La columna de Joan Costa en Experimenta

La columna de Eugenio Vega: De (re) pública

“Dichosa edad y siglos dichosos aquellos a quien los antiguos pusieron nombre de dorados, y no porque en ellos el oro se alcanzase en aquella venturosa sin fatiga alguna, sino porque entonces los que en ella vivían ignoraban estas dos palabras de tuyo y mío” (Miguel de Cervantes, 1605).

I

A mediados del pasado mes de febrero se cumplieron 150 años (exactos) de la proclamación de la Primera República tras la abdicación de la Corona de España por Amadeo I (Martí, 2017). Es sabido que, tras la renuncia de Su Majestad (que en realidad fue un despido en toda regla), se reunieron el Congreso y el Senado en una suerte de Asamblea Nacional que reasumió todos los poderes y declaró como “forma de gobierno de la Nación la Republica, dejando a las Cortes Constituyentes la organización de esta forma de gobierno” (Asamblea Nacional, 11 de febrero de 1873). 

Como bien recordó Castelar ese mismo día en el Palacio del Congreso, el cambio de régimen se produjo como resultado de la crisis en que vivía el país más que por el entusiasmo de los ciudadanos.

“Nadie trae la República, la traen todas las circunstancias, la trae una conjuración de la sociedad, de la naturaleza y de la historia. Señores, saludémosla como el sol que se levanta por su propia fuerza en el cielo de nuestra Patria” (Emilio Castelar, 1873).

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Emilio Castelar y Francesc Pi i Margall como profesores en la “Escuela Nacional-Federal” de párvulos. Caricatura de Tomás Pedrós publicada en La Flaca, revista liberal y anticarlista, a principios de 1873 en Barcelona.

Castelar era consciente de la necesidad de convencer a la gente de las bondades del nuevo régimen, pero las condiciones no pudieron ser peores para tan noble propósito. Una de las medidas que tomó el poder ejecutivo para “hacer republicanos” fue modificar ligeramente la bandera de España, usada desde finales del siglo XVIII para señalizar los barcos de la armada, y que con pocas variantes es la que define el artículo 4 de la Constitución de 1978. En realidad, lo único que hizo fue eliminar (lógicamente) la corona real del escudo que ocupaba su parte central.

II

Hobsbawm (2000) y Smith (1986) definen las naciones como construcciones culturales que, a pesar de su proclamada antigüedad, son fenómenos modernos. Otros autores, señalan que el nacionalismo fue una creación de las élites adoptada más tarde por los ciudadanos. A pesar de todo, las manifestaciones de la identidad nacional guardan relación con impulsos emocionales (por llamarlos de algún modo) que dejaron alguna huella en esas comunidades en algún momento. El diseño es el instrumento que convierte esos nobles impulsos en manifestaciones comunicables, y lo hace de varias formas:

La más obvia tiene que ver con la creación de banderas, himnos y escudos que utilizan los Estados, no tanto para diferenciarse de los demás, como para establecer un vinculo irracional de los ciudadanos con la comunidad política. Tales elementos simbólicos pueden cambiar de sentido con el paso de los años. 

Basta recordar el rechazo que en 1983 provocaron entre los sectores más conservadores de la capital del Reino la bandera y el escudo de la recién creada Comunidad de Madrid. La propuesta, diseñada por José María Cruz Novillo en colaboración con Santiago Amón, pareció. para quienes estaban en la oposición entonces, una versión castiza de la perversión soviética (Gimeno-Martínez, 2023, 127). Hoy, sin embargo, las siete estrellas sobre fondo rojo se han convertido en la imagen de un gobierno que rige esta comunidad (con mano firme) desde hace más de un cuarto de siglo.

Por otra parte, en los últimos tiempos, las banderas han perdido parte de su capacidad integradora para identificar las comunidades nacionales. Muchas de ellas son expresión de sentimientos e ideologías que impiden su aceptación por todos sus miembros. Esto no solo sucede en España (ese país donde pasan cosas); basta recordar que durante el asalto al Capitolio el 6 de enero de 2021, muchos de los seguidores de Donald Trump portaban la bandera confederada que había identificado a los sudistas durante la guerra de Secesión en el siglo XIX.

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Un manifestante lleva banderas españolas en un carrito de la compra durante un acto político de significado impreciso. Madrid, 2007. Fotografía de José María Matos (CC BY 2.0).

 En consecuencia, los Gobiernos se han visto obligados a crear sistemas institucionales de comunicación e, incluso, marcas de país (Ollins, 2009) que adoptan las prácticas de las grandes compañías internacionales. Su asepsia comunicativa contrasta con el entusiasmo que siguen despertando las banderas. Lo más curioso de todo ello es que la denominada identidad corporativa, desarrollada por las empresas privadas a mediados del siglo pasado, había tomado como modelo la solemnidad de las instituciones públicas y su comportamiento social.

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Sistema de identidad visual del Gobierno de la República Federal de Alemania. Bundesregierung Corporate Design Manual, 2002. Material gráfico para su utilización pública.

III

Un vínculo más complejo entre identidad nacional y diseño tiene que ver con la forma peculiar que adopta esta práctica en cada lugar y en cada momento de una forma espontánea. Durante décadas, fue fácil distinguir el origen de los periódicos gracias a su gráfica, ya fuera por el uso de determinados formatos, la preferencia por ciertas tipografías o por su diseño reticular. Los grandes almacenes organizaban sus espacios, su decoración y su imagen gráfica de forma bien distinta según el país en que hubieran surgido. Basta comparar La Rinascente con El Corte Inglés para darse cuenta de cómo estos comercios adoptaron en cada lugar métodos de diseño diferentes. Por motivos similares cabe afirmar que la decoración de las viviendas se ha convertido en la mejor expresión de las prácticas vernáculas, por mucho que IKEA esté presente (como la misma providencia) en cada rincón de nuestra casa.

El uso del diseño en la vida pública y económica puede ser un instrumento consciente del propio Estado para dar forma a la comunidad nacional. Uno de los proyectos más ambiciosos para construir la identidad de un país tuvo lugar en Italia, entre 1922 y 1943, en los años del fascismo. Como señala Paolo Nicoloso (2012), en las principales ciudades italianas se inició la construcción de grandes edificios públicos en un estilo monumental que pretendía recordar la tradición imperial con un lenguaje que nunca negó sus vínculos con la modernidad.

“Como en ninguna otra época, la arquitectura se puso al servicio del poder político. En concreto, en la segunda mitad de los años treinta se impulsa una eficiente fábrica de símbolos arquitectónicos para transmitir a las masas la imagen de una época feliz, de un periodo histórico de concordia política, de prosperidad económica, de renacimiento italiano” (Nicoloso, 2012, 10).

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Inscripción en el Palazzo della Civiltà del Lavoro en Roma (la ciudad eterna). El edificio, proyectado en 1937 por Guerrini, Lapadula y Romano, fue terminado una vez concluida la guerra. Fotografía de Alberti1492 (CC BY-SA 4.0).

Como es lógico todas estas prácticas pueden verse influidas por los intereses económicos o por las políticas que buscan el reconocimiento y la expansión del mercado para las industrias nacionales: los conceptos de diseño nórdico o diseño japonés son consecuencia de ello. En 1985, poco meses antes de que España firmara el tratado de adhesión a las Comunidades Europeas, el conocido diseñador Alberto Corazón escribía que, “si no hacemos diseño español frente al japonés, al norteamericano, al italiano o al inglés, la batalla del mercado está de antemano perdida” (Corazón, 1985). Organismos como el Design Council asumieron esa misión cuando fue necesaria una “cierta forma de entender el diseño” que (como todo lo que tiene que ver con estos asuntos) pretendía ser mejor que la de otros países.

 Sin embargo, no parece que esa estrecha relación con los nobles impulsos emocionales que dan vida a las comunidades políticas pueda contribuir al objetivo del diseño que, según parece, no es otro que “construir un mundo mejor”. 

Referencias

Bundesregierung (2002) Corporate Design Manual.

Cicerón, Marco Tulio (2014) La República. Madrid, Alianza Editorial (edición Francisco M. del Rincón)

Corazón, Alberto (1985) “La señalización del entorno urbano” en El País Artes, 9 de marzo de 1985.

Congreso de los Diputados (1873) Diario de sesiones de la Asamblea Nacional, segundo periodo de la Legislatura 1872-73. Madrid, Imprenta de J. Antonio García.

Gimeno-Martínez, Javier (2023) Design and National Identity. Londres, Blomsbury.

His Majesty Government (2022) Identity Guidelines.

Hobsbawm, Eric J. (2000) La invención de la tradición. Barcelona, Crítica.

Martí, Francisco (2017) La Primera República Española 1873-1874. Barcelona, RIALP.

Nicoloso, Paolo (2012) Architetture er un’identità italiana. Udine, Gaspari Editori.

Olins, Wally. (2009) “Branding the Nation. The historical context”, en The Journal of Brand Management, vol. 9. abril de 2009.

Smith, Anthony D. (1986) The ethnic origins of Nations. Oxford, Blackwell.

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