La columna de Joan Costa en Experimenta

La columna de Eugenio Vega: Viudas, huérfanas y otras perversiones tipográficas

¡Qué bella eres, oh, mi amada!, ¡qué bella eres!
Tus ojos son como palomas detrás de un velo,
tus cabellos, como un rebaño de cabras
vagando por las vertientes del monte Galaad. 

(Cantar de los Cantares, pasaje ilustrado por Eric Gill en 1925)

I

Eric Gill murió en 1940, a los cincuenta ocho años de edad, dejando viuda, huérfanas (y huérfano) que superaron aquel trance con la resignación de la fe católica que habían abrazado años atrás. Tras su fallecimiento, fue considerado uno de los referentes del arte, la artesanía y el diseño británicos, un artista admirado por dar forma a una práctica completamente ajena a la perniciosa influencia de las vanguardias. Su actividad creadora abarcaba campos tan diversos como la tipografía, el grabado o la escultura, disciplinas que practicaba con intensidad y notable destreza. Era, además, una persona decidida que en 1913 se convirtió al catolicismo, reflejo de una inclinación religiosa que aparece constantemente en su obra. 

En cierta medida, Eric Gill era un personaje del siglo XIX, más cercano a William Morris y al Arts & Crafts, que a Stanley Morison, con quien mantuvo una fructífera amistad. Mientras Morison era un estudioso de la tipografía sin mucho oficio, Gill había alcanzado una merecida reputación como escultor y grabador de inscripciones, prestigio que se extendió al tallado de tipos. 

II

Santiago Bernabéu tenía por costumbre aprovechar sus desplazamientos con el Real Madrid para intentar comprender la complejidad de la vieja Europa. Solía afirmar que la riqueza de las naciones (y su progreso en todos los órdenes de la vida) podía comprobarse viendo los sistemas de alcantarillado y saneamiento de las ciudades. Cuanto mejores cañerías encontraba en los hoteles donde se alojaba el equipo, mejor opinión le merecía el país que visitaba (Martín Semprún, 1994). 

Sin embardo, aquella sólida teoría no parecía cumplirse en el Reino Unido. Si algo caracterizaba a las ciudades británicas en los años de Margaret Tatcher era el intenso olor a agua estancada que se respiraba en muchas de sus calles. En cierto modo, Gran Bretaña fue siempre una excepción política, cultural y profiláctica, peculiaridad que era también patente en su uso de la tipografía, tan extraño a las sórdidas prácticas de la Europa continental. 

Siendo joven puede comprobar en una oficina de correos (donde aquel olor era casi insoportable) que la Helvética no era la escritura dominante en los impresos corrientes en el Reino Unido. Los británicos no cedieron nunca a esa tiranía de la escuela germano suiza que solo destilaba, en opinión de algunos, “dogmatismo y falta de humanidad”. En las oficinas postales del Reino Unido, cualquier papel estaba compuesto en Gill Sans, la escritura diseñada por Eric Gill a finales de los años veinte, una tipografía sin remates en la más pura la tradición de un tardío Arts and Crafts. En cierto modo, a ojos de alguien como Josef Müller-Brockmann, aquella escritura  era solo tolerable cuando se componía en versales, pues su caja baja (con los exagerados rasgos de algunas vocales) proporcionaba un aspecto poco decoroso para los usos habituales de las letras sin remates.

Eric Gill posa delante de una de sus monumentales esculturas en una fotografía tomada por su amigo Howard Coster en 1937, tres años antes de su fallecimiento. National Portrait Gallery (CC BY-NC-ND 3.0).
Eric Gill posa delante de una de sus monumentales esculturas en una fotografía tomada por su amigo Howard Coster en 1937, tres años antes de su fallecimiento. National Portrait Gallery (CC BY-NC-ND 3.0).

III

De todas formas, nadie puede negar el enorme talento y la indiscutible destreza de Eric Gill, capaz de crear toda suerte de tipografías y de tallar las inmensas esculturas que adornan los edificios de la BBC. Tras su muerte, se vio rodeado de un aureola de respeto a la que contribuyó su declarada distancia con el Movimiento Moderno, algo que le acercaba en alguna medida a una figura tan relevante como el arquitecto norteamericano Frank Lloyd Wirght. 

Pero, como se ha dicho tantas veces, no hay mal que cien años dure y llegó un día en que Eric Gill se convirtió en un personaje sospechoso. La polémica se inició en 1989 cuando Fiona MacCarthy publicó su extensa biografía sobre el artista británico a partir de documentos que nunca nadie nunca se había tomado la molestia de mirar. En concreto, su diario personal, repleto de anotaciones, proporcionaba datos sorprendentes que mostraban a Gill como un personaje complejo (por decirlo suavemente), a medio camino entre la excentricidad y la perversión. En los oscuros rincones de su vida familiar parecía estar la explicación a la abundancia de referencias eróticas que aparecían en su obras religiosas. Según las anotaciones de su diario, su vida sexual incluía relaciones incestuosas con sus hermanas (Gladys y Angela) y abusos sexuales a sus propias hijas (Betty y Petra) que se prolongaron durante años. MacCarthy recuerda una entrevista con su hija Petra acerca de este penoso asunto que pareció no dejarle secuelas insuperables: 

“Petra me dijo, y lo repitió en entrevistas posteriores, que el peculiar aislamiento de su vida en Ditchling Common hacía que las demandas sexuales [de su padre] no parecieran nada fuera de lo común. […] Tanto ella como su hermana Betty daban la impresión de haber asimilado todo aquello, estaban felizmente casadas y habían formado familias numerosas” (MacCarthy, 2009).

Lo cierto es que Gill tuvo relaciones sexuales fuera de su matrimonio siempre que pudo. Durante el tiempo que pasó con su familia en Capel-y-ffin, una aldea entre Gales e Inglaterra, no tuvo trato carnal con las criadas “porque no había ocasión para ello”, dado que su esposa y sus hijas se encargaban de las tareas domésticas”. Sin embargo, la obsesión por la sexualidad como elemento inspirador de su propia creación artística estaba presente en su quehacer diario.

“Elizabeth Bill, quien fuera secretaria suya desde mediados de 1925, tenía también algunas ocupaciones poco convencionales: Gill hablaba con ella del tamaño y la forma del pene, un órgano con el que estaba fascinado. La extrañeza que le había producido durante su infancia aumentaba conforme pasaban los años. Sus Studies of Parts, guardados en una caja fuerte del Museo Británico, incluían docenas de estos estudios, cuidadosamente dibujados y anotados” (Mac Carthy, 1989, 205).

Por otra parte, según MacCarty, Eric Gill y su hermana Gladys mantuvieron relaciones incestuosas a lo largo de su vida adulta; y hay evidencia, por los propios escritos de Gill, de una relación parecida con Angela, otra de sus hermanas

“En 1930, el diario muestra, por ejemplo, que reanudó el trato con su hermana, que tenía por entonces treinta y nueve años, y había vuelto a casarse (y a divorciarse) desde que su primer marido muriera durante la Gran Guerra en la batalla del Somme. Gladys vivía sola con su hija pequeña en una cabaña junto al mar en West Wittering. Gill iba a visitarla de vez en cuando y, según dejó anotado en su diario, pasaba la noche con ella” (MacCarthy, 1989, 239).

La etapa final de su vida estuvo dominada por su pasión por Daisy Hawkings, hija de una empleada del servicio, que vivía con la familia en una estatus tan ambiguo que hacía la relación aún más atractiva para Gill. La relación, que se inició cuando ella era menor de edad, duró algo más de dos años. En ese tiempo Daisy posó de forma continuada para dibujos y grabados, muchos de ellos en un estilo que algunos han definido (en expresión algo cursi) como “misticismo erótico”. 

IV 

Eric Gill fue un hombre dominado por una obsesión sexual que parece inseparable de su manera de entender la religión y el arte. Para muchos, su incomprensible conducta no debe hacer olvidar su innegable talento y su relevante aportación a la cultura visual del siglo XX. Para otros, es imposible no tener en cuenta un comportamiento tan depravado cuando se hace un juicio sobre su obra. 

En todo caso, lo que resulta relevante de toda esta historia es que, como sucedió con Le Corbusier o Walter Gropius, la necesidad de construir un mito cultural (en este caso, también un mito nacional) puede llevar a no querer saber nada de la parte más oscura de los seres humanos. Tal parece que el arte, en lugar de abrir los ojos a las mentes inquietas, se encargara de nublar su entendimiento.

Referencias

Cooke, Rachel (2017) “Eric Gill: can we separate the artist from the abuser?” en The Observer /The Guardian, 9 de abril de 2017.

Gill, Eric (1931) An Essay on Typography. Londres, Sheed & Ward.

MacCarthy, Fiona (1989) Eric Gill. Faber and Faber. Londres, 1989.

MacCarthy, Fiona (2009) “Eric Gill: Mad about Sex”, en The Guardian, 17 de octubre de 2009.

Martín Semprún, Jaime (1994) Santiago Bernabéu. La causa. Barcelona, Ediciones B.

Yorke, Malcolm (1982) Eric Gill, Man of Flesh and Spirit. Nueva York, Universe Books.

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