La columna de Luis Montero

La columna de Luis Montero: No soy un asistente de voz.

«Muchísimas gracias. No se imagina qué alegría es volver a verlo.»

¿Pero qué demonios estoy haciendo? ¿Qué forma es esa de saludar al recepcionista? ¿Qué forma ridícula de despedirse es esa? ¿Y ese tono? ¿De dónde lo he sacado? ¿Por qué hablo así? ¿Por qué no me dan una colleja? Me lo merezco. ¿Creerán que me estoy riendo de ellos? Yo lo pensaría. Yo me daría una colleja. ¿Dónde me ha dicho que espere? ¿En la primera sala o en la segunda? Creo que era aquí. Sí, aquí era. Ah, ya hay alguien. Espero no tener que esperar mucho.

«Buenos días…»

No hables más. No hables más. No hables más…

«…Qué preciosa chaqueta. Qué bien le sienta, realza el color de sus ojos..»

¿Qué preciosa chaqueta? ¿Sus ojos? ¿Pero de dónde salen esas frases? Además, es horrorosa. Le queda fatal. Esa tela, ese corte… ¿Preciosa? ¿Y esos ojos de besugo? Por fortuna parece una persona comprensiva. Ha sonreído y ya está. Sin contestar. Sin darme charla. Menos mal que esto acaba aquí hoy. Menos mal. Ahora es entrar, saludar al doctor y decírselo. Y, mientras tanto, a ver si me mantengo callado. ¡Calladito estoy más guapo!, y nunca mejor dicho. Venga, tranquilo. Entras, dices lo que quieres que te hagan y ya está. Ya no queda nada. Paciencia… Sale el doctor. Me sonríe. Que el siguiente soy yo.

«No se preocupe, aquí se está divinamente.»

Aprovecha, que ya no te queda poco de estar divinamente. Te queda poquísimo de estar… Ay, qué ganas de no volver a escucharte nunca más. De recuperar mi habla y dejar atrás todas estas ñoñerías de niño repipi. Anda, que cuando le dije a aquella joven en el mercado el placer que me daba que se colara… ¡Qué mirada me echó! ¿Y el guardia aquel, que a punto estuvo de detenerme por señalar que aparcar en línea amarilla no era la única falta que había cometido esa mañana, que también me había saltado un semáforo y no sacado el intermitente al torcer en el cruce? Sólo un imbécil se auto-inculpa así… Bueno ya no queda nada. Y, sobre todo, podré recuperar el control de mi carrera. A ver si soy capaz de enmendarla. ¿Quién confiaría en un fiscal comprensivo y amable con los acusados?  Sí, eso es: esta es una muy buena justificación para plantearle mi caso al doctor. Que no quiero arruinar mi carrera profesional, que aún estamos a tiempo de corregir el daño. ¿Quién se iba a negar a eso? Se abre la puerta, el doctor. A ver qué cursilada digo…

«Con mucho gusto. Detrás de usted. ¿Se ha hecho algo en el pelo?»

Que diga lo que quiera, para lo que le queda en el convento… Yo a lo mío. Acepto la cortesía del neurólogo, que me abre la puerta. Me siento en el mismo asiento en el que me senté el primer día, cuando vine a contratar el implante. Había leído maravillas de aquel implante en el lóbulo frontal. Un nanoprocesador conectado a una base de datos que monitoriza en tiempo real la actividad del área de Broca y, tras contrastar lo que uno pretendía decir con lo aceptado socialmente, modula eso que uno quiere decir para que sea mejor interpretado por los demás. Que es justo lo que quiero ahora, que ayude a explicar bien al doctor que quiero que me realice una intervención inversa para extirpar el implante. 

«Supongo que esta petición que le voy a trasladar es habitual entre sus pacientes, que es una decisión generalizada. Después de casi dos semanas desde la implantación del nanoprocesador he llegado a la conclusión de que necesito una segunda intervención…»

Vamos bien. Y sin demasiada floritura. Directo al grano. Venga. Vamos ahí. Una frase más y entramos en el quirófano. Además, si la intervención para implantar el nanoprocesador se hace en apenas media hora y no tiene posoperatorio, seguro que la extirpación también. Seguro que el mismo robot-cirujano que inserta una aguja por la nariz para la instalación puede hacer lo mismo para extraerlo. Y también sin posoperatorio. Media hora más y recupero mi voz, mi habla. Estoy a una frase de volver a ser yo…

«…necesito que demos el siguiente paso para completar el proceso. Necesito que me extirpe esa voz interior que critica todo lo que digo. Esa disonancia es insoportable.»

Y tú, ¿crees que tras un implante así seguirías hablando tú?  ¿Y no es sino la culminación de un proceso que comienza con la socialización? Estaremos encantados de leerte en #DiseneticaExperimenta y @Disenetica en Twitter.

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