La columna de Eugenio Vega en Experimenta

La columna de Eugenio Vega en Experimenta. Hoy: Hermanos, ¡Hay un traidor entre nosotros!

El tributo de Richard Hollis a Henry van de Velde

En una de las escenas más recordadas de los Cigarros del Faraón, Tintín infiltrado en la reunión de una secta parece haber sido descubierto. Frères, il y a un traître parmi nous! (Hermanos, ¡Hay un traidor entre nosotros!), grita el que parece ser el cabecilla. Todos tiemblan, Tintín también.

Hergé, el creador de tan conocido personaje, arrastró durante años (y no sin motivo) la consideración de traidor por su escasa resistencia a la ocupación alemana durante la Segunda Guerra Mundial. Al igual que Hergé, Henry van de Velde fue uno de esos personajes que levantaron siempre sospechas en Bélgica, su país natal. Parecía un apátrida, obligado a pasar sus últimos años en Suiza y no el destacado arquitecto y diseñador que contribuyó al surgimiento de la modernidad durante su larga vida. 

Richard Hollis lo ha sacado del olvido (gracias al apoyo de distintas instituciones flamencas) con una completa monografía. Henry van de Velde es, sin duda, uno de los más citados en la historia del diseño, pero quizá uno de los más desconocidos. Se le recuerda como el director de la escuela de Weimar, cesado durante la Gran Guerra de 1914 por ser ciudadano de un país invadido por las tropas del Reich al inicio de la contienda. Para reemplazar a Henry van de Velde, él mismo sugirió al joven Walter Gropius que, por los avatares de la guerra, no abriría su propia escuela hasta la primavera de 1919. 

Pero el libro también tiene interés por quien lo firma. Richard Hollis, autor de numerosos textos de carácter histórico (recogidos los más breves en About Graphic Design), es ante todo un excelente diseñador gráfico. Podría decirse que quiso, a la manera de David King, dar forma a una suerte de pensamiento gráfico de izquierda, si tal cosa fuera posible. La claridad de sus ideas comunicativas es evidente en el diseño de Ways of Seeing, la adaptación impresa de la serie de John Berger para la BBC. Pero la estima que merece Richard Hollis tiene también que ver con su faceta de investigador que quedó de manifiesto en su excelente libro sobre el diseño gráfico suizo aparecido en 2006.

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Richard Hollis, doble página de Swiss Graphic Design, editado por Laurence King en 2006.

Henry van de Velde nació en Amberes en 1863, y en esa ciudad estudió pintura. Más tarde continuó su formación en París en el ambiente postimpresionista de finales del siglo XIX hasta que, hacia 1892, abandonó la pintura para dedicarse a la decoración y al diseño de joyería y mobiliario, una decisión en la que influyó Maria Sèthe, su futura esposa, con la que colaboró en distintos proyectos. Su primer trabajo arquitectónico, la casa Bloemenwerf en Ukkel (que sería su residencia personal) mostraba una gran deuda con el Arts & Crafts; en realidad, la vivienda parecía una réplica de la Red House que Phillip Web había construido para William Morris. En aquel final de siglo Morris se había convertido en un referente para todos aquellos que impulsaban una renovación en las artes y el diseño.

Van de Velde también diseñó interiores y muebles para la influyente galería de arte, L’Art Nouveau en París, de la que tomó su nombre el movimiento artístico que se extendería por Europa en unos pocos años. Lo más curioso es que su trabajo se hizo conocido en Alemania a través de publicaciones como Innen Dekoration, y a consecuencia de esa popularidad, recibió encargos para diseñar diversos interiores en Berlín. 

Alemania sería su hogar durante varios años. En 1899 se estableció en la ciudad de Weimar donde llegó, de un modo algo fortuito, por deseo de la hermana del Friedrick Nietzsche que le encargó un pequeño edificio que sirviera de archivo del escritor alemán. Allí, trabajó como asesor artístico del Gran Duque de Sajonia Weimar Eisenach e ideó el edificio de la Escuela Gran Ducal de Artes y Oficios de la que sería su director. Como es sabido, la Escuela se fusionaría con la Academia de Arte de Weimar para constituir lo que con el tiempo sería la Bauhaus. Esta integración en la cultura alemana hizo que Henry van de Velde tuviera un papel importante en la expansión del Jugendstil y en la promoción de las artes aplicadaas. Así, en 1907, participó en la fundación de la Deutsche Werkbund, una asociación que tenía por objeto promover el diseño (y contribuir a su mejora) mediante el establecimiento de estrechas relaciones entre la industria y los diseñadores. En 1914, en una de las reuniones más recordadas, se opondría a Hermann Muthesius al defender la personalidad del artista, una discusión en la que recibiría el apoyo del joven Walter Gropius que ya daba muestras de saber por dónde soplaban los vientos favorables en cualquier disyuntiva.

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Henry van de Velde hacia 1902, en una fotografía de Louis Held (1851-1927)

Poco después estalló la guerra. Henry van de Velde y su familia decidieron permanecer en Weimar, simplemente porque consideraban aquella ciudad como su hogar, pero pronto empezaron a sufrir el acoso de sus vecinos que lo veían como enemigo del Reich. No en vano,  a pesar de su condición de flamenco (que para algunos pangermanistas era como ser prácticamente alemán), era ciudadano de un país enemigo, invadido por las tropas alemanas y casi sin soberanía. Pero, si para los alemanes van de Velde era un enemigo, para los belgas era simplemente un traidor que seguía colaborando con el Reich como si nada hubiera pasado. Finalmente, ante tanta dificultad decidió volver a su Bélgica natal para, poco después, emigrar a Suiza y a los Países Bajos, donde proyectaría el Museo Kröller-Müller en Otterlo. 

Cuando en 1919 Gropius abrió la Bauhaus insinuó a van de Velde que contaría con él, pero esa propuesta terminó cayendo en el olvido hasta quedar en nada. Parece que Gropius se limitó a hacerle una invitación formal, sin apenas insistencia, porque no tenía verdadero interés en que se incorporase a la Bauhaus. Van de Velde se sintió defraudado por la actitud de Gropius y no le quedó más remedio que continuar su carrera profesional en Bélgica donde impartiría clases de arquitectura y artes aplicadas en la Universidad de Gante hasta 1936. Por otra parte, jugó un papel decisivo en la fundación en 1926 del Institut supérieur des Arts décoratifs de Bruselas.

A partir de 1935 comenzó su colaboración con el ministro Henri de Man la Office de Redressemt Economique, que se encargaba de la conservación y la planificación urbana. El ministro era miembro del Parti Ouvrier Belge, partido que sufriría una profunda crisis tras la invasión alemana de 1940. Henri de Man lo disolvió y animó a sus miembtos a participar en la política de colaboración que el rey Leopoldo mantenía con los invasores alemanes. 

La sombra de la traición llegaría hasta van de Velde que continuaba trabajando para el gobierno en la reconstrucción de las zonas devastadas por la guerra. Como sabían los propios invasores, “reconstruir las zonas destruidas de Bélgica daba a las autoridades militares la oportunidad de llevar a la cultura arquitectónica belga el espíritu alemán”, asunto para el que Henry van de Velde era la persona más adecuada. A pesar de su resistencia a pronunciarse políticamente van de Velde se vio cada vez más en un callejón sin salida. Tras la guerra fue acusado de colaboracionismo pero en 1945 el proceso que se la había abierto se cerró por falta de fundamento. Ello no evitó que quedase postergado y perdiera su posición de privilegio. 

Suiza sería su refugio en los últimos años de su prolongada vida. Allí, hacia 1950, recibiría la visita de un entusiasta Max Bill, antiguo alumno de la Bauhaus, por entonces obsesionado con la promoción de su exposición die Güte Form, una reevaluación del formalismo de vanguardia para la nueva sociedad de la posguerra. Sería Max Bill quien propusiera a Henry van de Velde como miembro del patronato de la nueva escuela que se abriría en Ulm en 1953, la Hochschule für Gestaltung, de la que el suizo sería su primer director. De este modo, van de Velde estuvo relacionado a lo largo de su carrera con todos los movimientos que dieron forma al diseño y la arquitectura de finales del siglo XIX y principios del XX: el Arts & Crafts,  el Art Nouveau, la Deutsche Werbund, el Movimiento Moderno,  la Güte Form y la escuela de Ulm.

Henry van de Velde no sería el único de los grandes nombres del diseño y la arquitectura que se vería rechazado en su propio país. Fue también el caso de Le Corbusier, nacido en el cantón suizo de Neuchâtel, que terminaría nacionalizándose francés. Pero Henry van de Velde no era un personaje tan tortuoso como Le Corbusier, cuya arquitectura se vincula con la segregación y la eugenesia que caracterizan a lo peor del Movimiento Moderno. Sus inclinaciones fascistas (que compartía con Phillip Johnson) y su cercanía a gobierno de Vichy no fueron asuntos menores. Como alguien señaló, en plena ocupación alemana, en medio de la guerra, lo que le preocupaba a Le Corbusier era la publicación de la Carta de Atenas. 

Sesenta años después de su fallecimiento, Bélgica (al menos, la comunidad flamenca) reivindica la herencia de Henry van de Velde y Richard Hollis da forma a esa memoria con un excelente libro.

Referencias 

Richard Hollis. Henry van de Velde. The Artist as Designer. From Art Nouveau to Modenism. Occasional Papers, 2019.

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