Mucha gente critica el consumismo y no les falta razón. El consumismo puede ser testado y promovido mediante estrategias que inculcan a la gente el deseo de tener algo antes siquiera de que realmente lo necesiten. Atrás queda ya la pirámide de Maslow, en la que las se satisfacían las necesidades más elevadas en la pirámide solo cuando las de la parte de abajo ya estaban cubiertas. Ahora lo queremos todo y lo queremos ya.
Pirámide de Maslow, via Wikipedia
Todos vivimos muy rápido. Quizá demasiado. Las cosas cambian tan rápido que nosotros mismos nos encontramos corriendo sin saber muy bien por qué ni detrás de qué. Tan rápido, que a veces no pensamos con claridad y generamos vacíos que un vendedor competente detecta en seguida y te lleva a la situación anteriormente descrita. Es fácil que pase.
No me quiero ni imaginar la de personas que llegan a su casa después de una jornada de compras en la que han adquirido un objeto y ya en la tranquilidad de su hogar se preguntan el por qué y el sentido de su compra sin encontrarle mucha utilidad y convirtiéndolo en un trasto que, al final, molesta. No creo que las necesidades se creen de la nada, prueba de ello es que cientos de productos fracasan cada día, pero está claro que si nace, muchos se encargan de que crezca cuanto más rápido mejor.
La buena noticia es que cada vez, el consumidor está más y mejor informado, tiene las herramientas necesarias para ello, sabe lo que quiere y cómo lo quiere. Lo que tenemos que hacer nosotros, diseñadores y las empresas en general, es ofrecerles objetos sinceros que ofrezcan estilos de vida verdaderamente sanos. Explotar las cosas bellas que funcionan bien, que emocionan. Que nos ofrecen algo más, nos dan una experiencia valiosa e incluso nos sacan una sonrisa.
No imponer nada, sino adecuar el diseño a nuestro tiempo, pero a las cosas positivas de esta época que nos ha tocado vivir, que las hay.
