, las instituciones educativas discuten si deben desarrollar planes de estudios que respondan a las necesidades de la industria o si es mejor poner en práctica una docencia más abierta al margen de la inserción laboral. En todo caso, uno de los principales problemas para formar diseñadores es la dificultad para desarrollar un cuerpo de conocimientos que pudiera ser aceptado por todos. Las definiciones sobre diseño, no solo en la literatura especializada, sino en los planes de estudio de escuelas públicas o privadas y en las declaraciones de las asociaciones profesionales, tienden a ser poco precisas, muchas veces confusas y, en ocasiones, contradictorias. Por otra parte, a pesar de la insistencia que algunos sectores hacen en la colegiación, la pertenencia de los diseñadores a asociaciones y a otras organizaciones parecidas es muy escasa. Por ejemplo, en 2006, de los 48.000 diseñadores industriales y comerciales que podía haber en Estados Unidos, tan solo 3.300 eran miembros de la Industrial Designers Society of America (Julier, 2017, 44). 

Aunque son muchas las voces que insisten en que la enseñanza del diseño debería pensar, ante todo, en la inserción laboral de los graduados, quienes eso afirman olvidan que no es fácil idear currículos que puedan responder a las necesidades de una profesión tan diversa, cambiante y heterodoxa. Basta con recordar lo que sucedía en las aulas hace una década (y los cambios que han tenido lugar en ese tiempo) para comprender esta compleja situación.

Vendedores de periódicos en Hartford (Connecticut), 1909. Fotografía de Lewis W. Hine para el Child Labor Comitee sobre el trabajo infantil. National Gallery ofArt, Washington. Imagen de dominio público.
Vendedores de periódicos en Hartford (Connecticut), 1909. Fotografía de Lewis W. Hine para el Child Labor Comitee sobre el trabajo infantil. National Gallery ofArt, Washington. Imagen de dominio público.sheet: 12 x 17.7 cm (4 3/4 x 6 15/16 in.);

III

Ser becario, para colmo de males, cuesta dinero. En una tesis publicada en 2014, Bianca Elzenbaumer, describía el enorme esfuerzo que suponía para un recién graduado trabajar gratis para las grandes estrellas de esta profesión. Entre 2002 y 2005, el conocido diseñador gráfico Bruce Mau, puso en marcha Massive Change, un proyecto que pretendía abordar “el futuro del diseño en el marco de los desafíos ambientales y sociales”. La idea, que nació como un encargo de la Vancouver Art Gallery, culminó en un libro de cerca de mil páginas (Mau, 2004). Quienes se prestaban a completar su formación participando en aquella iniciativa no tenían otro remedio que trabajar cuarenta horas a la semana sin ver un céntimo y sin horas libres para hacer otra cosa. Además de pagarse los gastos de comida y transporte, se veían obligados a hacerse con un Apple iBook que, mediante un sistema de leasing, les costaba más de mil euros anuales. Para rematar la faena, debían matricularse en un programa de estudios del Institute without Boundaries (una entidad creada a medias entre el George Brown College y el estudio de Bruce Mau) que no era precisamente barato (Elzenbaumer, 2014, 92, 93).

Desgraciadamente, la realidad es que, para bien o para mal, los recién graduados quieren mejorar su curriculum trabajando con figuras reconocidas. El branding personal se ha convertido en una necesidad y estas prácticas sirven para mantener un cierto prestigio y evitar su depreciación profesional en lo que no deja de ser un régimen económico como otro cualquiera (Hope y Figiel, 2015, 1).

No son pocos los que ven esta experiencia iniciática como una maravilla. La conocida diseñadora Jessica Walsh, que terminó siendo socia del renombrado Stefan Sagmeister, prefirió ser su becaria antes que aceptar un trabajo en Apple. En una entrevista publicada en la revista Intern (2014), habló de la situación de los becarios en la empresa de la que era socia. A la pregunta sobre cómo compensaban su trabajo, Walsh respondió con una mezcla de cinismo e ingenuidad que no deja de ser conmovedora:

“No reciben ninguna compensación económica, solo les pagamos la comida. Llevar bien una situación así y estar conforme con ella depende de cada uno. Pero creo que la formación que reciben no es otra cosa que una excelente oportunidad para aprender y acercarse a profesionales que uno admira y respeta. (Quito, 2014). 

Como es obvió, para “llevar bien una situación así” hace falta algo más que buena voluntad. A pesar de todo, la lista de espera de quienes querían entrar por entonces como becarios en Sagmeister & Walsh era nada menos que de tres años (Quito, 2014).

IV

En ese magnífico tratado de la vida humana que es Obélix y compañía, Goscinny (1976) explica hasta dónde puede llegar el sano principio de comprar barato y vender caro que fundamenta la interacción social. Como es sabido, tras la invasión del menhir galo en los mercados del Imperio, surgieron en Roma industriales que vieron en el menhir romano una gran oportunidad comercial. Siempre habrá, pensaron, quienes prefieran los productos propios a los importados por razones económicas o patrióticas. 

Ante la situación, el propio César llamó al orden al representante de los industriales con la intención de que detuvieran la producción de menhires romanos que ponía en peligro su estrategia política con los irreductibles galos. A esas petición el industrial contestó (con convicción y dignidad) que representaba al conjunto de sector y no podía comprender ni aceptar una decisión que ponía en riesgo a “un número tan grande de  trabajadores”. 

Sorprendido, Julio César exclamó: “¡Pero, si son esclavos!”. El patrono respondió con determinación: “¡Por eso mismo! El trabajo es lo único que posee el esclavo ¡No se le puede privar de ese derecho!”.

Referencias

Elzenbaumer, Bianca (2014) Designing economic cultures. Cultivating socially and politically engaged design practices against procedures of precarisation, tesis doctoral. Universidad de Londres.

Goscinny, René y Albert Uderzo (1976) Obélix et Compagnie. París, Hachette.

Hope, Sophie y Joanna Figiel (2015) “Interning and Investing: Rethinking Unpaid Work, Social Capital, and the Human Capital Regime”, en Triple C, 13 (2).

Julier, Guy (2017) Economies of Design. Londres, Sage.

Mau, Bruce y Jennifer Leonard (2005)Massive Change: A Manifesto for the Future of Global Design. Londres, Phaidon.

Quito, Anne (2014) “Casting Jessica Walsh”, en Intern # 2.

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