La columna de Eugenio Vega en Experimenta

La columna de Eugenio Vega: El poder y la gloria

Paris! Paris outragé! Paris brisé! Paris martyrisé! mais Paris libéré!

(Charles de Gaulle, 25 de agosto de 1944)

En el verano de 2021, el Paris Saint-Germain, un club sin mucha tradición, se convirtió en el referente del fútbol mundial cuando demostró que su ambición (al igual que su dinero) no tenía límite. Leo Messi, hasta entonces jugador del Fútbol Club Barcelona, con lágrimas en los ojos, dejó su club de siempre para iniciar el final de su carrera en París, la ciudad que quiso siempre ser el centro de la civilización. Tras su salida del club catalán (un hecho comparable por su trascendencia a la invención de la letra de cambio o a la elección de Tita Cervera como Miss España) volvió el desánimo a una institución que representaba (como pocas) “los valores eternos de un pueblo milenario”.

Sin embargo, París fue también la ciudad en la que renació el Barcelona. Fue en Saint Denis donde consiguió el 17 de mayo de 2006 su segunda copa de Europa tras vencer en un disputado encuentro al Arsenal. A esa victoria contribuyeron (con igual mérito) los goles de Etoo y Belleti, la dirección de Frank Rijkaard y la presencia de su majestad el rey, decisiva por razones obvias.

I

Un día antes, Juan Carlos I asistió a otro acontecimiento de igual transcendencia como fue la entrega de los Premios Nacionales de Diseño en el Museo Nacional Centro de Arte Reina Sofía. En la primera parte de la celebración, invitados y actuantes (que no eran pocos) recibieron con entusiasmo a su majestad en el auditorio del museo. Junto al rey, en el estrado, los miembros (masculinos) del jurado eran reconocibles por su atuendo de color negro, a tono con la severidad de su función y la gravedad de aquella hora solemne. El discurso que, como era de esperar, fue ameno e instructivo, produjo tal impacto en los asistentes que, a su conclusión, prorrumpieron en atronadores (y merecidos) aplausos.

La segunda parte de la esperada ceremonia se celebró prácticamente al aire libre, en un espacio abierto que daba (infelizmente) a la Ronda de Atocha. Como era de esperar, en torno a su majestad se formaron corrillos de personas interesadas en conocer (de primera mano) su opinión sobre el impacto de las nuevas tecnologías en el diseño y otros asuntos que había tratado en su discurso. Pero, el rey, poco dado a improvisar con temas de esa trascendencia, derivó la conversación a la final que el Barcelona debía disputar al día siguiente, acontecimiento al que asistiría para contribuir (en lo que fuera posible) a la necesaria victoria blaugrana. Cuando dijo que la victoria estaba de nuestro lado (sin concretar quienes estábamos en cada bando), la confianza inundó nuestro ánimo. La Corona, no solo garantizaba la estabilidad del país sino que también proporcionaba pronósticos fiables sobre el incierto futuro. 

Y así sucedió. La crónica de El País (diario independiente de la mañana) del día siguiente resumió la extraordinaria trayectoria del equipo en la competición de aquel año con una pocas líneas, llenas de ingenio pero no exentas de un innecesario mal gusto.

“El equipo de Rijkaard se ganó merecidamente el séptimo cielo con una remontada de los futbolistas con los que no se contaba […] Jaleado en Londres, acaramelado en Lisboa y adulado en Milán, no podía permitirse un gatillazo en la alcoba de París” (El País, miércoles 17 de mayo de 2006).

II

 La relación entre diseño y poder político parece provechosa para ambas partes. Obviamente, no nos referimos a la práctica del diseño (tan diversa y tan indefinible como la propia actividad humana) sino al diseño como fenómeno público que se relaciona con las administraciones, los poderes económicos y los medios de comunicación. Mientras el diseño necesita del poder para mejorar su escasa presencia social, el poder hacer uso del diseño para llevar a cabo (entre otras cosas) esa política de apariencias tan necesaria en las sociedades democráticas. La forma en que se materializa esta peculiar relación no es uniforme y tiene que ver con factores económicos, políticos y culturales.

1. En lo que se refiere a la economía, se da por supuesto que el diseño contribuye a reactivar el consumo y al bienestar social, una idea habitual en los discursos protocolarios. En la entrega de los Premios de Innovación y Diseño correspondientes a 2013, que tuvo lugar en Valladolid, Felipe VI dijo que sin “innovación y sin diseño un país no puede progresar” porque ambas cosas esenciales para la economía, no solo por su influencia en el consumo interior, sino por su contribución a la mejora de la imagen internacional de un país:

“La innovación y el diseño aportan valor añadido a las actividades productivas, a los bienes y servicios y las empresas que apuestan por impulsarlos se benefician de ventajas competitivas y de una mejor posición en el mercado” (Premios Nacionales de Diseño, 2014). 

Además, el diseño puede asumir un papel que no se limita al suministro de bienes y servicios para satisfacer necesidades cuando señala otras fuentes de valor en el futuro (Julier, 2017, 6). Es decir, no sería solo útil por lo que hace, sino por lo que parece que hace o por lo que contribuye a que otros hagan. Así, cuando implementa cambios en algún lugar, anima a los inversores a emplear sus recursos en un entorno que modificará su estatus y contribuirá a aumentar el valor de sus activos. 

2. Por otra parte, puede servir también a fines estrictamente políticos (como ya apuntaba Felipe VI) al promover un uso que contribuya a mejorar la imagen del país. Hace décadas, durante la transición, los impulsores de esta peculiar estrategia lo veían como un instrumento para la regeneración de una España que debía enfrentarse a una competición internacional de carácter económico y cultural. En 1985, el conocido diseñador Alberto Corazón escribía: 

“Si no hacemos diseño español frente al japonés, el norteamericano, al italiano o al inglés, la batalla del mercado está de antemano perdida” (Corazón, 1985) 

Wally Ollins (2009) dedicó parte de sus últimos años a dar forma a la identidad nacional mediante procesos fundados en dos principios: la creación de tradiciones inventadas y el énfasis en que las virtudes cívicas más comunes eran propias y exclusivas de la nación (que le había contratado). 

3. Por último, el poder puede mantener una relación de mecenazgo con el diseño. A ello contribuye, quizá sin pretenderlo, “el artificio excesivamente autobiográfico que muestra al diseñador como un genio solitario, artísticamente creativo, públicamente visible y adelantado a su tiempo” (Krippendorff, 1995, 4). Quienes encarnan ese estereotipo son promovidos por instituciones o empresas a la manera que en el pasado los reyes protegían a los artistas de la corte. En consecuencia, estos diseñadores practican una suerte de diseño conspicuo que se materializa en artefactos que, a su manera, quieren ser obras de arte en busca de reconocimiento cultural y de apoyo institucional.

En la imagen, el desafortunado dibujo del Modulor de Le Corbusier en la Unité d’habitation de Berlín, construida en 1957. Fotografía de Martine de Flander, 123 RF.
En la imagen, el desafortunado dibujo del Modulor de Le Corbusier en la Unité d’habitation de Berlín, construida en 1957. Fotografía de Martine de Flander, 123 RF.

III

En la posguerra, André Malraux, ministro de Charles de Gaulle, echó mano de Le Corbusier (a pesar de sus relaciones con Vichy) para dar forma a la Francia del gaullismo. En el funeral del arquitecto suizo, celebrado en el Louvre en 1965, Malraux no puso freno a los elogios: “Nadie ha representado con esa fuerza la revolución de la arquitectura” (Castiñeira, 2015). Pero, como consecuencia de aquella política, las ciudades francesas fueron modeladas por un urbanismo inhumano, interesado ante todo en la segregación social.

Desgraciadamente muchas de las iniciativas institucionales sobre diseño se muestran más preocupadas por una política de apariencias (en cualquiera de las modalidades antes explicadas) que por resolver problemas tan prosaicos como el uso de las cosas, la accesibilidad o la inclusión social. La historia reciente, sin embargo, parece demostrar que es más necesaria una práctica (institucional) de diseño fundada, ante todo, en la solidaridad y en la cooperación si se quiere dar respuesta a las necesidades más inmediatas de una sociedad sometida a grandes transformaciones. 

Referencias

Castiñeira, Antonio. (2015) “Le Corbusier: verdades incómodas”, en Sociedad Suiza de Radiotelevisión.

Corazón, Alberto. (1985) “La señalización del entorno urbano”, en El País, sábado 9 de marzo de 1985.

Julier, Guy. (2010) La cultura del diseño. Barcelona, Gustavo Gili.

Julier, Guy. (2017) Economies of Design. Londres, SAGE.

Krippendorff, K. (1995). “Redesigning design; An invitation to a responsible future”, en Tahkokallio, P y S. Vihma, eds. Design: Pleasure or responsibility.

Olins, Wally. (2009) “Branding the Nation. The historical context”, en The Journal of Brand Management, vol. 9. abril de 2009.

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