La columna de Luis Montero

La columna de Luis Montero: Soy un millón de singularidades pequeñas.

«Crecimos temiendo que los robots nos dominarían algún día. Hay cientos de películas con ese argumento, no hace falta que cite títulos. Que una mañana nos íbamos a despertar con el cielo cubierto de naves tripuladas por robots que transportaban ejércitos de robots dispuestos a lanzarse a tierra y masacrarnos. Iba a ser el final de la especie humana tal y como la habíamos conocido. Una parte de la población moriría bajo el fuego de metralletas y tanques robot, rayos láser y granadas dron. Los supervivientes se divirían en dos grupos: una inmensa acabaría sometida, trabajando para los robots, siendo fuente de energía, sirvientes o nuevas mascotas; el resto, una minoría ínfima, se refugiaría en bosques, cuevas o desiertos, al margen de las redes de control robóticas, y desde ahí lanzaría una guerra de reconquista con escasísimos visos de éxito. Los robots serían los amos, nosotros las víctimas.

«Ese es el escenario. Siempre el mismo. Contado con más o menos drama.

«Un escenario que no era sino una réplica del mismo mito que nos llevamos contando millones de años. Ese día aciago que nadie sabe fechar, la incertidumbre es fundamental, en el que de pronto nos íbamos a levantar subyugados por robots e IAs no es sino una traslación pagana al viejo mito del Apocalipsis, aquel día en que el cielo se iba a abrir para dejar paso a las cornetas celestiales que anunciaban el inminente juicio final. Estos nuevos robots aniquiladores son aquellos viejos ángeles exterminadores.

«Y es que la especie más importante que ha pisado jamás la Tierra, nosotros, no puede sucumbir si no es bajo fanfarrias celestiales, olas de 800 metros y resquebrajaduras en la corteza terrestre que harían pequeña la Fosa de las marianas. No, nosotros tenemos que morir y que esa muerte sea la muerte de todo.

«Sin embargo eso no va a ser así. Porque no está siendo así. No va a haber una gran Singularidad, con mayúsculas. Al contrario, habrá un millón de singularidades minúsculas. Primero perdimos el campeonato mundial de ajedrez frente a un ordenador, luego cedimos la compra-venta de valores en los mercados bursátiles, más tarde la gestión del tráfico de todas las grandes ciudades y hoy ya nos superan en capacidades, acaban de solucionar problemas ante los cuales nosotros nos hemos demostrado incapaces, como el problema del plegado de las proteínas. La singularidad ya ha empezado.

«Al mismo tiempo, y esto quizá sea más importante, no vendrán ángeles-robot a exterminarnos. ¿Para qué? No sólo porque eso ya lo hacemos nosotros fenomenal, llevamos haciéndolo desde que exterminamos a los neandertales y lo vamos a seguir haciendo, sino sobre todo porque ese ángel-robot vamos a ser nosotros. Estamos siendo nosotros. Con cada implante conectado a la red, con cada nuevo dispositivo diseñado para difuminar la frontera humano-servidor, con cada nueva innovación implementada para facilitar la colaboración humano-máquina… estamos dejando de ser el humano que fuimos para que asome el humano que vendrá. El humano de hoy está destinado a ser extinguido por el humano de mañana.

«Quizá no pueda ser de otra manera.»

Y, con esas palabras, Charles N. Wiener saboreó el último trago de aquella maravillosa piña colada. Le encantaba el pitido que emitía el reloj ante el súbito aumento de azúcar en sangre.

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