La columna de Chema Aznar

La columna de Chema Aznar: Paralelismos

James Joyce empieza su obra “Ulises”, ritualizando la acción del afeitado cotidiano, sacralizando los utensilios de afeitar al atribuirles signos de unción, servidos mediante gestos litúrgicos, dando gracias al sol por el nuevo día:

Solemne, el rollizo Buck Mulligan, avanzó desde la salida de la escalera, llevando un cuenco de espuma de jabón, y encima, cruzados, un espejo y una navaja. La suave brisa de la mañana le sostenía levemente en alto, detrás de él, la bata amarilla, desceñida. Elevó en el aire el cuenco y entonó: Introibo ad altare Dei”. Dicho texto, también  fue  utilizado por el autor Jordi Llovet para introducir su magnífica obra “Ideología y  Metodología del Diseño”.

Los diseñadores han soñado o imaginado objetos que resuelven situaciones de la realidad cotidiana, “escenificando sueños”, confiriendo a las cosas lenguajes significativos que enlacen con el momento de su presentación, exhibición o uso. Traducidas o más bien interpretadas, “eficazmente”, desde campañas publicitarias, donde se enfatizan experiencias ideales, fundadas en artificios, que escenifican circunstancias felices o apasionantes. 

Pero no nos equivoquemos. Las personas, mediante su relación íntima, sensible, mítica cotidiana, confieren significados que no podrán averiguarse a priori, desde estrategias o métodos estadísticos, implementados en el big data al autoemprendimiento, machine learning. Solo una intención poética, por la que se indague desde una observación atenta, sincera e involucrada, en la fruición para con las cosas y la experiencia, en la normalidad de la vida, daría claves insospechadas; pero lo más importante es que se circunscribirían en el entendimiento o imaginario de significantes y significados de la vida cotidiana.

Si pusiéramos atención a otro pasaje del  “Ulises” de Joyce, podríamos apreciar una poética de los utensilios que solo desde su función práctica, en este caso, sirve para verter pintas de cerveza, entendiendo que las acciones, el sentimiento de los personajes y las cosas están adheridas de significados: 

“En el liso mango saliente de la bomba de la cerveza puso Lydia la mano, ligeramente, regordetamente, déjelo en mis manos… De acá para allá: de acá para allá: sobre el pulido mango (conoce los ojos de él, los míos, los de ella) su pulgar y su índice pasaron con compasión: pasaron reposaron y, tocando levemente, luego se deslizaron tan suavemente, lentamente, hacia abajo, una fresca firme batuta esmaltada a través de su anillo deslizante”. 

Durante la relación con las cosas se pueden averiguar sus comportamientos, relaciones, estados… Lydia, al ocuparse del mango de cerveza, “erotiza” el escanciador de la cerveza, describiendo el mismo objeto como motivo de su amor apasionado, objeto de su felicidad. Buck Mulligan sugiere, desde el cuenco de espuma de jabón, el espejo y una navaja cruzados encima de la escudilla, una acción de gratitud por el nacimiento del nuevo día; uncido él mismo como sacerdote, confiere a los utensilios de afeitar un carácter sagrado. Estos, además de servir para poder afeitarse, se convierten en liturgia para consagrar  la salida del sol.

Estas acciones desde la relación desencadenan sensaciones; pueden sugerir pensamientos muy difíciles de aprehender, de ordenarlos en sistemas, alineados en métodos, estrategias, etc., o desde consideraciones sólo racionales. Quizá no sería el entendimiento, sino la empatía de quien propone los productos, para quienes los utilizan; serían objeto de estudio por parte del propio diseñador, como participante de las mismas experiencias con las cosas en el mundo, en la vida. Con esta intencionalidad, inventa e imagina poder hacer más cercana la existencia vivida o interpreta una tarea, un hábito.

Cortázar, en su obra magistral Rayuela, nos describe, desde la experiencia existencial de Oliveira, el mundo de la Maga y el suyo en un departamento “gris en París”. Esta magia de las cosas descrita por Oliveira dará sentido o sinsentido a su mundo, sin ninguna pretensión al interpretarlo.  

“El desorden en que vivíamos, es decir, el orden en que un bidé se va convirtiendo por obra natural y paulatina en discoteca y archivo de correspondencia por contestar, me parecía una disciplina necesaria, aunque no quería decírselo a la Maga. Me había llevado muy poco comprender que a la Maga no había que plantearle la realidad en términos metódicos, el elogio del desorden la hubiera escandalizado tanto como su denuncia”.

Las cosas van más allá de la experiencia práctica cotidiana, nos relacionamos, reflexionamos o emocionamos. Se adquieren significados relevantes; vivir sin las cosas sería difícil. Como personajes de una obra calderoniana, las cosas interpretan su papel, pero hay un “más allá”, complejo, difícilmente descifrable. Se puede entrever en la propia experiencia o la emoción producida por la pericia, el placer de utilización de las cosas o pueden inducirnos a la reflexión desde los recuerdos o adquirir sentido durante su fruición, el hábito, la contemplación o la sensibilidad en la propia apariencia desordenada de las cosas, inconexas u ordenadas, entendiendo otro fin, obviando el propuesto. 

Constituyen un relato sin palabras, expresadas en lo cotidiano, más allá de lo que revelan o explican de sí mismas. Son pre-textos de una historia no escrita; se sitúan en el espacio y en el tiempo, de forma nada absoluta; constituyen textos de un proceso, alumbrando un discurso explícito, una historia: biografía de la propia vida misma, traduciendo el sentido, el uso, el conocimiento o la emoción. Georges Perec, en su obra “Las cosas”, relata el ansia de una pareja parisiense por vivir en una casa: “la vida allí sería fácil, sería simple”: 

“Rara vez estaría ordenado el piso, pero su mismo desorden constituiría su mayor atractivo. Lo cuidarían apenas: vivirían en él. La comodidad y ambiente se les antojaría un hecho incontrovertible, un dato inicial, un estado de su naturaleza (…) A veces les parecería que la vida entera podría desarrollarse, armoniosamente, entre aquellas paredes cubiertas de libros, entre aquellos objetos tan perfectamente domesticados, que habrían acabado, creyéndolos hechos para su uso único, entre aquellas cosas bellas y simples, suaves, luminosas”.

Los objetos, las cosas son “domesticados” al ser “vividos”, adquiriendo sentido. La emoción, la visceralidad o la “reflexión”, siguiendo a D. A. Norma, activan reacciones en nuestra estructura cerebral, desde disposiciones afectivas, cognitivo-emocionales. Las cosas cuentan historias, ya latentes e intencionadas,  escapan a todo ordenamiento planificado. Pero solo constituirán espacios con sentido, aderezados desde una experiencia estética, para “quienes lo vivan verdaderamente”. Dos ejemplos significativos nos dirán de este dialogo entre las cosas. En este sentido, Graham Harman, filósofo del realismo especulativo, “traza  una ontología orientada a los objetos, recupera la especulación como vía de acceso al ser de las cosas”.

En la obra “El Rastro” de Ramón Gómez de la Serna narra con  emoción el pasado de unas Máquinas de hacer café…”arrumbadas” en una parada del rastro. 

“Este es un detalle tan superfluo y tan ciudadano, que conmueve. Se siente que haya dejado de tomar el café confortador ese ser con buenas aficiones… Enternecen las cafeteras y se las mira con cariño, con benevolencia. ¿Por qué vino a arrumbarse aquí ese artefacto cordial, compensador, irónico, espiritual, pacífico y sedentario que inventaron los hombres para refrigerar al corazón en su expatriación del paraíso? ¿No era la flor de su trabajo, la rica taza caliente y de espeso color que él se preparaba con cuidado y fe, escanciándolo con una ternura y con una gratitud que le compensaba de las muertes que había visto y de los grandes, infinitos y apiadables dolores de su vida?” 

Ernesto L. Francalanci relaciona la mesa,  instalado en ella, como un actor el invitado improvisado  y demediado: 

“La mesa… Es sección que corta en dos al invitado: por debajo las piernas, por arriba el tronco y la cabeza; una parte visible. A este cuerpo que aflora, busto apoyado sobre la línea de horizonte, le espera la obligación de hacerse actor improvisado y demediado, en medio del escenario teatral, constituido  por los muebles y objetos…La mesa tiene como prótesis un medio cuerpo biológico.
¿No son  metáforas sugerentes del antropomorfismo pulsional de toda manufactura? “

¿Quizá nos hemos olvidado del último tenedor sujeto de la diversidad experiencial y sensible? o ¿también de la capacidad que nos  da la experiencia para crear, imaginar mundos,  no solo desde una posición aceptada, consensuada o  peor dictada, sino desde nuestra propia capacidad poética?

“El término griego de poesía derivaba de la palabra fabricar. El poeta hace cosas nuevas, trae un nuevo mundo a la vida… El poeta no está sometido a una serie de leyes como lo estaban los artistas, es libre en lo que hace”.

El diseñador crea, inventa, también “naturalezas nuevas” desde “la artificialidad”, y quizá pueda, además, consensuarla entre la vida y el medio. Esta apreciación del concepto de la creación de la Edad Antigua que hace -pienso que, relativamente- converge en distintas características, en la experiencia desarrollada desde la acción de proyectar, idea central y reflexionada en mi discurso: “Incidencia y Reflexión: Pensamientos en torno al diseño de producto”. 

Joyce, J.,”Ulises” cap. 1º pp73 ed. Lumen Barcelona (2000).
Cortázar, Julio, “Rayuela” cap. 2º pp. 28 ed. Bibliotex :  Blibioteca el Mundo.
Perec, Georges, “Las cosas”, ed. Anagrama, Barcelona (1992).
Gómez de la Serna, Ramón “El Rastro” Sociedad Editorial Prometeo Valencia (1933).
Francalanci, Ernesto L., “estética de los objetos” ed. La balsa de la Medusa (2010). Tatarkiewicz, W., “Historia de las seis ideas” ed. Alianza Madrid (2002)
Aznar, Chema. “Incidencia y reflexión: pensamientos en torno al diseño de producto”  (Madrid). Ed. Experimenta                                                        

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